Comenzaba la segunda década del siglo XX, ya con José y Juan coronados como reyes del toreo y escribiendo una gloriosa época que ha pasado a la historia como la Edad de Oro, cuando en los campos de Salamanca se curtían cuatro chavales que conmocionaron, taurinamente, a la provincia y tierras limítrofes, hasta lograr que su fama se extendiese en todo el ámbito nacional. Por entonces, nadie quedaba indiferente ante la torería de Eladio Amorós, nacido en Madrid, pero de residencia salmantina, ciudad donde se crió y sus padres regentaban una zapatería llamada La Revoltosa en la Plaza Mayor, de ahí que en sus inicios fuese acartelado como El Chico de La Revoltosa; del artista sevillano, nacido en el mismo barrio de Triana, Manuel Jiménez Chicuelo; del genial jerezano Juan Luis de la Rosa y de un chavalín valenciano que, además, era una eminencia tocando el violín y se llamaba Manolo Granero.
Durante muchos años se habló de sus gestas y para el recuerdo han quedado multitud de festejos que protagonizaron. Como aquella novillada celebrada en Guijuelo, con Eladio Amorós, Manolo Granero y Juan Luis de la Rosa, quienes lidiaron reses de Coquilla y su actuación causó una auténtica conmoción en toda la comarca, transmitiéndose el testimonio de esa tarde de padres e hijos con verdadera pasión. ¡Y no se cortó una sola oreja!
Pasado el tiempo, excepto Eladio Amorós, que se quedó en el camino y acabó de banderillero en la cuadrilla de su hermano José, los demás fueron grandiosos toreros con carreras muy diferentes y suerte controvertida. Porque a Manolo Granero, cuando ya era figura y soñaba con comprarse una finca en Salamanca, siendo el más digno sucesor de Joselito, lo mató un toro en la plaza de Madrid; a Juan de la Rosa, que protagonizó una carrera de idas y venidas, sin alcanzar el techo que sus condiciones pronosticaban, además de tener una pésima espada, sumado a la vida muy desordenada, más pendiente de la fiesta y de las mujeres que de la profesión, acabó asesinado en Barcelona en plena Guerra Civil, por un lío de faldas, como fue el sino de su vida. De los tres fue Chicuelo quien fue dueño de una carrera más larga, protagonizando páginas memorables e históricas y siendo uno de los toreros que dio un paso adelante en la evolución de la propia Tauromaquia.
El pasado sábado se celebró el centenario de la alternativa de Chicuelo y también de De la Rosa, ambas en Sevilla, que entonces tenía dos plazas, acontecimiento del que se han referido los medios al ser una efeméride tan señalada. Chicuelo lo hizo en La Maestranza y Juan Luis de la Rosa en la Monumental que inspirase Joselito, con una diferencia de media hora y donde hubo un testigo que estuvo presente en los dos acontecimientos, el famoso periodista Gregorio Corrochano, quien dio fe en las páginas de del diario ABC.
Sin embargo hay otro hecho destacadísimo que ha pasado de largo en la biografía de ambos casos y nadie lo ha recordado, especialmente de Chicuelo. Se trata de la larga época que pasaron en Salamanca, un lugar tan importante para ellos y que les dejó infinidad de vivencias y numerosos amigos en esta tierra. Chicuelo llegó por primera vez en el invierno de 1915 de la mano de su tío Zocato, un viejo banderillero y que lo quería como a un padre, porque el suyo había muerto siendo aún un niño. Aquí pronto encontró afecto en la finca de Buenabarba, al lado de San Muñoz y más tarde en la cercana de Tejadillo, al igual que en Terrones, Coquilla, Matilla…, donde los ganaderos don Andrés Sánchez –quien quiso a Chicuelo como a un hijo-, don José Manuel García, don Santiago Sánchez, don Paco Coquilla, don Graciliano Pérez-Tabernero le abrieron de par en par las puerta de sus casas para facilitar que se instalasen en la provincia y vivir una etapa pletórica. Porque Chicuelo era un chaval que, además de un torero genial, se hacía querer-
Por entonces, Chicuelo, llegó a ser tan popular en Salamanca que hasta se fundó el Club Chicuelo (lo que hoy son peñas taurinas), situado en la viejo Café Suizo de la calle Zamora, con tan apasionados seguidores que fletaban trenes especiales cuando toreaba en Guijuelo, Béjar, Peñaranda, Zamora, Valladolid, Medina, Toro, Plasencia… Porque Chicuelo en Salamanca gozó de máximo cartel en sus tiempos de novillero, en medio de unos acontecimientos que han quedado recogidos en la solemne pluma del crítico charro José Gómez El Timbalero, uno de los inventores de la crítica moderna que dejó su magisterio impreso en El Adelanto, hasta que recién comenzada la Guerra ‘in’ Civil fue fusilado en la soledad del monte de La Orbada. El Timbalero siempre fue muy chicuelista y también muy seguidor de De La Rosa, desesperándose al ver cómo se quedaba en el camino ese muchacho jerezano que atesoraba tan buenas condiciones. Después acabaría siendo compadre de Juan Luis de la Rosa de una curiosa forma. Y es que en una ocasión que toreaba en Zaragoza y él se había desplazado a la capital del Ebro para cubrir su Feria del Pilar le comunicaron que acababa de ser padre; esa misma noche, envuelto en la felicidad y al encontrarse en la calle con Juan Luis de la Rosa se lo comunicó y éste se ofreció ser el padrino. Después, la gran pena fue que ambos compadres, el genial crítico y el torero, muriesen de manera trágica y tan jóvenes aún por aquella locura de la Guerra ‘in’ Civil.
De Chicuelo basta decir que la primera vez que vistió de luces fue en la vieja plaza de Tejares (era igual a la de Ledesma y permaneció hasta la década de los 50, cuando fue derribado al construirse la variante de la línea férrea a Portugal) el día de San Juan de 1917 con llenazo y reventa para disfrutar de ese chaval sevillano que tenía el don del arte afiligranado. Después, ya de matador de toros, en varias ocasiones Chicuelo toreó en la feria de septiembre y aprovechaba la estancia en la ciudad para disfrutar de tantas amistades como contaba, además de brindar toros a esos ganaderos que tanto le ayudaron o a algunos apasionados aficionados, ejemplo del señor Paulino, fundador de la joyería de la Plaza Mayor que llevó su nombre y de quien fue gran amigo, al igual que el afamado joyero antes también lo fue de Manolo Granero, a quien colmó con el regalo de un violín cuando lo escuchó por primera vez, para sustituirlo por el antiguo que traía de su época de estudiante en el conservatorio valenciano.
Además, en la historia del toreo, en un lugar privilegiado quedó la faena al toro Corchaito, de Graciliano Pérez-Tabernero, acontecida en la vieja plaza de Madrid y que para muchos ha sido la primera faena del toreo moderno, de la que dijeron que cada muletazo era un a alarido. Tras su retirada y hasta el final de su vida, falleció el último día de octubre de 1967, entristecido y abatido de un dolor que ya nos superó tras la muerte de su esposa, la cupletista Dora La Cordobesita siempre le encantó hablar y recordar su pasado en tierras charras. Y allí, cuando llegaba la Feria de Abril era feliz acudiendo al encuentro de los ganaderos charros que viajaban a Sevilla, a quienes preguntaba por sus amistades, porque era un hombre bondadoso, de sencillez en las formas, con gracia en sus palabras. Y sobre un torero grandioso y colosal que fue un peldaño fundamental en la Tauromaquia moderna.
Paco Cañamero