Inmersos en el caos de la pandemia el tiempo transcurre con numerosas interrogantes en el camino. Casi a la velocidad de la luz y sin darnos cuentos los calendarios deshojan nuevos meses para soñar ya con la cercana primavera. Esa primavera tan querida por las gentes del toreo y que traía ya un montón de ferias y festejos. Esa primavera que siempre ha olido a pan nuevo.
Ahora, en plena travesía de este 2021 tan lleno de misterios como el anterior y sin que realmente nadie sepa qué va a ocurrir, la inquietud se hace presente por una pandemia que ha lastrado tanto a la sociedad y deja a la Tauromaquia gravemente herida, con el agravante de un partido del Gobierno que ha utilizado el parón para hacer más daños aún y poner todo tipo de cortapisas.
Lo que sí es claro, ante la incertidumbre de los próximos meses, es que 2022 va a ser el año que abrace a la normalidad, ya quede enterrada la lacra y aunque la vida ya jamás volverá a ser como la conocimos hasta marzo del pasado año, si es cierto que en 2022 se va a trabajar desde el principio y también los taurinos, siempre tan acomodados y conformistas, deben ponerse las pilas. Porque ese año va a marcar el devenir y futuro de la Tauromaquia, tan tambaleante y que necesita un cambio total en sus estructuras.
2022 hay que saber buscar oportunidades e ilusionar cada ciudad y cada plaza con su mensaje. Es también el año que Salamanca debe tirar la casa por la ventana para celebrar el 50 aniversario de la alternativa de dos de sus colosos. De Pedro Gutiérrez Moya ‘El Niño de la Capea’, una primera figura y de Julio Robles, torero de culto y siempre añorada la estela artística que regaló en los ruedos.
El cincuentenario de una alternativa siempre fue un hecho muy celebrado y donde el protagonista recibía el homenaje de compañeros y afición. Por esa razón, en este caso con el de los dos colosos, Salamanca debe estar a la altura de la ocasión. Aquí no se trata de un coloquio recordatorio y cena posterior, es un caso especial y distinto a dos grandiosos toreros que revolucionaron a la Salamanca taurino (pasó de tener cuatro corridas a diez gracias a ellos), que dividieron apasionadamente a la afición entre capeístas y roblistas (en una especie de herencia entre joselitistas y belmontistas) en una rivalidad que llegó a más rincones del país. Fue tal que, si era menester y se daba el caso, los partidarios de uno y otro llegaban a las manos para defender los intereses del diestro por el que se había decantado.
De aquel arranque de la alternativa se cumplirá medio siglo el próximo año (Capea la tomó el Bilbao el 19 de junio de 1972 y Robles veinte días más tarde en Barcelona, el 9 de julio) y Salamanca debe estar a la altura de ese acontecimiento con la programación de un variado evento de actividades que recuerden su paso por los ruedos en la llamada Edad de Oro del toreo charro (denominada así el tiempo que coinciden El Viti, Capea y Robles en los ruedos).
Y si faltan ideas hay que fijarse cómo celebró Córdoba el centenario de Manolete hace tres años u otros acontecimientos que deben servir como espejo. Porque Salamanca debe ser agradecida con la grandeza del Niño de la Capea y de Julio Robles. Y el año 2022, taurinamente, debe llevar su nombre con la inmensa categoría que requiere.
Paco Cañamero