Se ha celebrado la primera corrida de aniversario de la Monumental Plaza de Toros México, que registró más de media plaza en una muy agradable tarde.

Se lidiaron dos toros de “El Vergel” para rejones, uno que colaboró por momentos, y el segundo que buscaba la huida, barbeando las tablas en total actitud de mansedumbre, sin presencia y con muchas complicaciones. A su vez 6 toros de Montecristo que fueron en general sosos, débiles, descastados y algunos con cierta nobleza, destacando el tercero de la tarde.

Diego Ventura es sin lugar a dudas el mejor rejoneador del momento, con una capacidad superdotada cuando se encuentra arriba de un corcel . Su primero fue enterándose poco a poco, rompiendo a más gracias a las caricias de las colas de los caballos, que como mascadas al aire volaban rozando los pitones del ejemplar. Haciendo gala de una equitación perfecta, lució en los cambios de pista emocionando a los tendidos antes de clavar, sometiendo en todo momento a su enemigo, como un auténtico centauro, dando en todo momento los pechos de los caballos y clavando al estribo, con limpieza y suavidad como en una fina danza donde ambos protagonistas están compenetrados y pareciera una coreografía intacta que tiene el compás perfecto. Era tal el embeleso que casi se rozaban los belfos de ambos animales. Diego muestra mucha verdad en su toreo, y eso pocas veces se ve. La entrega y la pasión que imprime en cada flor que adorna los morrillos es sin duda una obra de arte, y a veces a pesar de que nos transmita, algunos no somos capaces de entender al autor. Lamentablemente la danza se malogró en el último momento y lo que pudo ser un triunfo, quedó en una emotiva ovación.

Su segundo, a quien quiso recibir con la garrocha, salió sin enterarse, como si el caballero en plaza no estuviera presente, como si buscara la salida con retorno a su origen desesperadamente. Fue abucheado desde el principio por su falta de presencia, por el desencanto de ver tal mansedumbre, de ver un “marrajo” en la arena del enorme coso. Diego hizo todo lo posible por lidiarlo en las mejores condiciones pero la molestia del público era tal que tuvo que abreviar. A pesar de haber conseguido momentos brillantes, no hubo encanto que repercutiera en los tendidos y ésto aunado a lo complicado que fue matarlo, ocasionó una molestia que terminó en algunos pitos para el lusitano.

Cabe destacar que la señalada ganadería no provee de toros a los rejoneadores. Quizá hubiera sido a última que Ventura hubiera elegido si se le hubiese tomado en cuenta. Pero la casualidad es que un día después será el navarro, quien lidie lo que seguramente será un muy bien presentado encierro. Y al “Vergel” lo administra, valga la redundancia, la misma administración de Hermoso. ¿Casualidad o causalidad?

Joselito Adame venía en una interesante apuesta. Tras haber cambiado sus poderes que hoy están en manos del español Sánchez Mejías y el matador en retiro Eulalio López “Zotoluco”, y dejar a sus apoderados que justamente son los mismos que llevan al caballista, había especulaciones, ya que lleva un par de años que a pesar de tener triunfos, no ha dado la nota para escalarse a sí mismo, a pesar de que en Viejo Continente se ha hecho de un nombre, aquí no ha habido esa consolidación para ser declarado una figura del toreo, así que había mucho que apostar y echó sus cartas a ojos cerrados. Se ve la mano del Zotoluco atrás como una evidencia sólida de lo que viene para José.

Crear es una capacidad de los artistas más grandes, las obras monumentales requieren atrás de un sólido trabajo, de una firme estructura, de un férreo ir y venir. De trascender a las adversidades y comprometerse con la vida, como si se viviera cada minuto el último momento. Ese Niño que un día vimos con apenas unos años y mucha afición hoy es el torero más importante de México y es lo que aconteció esta tarde.

Cabe señalar que un grupo de reventadores se dedicaron a hostigar al torero durante toda su comparecencia, y quizá fue esa la gota que una fina copa dejó deslizar por su cristal. Y con esa finura respondió el hidrocálido.

El soso de Montecristo no daba esperanzas de poder ver al torero, sin embargo es toda esa estructura del artista que lo hace conocer al toro y de ese modo consentirlo, esperarlo, someterlo y dominarlo como un virtuoso. Y paso a paso lo fue envolviendo, como ese seductor que sabe el momento justo en que una rosa, una palabra, un roce de los labios va a cautivar a la doncella. La seda en el cuerpo queriendo apenas tocarse, el vaivén de dos cuerpos que al unísono entablan una conversación sin palabras, el aire que falta entre los dos protagonistas que se estremecen a sí mismos causando un enorme eco en los voyeuristas aficionados que nos encontrábamos presentes, ávidos de ese erotismo inconsciente que es el toreo.

Y el estallido se volcó en pañuelos, que como palomas blancas solicitaron los auriculares del complacido y noble que acabó entregándose a José.

En su segundo vendría el espasmo mayor. Un emotivo quite por zapopinas, enfrentaba a los dos personajes, que como en un apasionante tango se enlazaban, como el vaivén de las olas que por momentos los hace reventar y eso se sintió en todo momento. Siguieron sus detractores increpando e intentando que el sensible público cambiara el ánimo, pero por el contrario, “vítores” de “Joselito” se escucharon por toda la plaza  enmudeciendo a los bandidos.

Y quizá fue ese sentir el que confirmó a José que esta es la plaza a la que pertenece, la que vale un romance, la que envenena la sangre y la que merece su total entrega.

Con una paciencia de Dioses, acarició como una madre a su bebé, las embestidas, le fue mostrando el camino, lo fue templando como la espada misma que forjada en acero, llega a ese punto perfecto. Lo hizo estremecer hasta que se leía, “soy tuyo, aquí estoy”. Y así fue. Ni el viento quiso soplar para no interferir en su momento de gloria. Nada los podía detener, se podía escuchar la agitada respiración de ambos, creando el romance perfecto, y la plaza, fiel testigo del clímax de un verdadero idilio.

Un apéndice recibió, y los pañuelos pedían más, como si el público estuviera sediento, quizá esta haya sido la tarde más importante de José en su paso por la cumpleañera.

Hoy ha dejado sello de su calidad y capacidad. ¡Y que venga lo que siga, porque tenemos figura para rato!

 Ernesto Tapia “Calita” se había ganado su presencia en esta tarde a pulso, con una gran actuación previa y el corte de dos orejas.

Su primero tuvo las mejores notas. Él se vio variado, poniendo en cada paso que daba el recuerdo de una carrera de lucha en la que ha tenido que sobreponerse a su propia familia. Quizá le faltó mesura. Tandas muy largas y con sentimiento, con ese profundo sentir de quien quiere ser, de quien ha encontrado el billete ganador y no quiere soltarlo. Aprovechando cada embestida con compromiso y logrando transmitir y llegar a las alturas. Con una sonrisa que denota el sueño en su realización. Y es que tuvo todo para convertirse en un triunfador, todo el Universo conspiraba en su favor, era todo perfecto, flotaba con el toro en una faena ceñida, vistosa y donde hizo gala de sus conocimientos. Pero la perfección no permite la confianza, pues pese a una buena estocada que tuvo pequeñas deficiencias, esa empatía se acabó y llegaron varios golpes de descabello a terminar con un súbito despertar.

Su segundo muy soso y Ernesto porfió, insistió, obstinado en conseguir un repunte, después de que sus alternantes habían tocado las mieles, y no quería irse sin ellas, pero a pesar de su decisión y esas ganas inconmensurables de ser, no se pudo.

Momentos muy válidos que la gente le agradeció enormemente pero que no le valieron el honor. Sin embargo ha dejado el grato sabor de un buen vino en la boca y esperemos sea tomado en cuenta a partir de ahora como una realidad, más que una posibilidad.

Cuando se habla de Andrés Roca Rey hay que quitarse el sombrero. Lo que ha logrado este chaval en tan pocos años es sin duda algo único.

Para que una prenda luzca, debe sin duda haber pasado por las manos del mejor sastre, que sabe perfecto que un milímetro puede ser la diferencia, y es ese milímetro el que cambia en el ruedo la vida de la muerte. Los trazos puntuales, sin enmendar porque traerían una arruga, un defecto y no lograrían que esa prenda fuese perfecta. Cada uno de los pliegues que con filigrana van moldeando el divino bordado, son trazados con el mejor hilo. Cómo en el toro. No caben los errores, porque echarían a perder la faena. Y Andrés parece saber pese a su corta edad cada uno de los trazos pertinentes. A pesar de la costumbre de un toro que embiste de largo y que poco a poco pierde fuerza, también es capaz de acortar las distancias a un toro que prueba, que engaña y que se queda corto. Y así, en ese terreno donde el formol empieza a ebullir, se vuelve el “David”. Esa firme escultura, que no es capaz de pestañear y que parece tener hechizado a su enemigo qué pasa por dónde no cabría una aguja. Cómo si el toro se estrechara para poder caber, para poder llegar a donde el peruano ha puesto el engaño. Es como un mago que logra desaparecer a su modelo. Roca desaparece el espacio, genera una expectación infernal y nos preguntamos. ¿Cómo pudo someterlo por ahí?

Así volvió a conquistar a la septuagenaria y se hizo de una válida oreja.

Su segundo fue quizá el peor del encierro, tan soso que pese a sus intentos la creación no llegó. Y también es de resaltar que estas tardes tan largas, hacen que el público se canse y al no ver un triunfo en camino empiecen a abandonar el coso, lo que seguramente le valió a Andrés para quedarse con el buen sabor de la oreja cortada y abreviar en el que cerraba plaza, dadas las circunstancias. Así que se despidió en silencio.

 

Por Alexa Castillo