La intrahistoria: ese concepto que acuñó Miguel de Unamuno que, certezas históricas al margen, es un hecho incontestable lo en boga que está el personaje. Sin embargo, no quiero dejar de destacar lo acertado del término. Y es, por ello, que he decidido titular así las siguientes líneas. Con ocasión de este modesto reportaje, no quiero limitarme a reseñar los datos historiográficos de la vacada, sino plasmar, como buenamente pueda, la intrahistoria de tan particular ganadero: Jacinto Ortega. El hierro, que aún conserva sus iniciales, es una de tantas historias singulares de la trashumancia. Tanto que es indisociable el nombre de la ganadería del fenómeno que, como pueblo y cultura, nos caracteriza y enriquece. Por tanto, la vacada que fundó Jacinto Ortega Casado, en 1914, es una intrahistoria de la trashumancia.

Hoy en día, Rodolfo Ortega García está al frente de la ganadería, uno de los seis hijos del fundador. Sin embargo, sería un error centrarse en nombres propios, ya que esta es la historia de toda una familia. Hijos y nietos con una pasión desacerbada por el mundo del toro, el trabajo al servicio de una pasión. Solo así, con trabajo, mucho trabajo, y dedicación, se logra construir una ganadería centenaria. Quiero aprovechar para agradecer la gentileza y amabilidad del ganadero para hacer posible este artículo.

Antes de adentrarse en la historia de la ganadería, habría que conocer a su fundador, don Jacinto Ortega Casado. De origen serrano, de Checa, más concretamente; una pequeña localidad próxima a Molina de Aragón, cuya popularidad radica en sus crudos inviernos. Don Jacinto era ganadero de ovino a principios del siglo pasado, en su provincia natal. La dureza climatológica del lugar obligaba a trasladarse a otras zonas de España, antes de que el frío invernal y la nieve castigaran a los rebaños. En este punto, es cuando se inicia el estrecho vínculo de la familia Casado con la trashumancia. Después de la festividad de la Virgen del Pilar, pastores, demás empleados y el propietario, junto con sus respectivas familias, emprendían la marcha hacia Sierra Morena, en particular, a la serranía jienense. Así fue como Ortega Casado adquirió, finalmente, la finca de “Los Monasterios”, en la localidad de Baños de la Encina.

Tras dicha adquisición, don Jacinto compró el primer hato de vacas bravas. Lo hizo en la misma provincia de Jaén, en el municipio de Vilches, en 1914. En aquella localidad, pastaban las vacas de don Celso Pellón, cuya procedencia mayoritaria era del Duque de Veragua. Por aquel entonces, no se había consolidado la gran revolución del toreo de “Gallito” y de Belmonte. Por tanto, la bravura desmesurada y el espectáculo en varas de los toros del Duque los hacían muy cotizados. Volviendo a la transacción, esta consistió en un total de treinta vacas y un semental. El ganado era, como se ha dicho, procedente de Veragua. Sin embargo, don Celso también tenía animales oriundos del Conde de Santa Coloma. El actual ganadero, don Rodolfo, no niega la posibilidad de que, en su vacada, quede alguna reminiscencia de esta última sangre. Más adelante, retomaremos este hilo.

Seis años después de la primera compra, don Jacinto Ortega realizó otra. Esta vez a don Santiago Ortega, del pueblo de Andújar, también en la provincia de Jaén. En total, adquirió cuarenta vacas y otro semental. No obstante, tenían una procedencia algo distinta a las de la primera compra. Don Santiago Ortega tenía en propiedad ganado de origen “vazqueño”, casta fundacional de Veragua. Por tanto, esta nueva transacción supuso un salto atrás genéticamente, y si me lo permiten, una apuesta en la pureza de la raza. Hasta después de la Guerra Civil no hubo nuevas adquisiciones de “madres”, pero sí de algunos sementales. Don Bernardino Giménez Indarte, también natural de Checa, tenía ganado bravo en Linares, Jaén. Concretamente, animales del Marqués de Villamarta. A él le compró don Jacinto dos sementales. Sin embargo, el tiempo de cubrición de estos últimos fue breve. Por tanto, dejaron poca impronta en la genética de la ganadería de la “jota” y la “o”. En aquellos mismos años, al ganadero de Cuenca, don Rufo Serrano, le compró Ortega Casado un semental de procedencia de Vicente Martínez. Sin embargo, no era de encaste Jijona, sino de la Concha y Sierra. Muchos desconocerán que don Vicente Martínez adquirió en 1875 un semental, llamado “Español”, a Pérez de la Concha, sobrino de don Joaquín de la Concha y Sierra. Por tanto, don Jacinto, con esta nueva compra, incidía nuevamente en su empeño en la procedencia “vazqueña”. Una vez terminada la contienda nacional, adquirió, en 1944, ganado de don Diego Collado, de las Navas de San Juan: cincuenta vacas y un semental. El ganado de Collado era también de procedencia “veragüeña”. Once años después de esta última compra, murió don Jacinto y lo relevó al frente de la ganadería su primogénito, don Pascual Ortega García, acompañado más tarde de sus hermanos D. Rodolfo y D. Isaac.

La particularidad de esta ganadería radica en la trascendencia que la trashumancia tuvo en su gestión. Desde la fundación de la misma hasta hace escasos años, los animales abandonaban cada año, a finales de mayo, la sierra jienense para transitar por la Cañada Real Conquense hasta la serranía de Checa, en el Alto Tajo, en busca de pastos frescos durante el verano. A mediados de octubre,huyendo de los rigores del invierno, emprendían el camino de vuelta hacia la Sierra Morena Jienense.La práctica trashumante de la ganadería se inició primero con los machos, parte de los cuales, cuando llegaban a Checa, continuaban su andadura hasta la provincia de Castellón. Permanecían en el pueblo de La Llosa hasta que se vendían para las fiestas del propio municipio y de los pueblos del entorno.El propósito era vender todos los toros y regresar a Checa solo con los bueyes. Años más tarde, las vacas se incorporaron a la trashumancia, práctica que se ha estado realizando ininterrumpidamente hasta hace dos décadas. Además, según me dijo mi interlocutor, don Rodolfo, los Veraguas de esta ganadería no han faltado ni un solo año en las calles de muchos pueblos de Castellón y Valencia, con la salvedad de los años de la Guerra Civil. Quizás sea la única ganadería con este palmarés. Nunca ha faltado a la cita. Incluso en las épocas de más festejos reglados en nuestro país, los herederos de Ortega Casado reservaban toros para sus fieles clientes. Tanta es la vinculación de la ganadería con la región levantina, que los toros de Jacinto Ortega se conocen como “los jacintos”, gozando de buena fama y prestigio por su buen comportamiento y resistencia en la calle.

A lo largo de su dilata existencia, se han lidiado novilladas picadas, sin picar y corridas de toros en muchas plazas de España y algunas de Francia: Vista Alegre (Madrid), Colmenar Viejo, Tarragona, Tortosa, Úbeda, La Roda de Andalucía, Aranda de Duero, Marsella (Francia) entre otras muchas repartidas por toda España. Figuras del Toreo como Dámaso González, muy vinculado a la casa, Capea, El Soro mataron corridas de toros de esta ganadería. Incluso los maestros Ruiz Miguel y Roberto Domínguez inauguraron la plaza de Siguenza (Guadalajara) lidiando toros de este hierro.

Otro elemento característico de esta vacada, dado su origen, es la variedad cromática de sus pelos; desde el negro al cárdeno, con todos los accidentes posibles: facados, luceros, coliblancos… Sin embargo, son menos habituales los berrendos y los jaboneros. No porque no se den, sino porque la política comercial lo impide. En los primeros años de la ganadería, no se quedarían animales de esos pelos por su fácil confusión con los cabestros. Por tanto, en los tentaderos de machos, que antaño se tentaban todos, se rechazaba cualquier ejemplar berrendo o jabonero. Por muy bueno que fuera. Es menos habitual que nazcan becerros de pelo cárdeno. Aquí surge la duda de si puede ser alguna reminiscencia de la sangre de Santa Coloma de don Celso Pellón. Sin embargo, no es un pelo incompatible con el origen “vazqueño”. Esta casta fundacional, dada su amalgama de procedencias, se caracteriza por su variedad cromática. Se dice incluso de don Vicente José Vázquez, fundador de casta, que distinguía a las vacas por su pelo. Llegó a tener más de cinco mil… De todos modos, esta segunda opción alcanza más fundamento si se tiene en cuenta el reciente informe hecho por la Unión de Criadores del Toro de Lidia. Este concluyó que la ganadería tiene procedencia “vazqueña”, con predominio del Duque de Veragua.

No podría concluir estas líneas sin hacer una referencia al estado actual de la ganadería. En la actualidad, se forma a partir de cien vacas de vientre. En tiempos pasados, llegó a tener doscientas cincuenta. En la selección se prima la “casta en el caballo”, según palabras del mismo ganadero. Tampoco se olvida la clase en la muleta y “los finales”. Es, por tanto, una selección exigente, muy exigente. Aunque antaño tuvieron predicamento en las plazas, dada la estructura del mercado taurino la mayor parte de la camada, entre veinticinco y treinta machos, hoy en día se lidia en las calles de la región levantina.

Sin ánimo de aburrir más al lector, concluyo agradeciendo la amabilidad del ganadero. Reconforta saber que aún quedan románticos en esta nuestra pasión. Desde estas líneas, quiero transmitir mi deseo de que los toros de mirada desafiante sigan pastando en “Los Monasterios”.

Por Francisco Díaz.

Foto Rafa