A Conrado, el viejo maletilla, el último resquicio de unos tiempos marcados por la bohemia alrededor de las capeas, ha perdido la sonrisa. Y también las escasas ilusiones que le quedaban en una vida tan marcada por el materialismo y las prisas, algo que siempre estuvo en las antípodas de su existencia.

Muy mayor, cerca de alcanzar el centenar de años, a raíz de sufrir unos problemas de salud y llegar la terrible pandemia, gracias al buen hacer de gente cercana a él, fue ingresado en la Residencia Mixta de la Diputación Provincial (conocido como el hospicio), el sitio natural para estar bien atendido y alimentado en esos meses tan crueles marcados. Porque hasta entonces, él que siempre quiso estar a su aire y volar libre como un pájaro, viviendo en un furgoneta abandonada situada detrás de una gasolinera, al lado de la carretera de Portugal. En aquel minúsculo habitáculo tenía su ‘casa’ y las escasas pertenencias, limitadas a regalos que le habían hecho en forma de placas en diferentes homenajes recibidos y el más sentimental de todos, una muleta regalada por Santiago Martín ‘El Viti’ que era su mayor tesoro por la inmensa admiración que guardaba por el maestro de Vitigudino, a quien conoció desde sus inicios. Porque Conrado fue un hombre sobrio, que comía lo justo, manteniéndose siempre magro y fibroso; vistiendo de manera humilde, con la camisa anudada y su aspecto ennegrecido, con profundas arrugas que parecen navajazos, fruto de los calores veraniegos y los fríos invernales. Nunca se le conocieron gastos, ni dispendios, por lo que el poquito dinero que cayó en sus manos –fruto de algún ‘guante’ logrado en las capeas de La Raya y de la época que se dedicaba al menudeo de tabaco americano que traía de Portugal para servir diferentes establecimientos de su confianza en Ciudad Rodrigo- lo guardaba a buen recaudo, hasta lograr tener una importante cantidad.

Mientras él iba a lo suyo, con su aspecto de lobo solitario, sin perder interés por la Tauromaquia, de hecho cuando televisaban festejos acudía a verlos al Cruce, a La Bodega o a Los Arcos… todos ellos de su máxima confianza para estar al tanto de la actualidad e incluso de lo que cocía en los ambientes taurinos, con poca gente a su vera y en ocasiones siguiendo a algún torero de su interés, como ocurrió en los últimos años con César Jiménez y después con Juan del Álamo. Y así fue pasando una vida marcada por la bohemia alrededor de las capeas, sin más, ganándose el mismo respeto que cualquier persona, por él que vive y deja vivir, aunque esa ambiente fuese caldo de cultivo y que incluso le dio hasta fama, más aún cuando llegaron las redes sociales y mitificaron a Conrado. Aunque esa mitificación fue a todas luces exagerada e incluso hasta inoportuna. Conrado es quien es y punto: un ser libertino alrededor de los capeas. Nada más.

Total que un buen día fue ingresado y cuál fue la sorpresa que, sin que nadie le dijera nada, se dio cuenta que el dinero había desaparecido y nadie le daba una explicación coherente, al igual que todos los recuerdos, con la enorme pena de no poder acaricia la muleta de El Viti, con la que siempre dijo a sus íntimos que quería ser enterrado. Él entendía que, a lo mejor –algo que no le hubiera importado- tendría que pagar la residencia, pero no había problema porque la cantidad era muy elevada, de muchos miles de euros fruto de toda una vida.

Desesperado y triste salió a dar un paseo uno de esos días veraniegos y en la Plaza Mayor se encontró con un viejo amigo de siempre, unas de las pocas personas que goza de su confianza y amistad, el villaviejense Antonio Moro de la Puente, el popular Fondaco, novillero en sus años jóvenes y después empresario, además de responsable de la oficina de la Caja de Ahorros de su localidad. Antonio ‘Fondaco’ lo saludó con afecto y se interesó por él:

Antonio me encantaría invitarte a un café, pero no puedo. No sé qué han hecho con mi dinero que me ha desaparecido y nadie sabe nada. Nunca fui de gastar y ahora no tengo ni un céntimo. Y lo más tiste es que ha desaparecido todo lo mío, hasta la muleta que me regaló Santiago, que era el más preciado tesoro que he tenido en mis manos.

Tras el encuentro y al llegar la hora de comer, cabizbajo y triste, Conrado marchó para la residencia. Triste por quien ha abusado de su confianza y su situación para quedarse con esa cantidad tan importante, cuando aún está vivo y él debe ser quien decida por su dinero. Cabizbajo porque su única ilusión era ser amortajado con una muleta regalada por El Viti y que también ha desaparecido de su poder.

Ojalá esta denuncia sirva para poner orden, nombre y cara esos buitres que se han arrojado sobre un hombre que colea y, afortunadamente, no es cadáver. Para esa gente sin escrúpulos que se han convertido en herederos de Conrado sin que él lo disponga, robándole sus bienes y dinero de toda una vida.

Ojalá haya más justicia y más verdad en esta sociedad marcada por el dinero y las prisas, que siempre estuvieron en las antípodas de este personaje. De Conrado, el viejo maletilla, el último resquicio de unos tiempos marcados por la bohemia alrededor de las capeas, ha perdido la sonrisa.

Paco Cañamero