Bajo las encinas, acebuches y pinos que tapan las fincas ganaderas, la situación cada vez es más delicada. Ser ganadero es de por sí un acto de vocación y valentía, ser ganadero de reses de lidia es prácticamente una locura, y hoy en día es una ruina. La situación no tenía los mejores precedentes, pues los pasados años, al que le salían los números se podía dar con un canto en los dientes, y el que perdía dinero aguantaba como podía. Ahora eso se ha terminado.

El bajonazo económico que está viviendo nuestro país es de tales dimensiones que todavía no somos conscientes de ello, y al que sólo los más fuertes aguantarán a duras penas. Con los festejos a cuentagotas, el campo rebosa toros por todos los lados, lo que hace que su precio se hunda. Y todo esto teniendo esperanzas de que el año que viene se puedan lidiar un número mayor de animales, pero la situación no pinta bien. Y sin querer ser pájaro de mal agüero, pero siendo realista, si las cosas no cambian muchas fincas despacharan sus animales hacia los lúgubres pasillos y las tristes corraletas de un matadero, dónde al rey de la dehesa se la trata como a cualquier animal de abasto. Por eso, vuelvo a hacer hincapié en que el sector ha de trabajar este invierno para que la próxima temporada pueda empezar en marzo con las mejores expectativas. Pero esto es predicar en el desierto, pues la pereza y la avaricia de los principales interesados roza niveles desproporcionados. Pero volvamos al tema que nos incumbe.

La situación ganadera es crítica. Con el Gobierno de la nación puesto en nuestra contra y las ayudas europeas liquidadas, el futuro es poco esperanzador. Todo ello promovido por unos ideales de marginación hacia la tauromaquia. ¿Taurofobia? Quizá eso padezca el Ministro de Cultura, que aborrece promover los espectáculos taurinos. Perdone usted, Sr. Uribes, si es Ministro de Cultura ha de respetar y promover la cultura, sin distinciones. ¿O ustedes se imaginan que el Ministro de Sanidad dijera que no va a fomentar la lucha contra el cáncer? Sería algo alarmante. Sectarismo y discriminación en potencia que pretendemos arreglar con una carta.

Pero la clave está en el destino y el fin de la cría del toro bravo. Es una cosa difícil de entender, pues los defensores de la libertad, la pluralidad y de dar amparo a todo el mundo son los más sectarios cuando el necesitado no es de su agrado. Hipocresía pura. Es indignante ver cómo un ganadero de pardas alpinas seguirá cobrando su PAC por vaca nodriza mientras que uno de toros de lidia no. O también es enervante ver cómo los diferentes gobiernos, incluido el central, gastan decenas de partidas millonarias en proteger especies como la carceta pardilla cuando seguro que hay más ejemplares de estas aves que vacas de Partido de Resina. Y me pregunto yo: ¿dónde estarán todos los ecologistas que defienden con tanto ahínco la protección de ciertas especies de plántulas a la hora de reivindicar el patrimonio genético que guardan las casas ganaderas? Hipocresía pura. Pero la culpa la tienen también las Comunidades Autónomas. Y preocupan de manera especial las dirigidas por los partidos “defensores” de la tauromaquia. Queramos o no, la tauromaquia está politizada hasta el tuétano, y dependemos de las administraciones, y si estos son los que nos tienen que defender, apaga y vámonos. La única que se salva es la Comunidad de Madrid, que por el momento tiene intención de invertir 4.5 millones de euros en las ganaderías bravas.

Esto lo podían aplicar el resto de las autonomías, pero volvemos al kit de la cuestión: el fin de la cría del toro bravo. ¿O los ganaderos de carne de Castilla y León, por ejemplo, no recibirían ayudas si no pudieran vender la carne que producen?

Todavía estamos a tiempo de rectificar, protestar y reprochar sus desprecios, o en unos meses veremos camiones saliendo de las dehesas con dirección al matadero más cercano o toros charoláis andando por los cercados entre vacas bravas.

Por Quique Giménez

Foto Pelae Díaz