A Alejandro Marcos se le fue la confirmación de alternativa en una tarde gris y, desde ese momento, parece como si el torero se hubiera acabado. Como si ya haya alcanzado su meta profesional, porque incluso –según cuentistas, especie que abunda- ha dado la impresión que se saldó arrojando agua sobre su pólvora para apagar su explosión artística.
¡Qué poco sabe ya la gente de toros! Y qué nula cultura hay para conocer toreros y ver qué pueden dar de sí. O hasta dónde pueden llegar, como si en esta globalización todos fueran iguales, cuando realmente cada uno es un mundo y tarde en explotar profesionalmente. Es evidente que hay toreros nacidos con el aura y desde que empiezan son portentos. Es el ejemplo de Paco Camino, a quien aquel extraordinario periodista y escritor que fue Gonzalo Carvajal bautizó como ‘el niño sabio de Camas’, porque desde sus inicios de becerrista ya marcó dónde llegaría. O muchos que llegaron después y fueron precoces, ejemplo del viejo Manzanares, del Juli…o ahora de Tomas Rufo, quienes son excepciones. Porque los toreros necesitan de recorrido y tiempo, más aún los toreros largos, a quienes hay que esperar.
Es el caso de Alejandro Marcos, dueño de una sensibilidad y estilismo que lo ha convertido en una gran ilusión de esta tierra, aunque desde su confirmación no falte quien ahora se haya cambiado de bando y aquella ilusión, hoy, la pinten de color zaino.
Ni mucho menos, quizás antes sobró algún elogio, seguro. Pero en este momento lo que sobran son casi todos los que juegan a adivinos. De momento un torero que en los últimos meses ha sido capaz de crear obras de arte como en Salamanca, Arévalo, Cantalejo, Valdemorillo… hay que esperarlo, que han sido la mayoría de sus actuaciones, aunque alguna también la tuvo a un nivel inferior, como el mano a mano en Alba de Tormes, aunque el tsunami de parabienes de llevó todo por delante. Pero quien es capaz de torear así de bien y con esa sensibilidad no se olvida de un día para otro.
Por esa razón, hoy mojo la tinta torero para alabar a un torerazo que tanto nos ha hecho disfrutar; a un prototipo de torero largo y de esencia, de lo que necesitan recorrido y largo metraje profesional hasta que acaban por romper. Su interpretación pide paciencia, ir curtiéndose cada día que se vista de torero hasta que llegué esa explosión que tanto esperemos. Y todo tiene su tiempo, como una buena cocción.
Siempre fui un apasionado de aquella generación de los 70 de grandiosos toreros donde, salvo Manzanares y El Niño de la Capea, que llegaron a la alternativa de figuras, al resto le costó años y muchas oportunidades hasta que acabaron deslumbrando con su arte desde el podio de las figuras. Desde luego que si no hubiera habido paciencia no hubiéramos disfrutado de la grandeza de Julio Robles, de Curro Vázquez, de Roberto Domínguez, de Ortega Cano, de José Antonio Campuzano… a quienes tanto le costó romper a figuras, dejando atrás tardes grises. Pero había que esperarlos, porque eran toreros largos.
Y eso ocurre con Alejandro Marcos, a quien le queda que dar lo mejor de sí muchos años, pero hay que tener paciencia. Porque una mala tarde la han tenido todos los toreros y el mundo ha seguido girando. Y a Alejandro le quedan que regalarnos muchas satisfacciones. Pero para ello, insisto, hay que tener paciencia.
Paco Cañamero