No existe sistema más contradictorio que el taurino, donde tantas veces quienes formamos parte de este mundillo decimos con frecuencia aquello de ¡vivir para ver! (como el título del magnífico programa televisivo de nuestra niñez del gran Alfredo Amestoy). No basta que el toro haya estado de brazos cruzados durante parte de la pandemia viviendo de sus antiguas glorias y olvidando el trascendental futuro, cuando ahora se tropieza de nuevo en la piedra de los despropósitos.

Resulta que Albacete era uno de los últimos reductos de un ciclo ferial serio, donde se lidiaba el toro de verdad, con una afición entendida y exigente, precios acordes en taquillas y quizás la última isla de lo que era una feria de categoría en la gran temporada española. Sin duda la mejor del mes de septiembre, con un liderazgo en solitario, porque Logroño hace unos años –en el desbarajuste existente entre el cambio de plazas perdió su identidad y con ella el toro serio- se apeó de ese pódium para ser una más. Y Albacete seguía fiel a su estilo, mientras que muchas veces, en ese mes septembrino, desde el resto de las ferias se miraba con sin cierta envidia a todo lo que ocurría en el coso de la capital manchega.

Hoy todo aquel prestigio se pone en peligro al jugar a la ruleta rusa el Ayuntamiento de Albacete y confiar la gestión en el francés Simón Casas, que puede destrozar en un poco tiempo lo que ha sido un modelo para la Fiesta y un ejemplo en el que debieron mirarse la mayoría de las plazas. Porque de oficializarse la decisión de conceder la plaza a Casas es la mayor torpeza vivida en mucho tiempo. Y de la que también llama la atención ver cómo el Ayuntamiento de Albacete está presidido por un alcalde, que es periodista y ejercido la crítica taurina con rigor y conocimiento, como es Vicente Casañ y por el motivo que sea no haya dicho a quién debían valorar quién es este siniestro personaje de Simón Casas. Miedo da que esa isla de prestigio, Albacete, se pierda por confiar en este nefasto empresario que ha dejado contra las cuerdas, nada menos, que la grandeza de Las Ventas y atesora tantos borrones negros en su currículum, siempre bajo la verborrea propia del engaña-tontos.

Y en este laberinto de contrariedades da pena ver mezclado a Manuel Amador con el vendehúmos de Simón Casas. El torero dinástico de Albacete tiene otro talante y categoría como para viajar bajo el yugo del francés, un palabrero con la verborrea de los viejos charlatanes que vendían baratijas.

Ojalá haya pronto buen criterio y no haya que escribir pronto ‘Albacete, otra plaza que se pierda’ ‘Adiós al prestigio de Albacete’, porque en tantos años uno ya ha visto infinidad de cosas  y da mucha pena que Albacete juegue a la ruleta rusa con su bien ganado prestigio taurino.

Paco Cañamero