La Sevilla taurina lleva tiempo con el paso cambiado y el bello marco de Real La Maestranza, siempre tan ceremonioso, en ocasiones ya semeja una plaza bullanguera que un tempo del toreo. Hace ahora 30 años, el maestro de las letras, Antonio Burgos, escribió en uno de sus recuadros que la llegada del AVE acabaría transformando la personalidad del coso del Baratillo con tanto madrileño que vendría en el día a ver los toros. Lo que en principio nadie daba importancia, al final ha tenido, otra vez razón, el genial escritor sevillano. Aunque para ser exactos la pérdida del sentimiento sevillano comenzó hace una década, cuando se empezaron a perder los simbólicos silencios, cuando empezó la gente a levantarse entre toro y toro, cuando se escucha algún grito sin venir a cuento (made in Las Ventas) o la cada vez mayor proliferación de borrachos en los tendidos.

El techo se ha vivido esta feria y concretamente en la corrida del sábado de pre-feria cuando no fueron capaces de ver, ni de premiar, un trasteo de aroma clásico, con profundidad, sabor y pleno de sevillanía que protagonizó Morante de la Puebla con un Jandilla. Fue una de las grandes faenas de la temporada, con sabor y empaque, con pureza mientras rubricaba lo que ha sido una obra de arte y que, incomprensiblemente, ese público –no afición- que siempre cató esas maravillas y fue tan sensible cuando algún torero se las regalaba, ahora han perdido las pituitarias para olfatear la grandeza de lo bueno. ¡Qué pena! Si esa faena la hace Curro Romero –que era imposible pudiera rubricarla- a La Maestranza hasta le cambian el nombre. Y sin embargo con el mejor torero de esta época, con un sevillano que ha sabido beber en las mejores fuentes de la torería hispalense han sido incapaces de darle el sitio de honor que se ha ganado.

Y eso que la de Morante no fue una de las llamadas faenas sordas, que tienen mucha importancia, pero las ven y paladean muy pocos, quien de verdad entiende; no, porque la de Morante tuvo luz y belleza, torería y empaque, genialidad y aroma para ser hasta ahora –con mucha diferencia- lo mejor en lo que va de temporada. Y Sevilla no fue capaz de disfrutarlo. Aunque eso sí, ese trasteo crecerá con el tiempo y mientras será un lunar negro en la historia de La Maestranza, tendrá su sitio de honor en el corazón de los buenos aficionados.

Me recordó, en el contexto final, no en las formas, una vivida hace tres décadas en Salamanca con Miguel Espinosa Armillita de protagonista. Ese día, el pequeño de los Armilla cuajó perfectamente al natural a Chafaroto, un gran toro de Dionisio Rodríguez y apenas se enteró nadie, porque la gente estaba pendiente de Rincón, en su explosiva temporada de 1991 y de un joven Rafi Camino que llenaba los tendidos de chavalas. Sin embargo, a medida que transcurrió el tiempo, las naturales de Armillita tuvieron su sitio y esa faena permanece en el recuerdo de quienes la disfrutaron como una obra de arte.

Lo mismo ocurrirá con Morante, que ayer en bordó el toreo, aunque en la desnortada Maestranza no se enteraron, o no quisieron, que es peor.

Paco Cañamero