Las tres corridas de Albaserrada han sido un muestrario de la casta brava y el irrenunciable interés y necesidad de la misma para el futuro de la corrida de toros.
Sin entrar en definiciones completas y complejas, la casta es lo que se separa de la docilidad. Acompañará o no a la bravura, pero permite fijar el carácter del toro de lidia.
La singularidad de la corrida de toros estriba en el dominio de la imprevisibilidad de la embestida del toro y la creación de la belleza en ese dominio, que para su creación el artista pone en riesgo su vida. Esa singularidad es, probablemente, lo que la marca como un espectáculo radicalmente moderno y la justificación de su persistencia. Como dice Luis Francisco Esplá: “No hay ningún otro material artístico que ponga problemas al artista”.
Me declaro totalmente contrario a la previsibilidad, a la nobleza como la cúspide de la bravura y creo que la supervivencia y el interés de la corrida de toros está en el riesgo real y no sólo teórico, que es salvado por el conocimiento y valor del matador de toros. No está en las formas, por bellas que sean si éstas no son creadas delante de un toro con casta y por tanto con problemas que resolver.
Las corridas de Albaserrada han permitido ver las distintas maneras de comportarse con los toros, con sus problemas y sus bondades y todas se han resuelto teniendo que tirar de valor y conocimiento, sin que eso haya evitado los riesgos. No ha sido el mayor problema para los toreros el riesgo físico que lo han sufrido en su carne, especialmente Manuel Escribano y Román, también está el riesgo profesional, la cotización de su futuro, que sube y baja con relación a su manera de comportase y resolver la lidia. Si el toro es previsible el escalafón también lo es.
Roca Rey no ha podido dar el golpe de autoridad que se esperaba y posiblemente no vuelva a encontrarse con frecuencia con estas divisas exigentes y eso perderemos los aficionados en nuestro disfrute y el matador en su gloria, aunque quizá no en su cotización.
Román, con cuyo valor hemos disfrutado en la plaza y Emilio de Justo, también Gómez del Pilar, han salido reforzados, aunque no se librarán del encasillamiento de las corridas duras. El resto no han mejorado su cotización e incluso algunos como Octavio Chacón y Ángel Sánchez han registrado una pérdida de interés.
En fin, movimientos en el aprecio de muchos aficionados, que han sabido valorar a los toreros en función de las dificultades de los toros a los que se enfrentaron y que muestran cómo se movería el escalafón si los toros tuvieran los problemas y las virtudes de la casta.
Por eso es irrenunciable la casta de los toros y por eso Albaserrada marca el futuro de la corrida de toros, que debe separarse de la previsibilidad, de la búsqueda de la máxima docilidad del toro que permite empezar las faenas una y otra vez sin que los toros hayan aprendido de los errores de los matadores, que la máxima aspiración no sea la duración de la faena de muleta en interminables series sin dominio ni interés y que se haga realidad en las corridas de feria, que la singularidad de la corrida de toros consiste en ser un espectáculo donde el riesgo del artista está presente y donde triunfar sin riesgo es triunfar sin gloria.
Por Andrés de Miguel