La corrida concurso de Arlés es una muestra de como denigrar uno de los festejos más bonitos de la tauromaquia.  Lo principal de una corrida concurso es la variedad de encastes. La competencia entre las diferentes ganaderías a lidiar. Unas reglas establecidas con anterioridad. Los diferentes puyazos, donde están delimitadas las marcas en el suelo, y en el que solo un picador se encarga de medir la bravura en el penco.  Todo lo demás, son patrañas e inventos. Una toque de marketing puro y duro, para dar ambiente a la feria.

Partiendo de la base que la figura de turno del cartel, el grandilocuente Julián López “El Juli” ha elegido con antelación los toros que va a lidiar, un toro de Victoriano del Río y el otro de Garcigrande. Imagino que no habrá sorteo. ¿Para qué? Si todo está ordenado según el guion de Luisma Lozano.  Además la figura apoderada por la casa Lozano lleva el sobrero bajo su brazo. Una mezcla de poder y despotismo que hacen de la concurso de Arlés un paripé en toda regla para engañar a los aficionados.

En una corrida concurso las ganaderías deberían lidiar según el orden de antigüedad. En Arlés el orden lo pone El Juli. La pantomima ha llegado a Francia, con El Juli como protagonista. Las buenas intenciones de Juan Bautista se han esfumado por el “Bulevar” de los sueños rotos.

Triquiñuelas y falsedades, de concurso solo tiene el nombre del cartel. Realmente eso se podría considerar “publicidad engañosa”. Toda corrida concurso tiene sus reglas establecidas. A Paco Ureña le toca un toro de Jandilla y otro de Alcurrucen, y  Salenc uno de Santiago Domecq y de Pages-Mailhan. Así son las cosas. Asi se hacen las corridas concursos en la “vieja” normalidad del Juli y compañía.

Una corrida concurso con un guiño a la casa Lozano. Dos toreros a los que apoderan y un toro de su ganadería principal. Vivan las corridas concursos sin competencia. Una nueva modalidad que Arlés ha decidido ser pionero.

Por Juanje Herrero