Pocas aficiones regalan tanta pasión como la de Quito. A su feria en honor del Jesús del Gran Poder acudían encantados los toreros para disfrutar del ciclo que acogía el gigantesco coso de Iñaquito -que casi lamen los aviones con su panza en las maniobras de aterrizaje y despegue del cercano aeropuerto-.
La magnífica ciudad de Quito, inmensa, cosmopolita, acogedora… hasta el año 2011 abría de par en par con un abrazo de hospitalidad a la gran familia taurina que, cada año, en los últimos días de noviembre se instalaba en esa ciudad única, la que en un mismo día ve discurrir las cuatro estaciones.
Quito era grandeza alrededor de una feria de tronío, a la que las nuevas políticas de orden social-comunista derivadas del odio a España, guillotinaron en ese mencionado 2011. Y desde entonces, la añoranza se adueña de quienes disfrutaron de esos días en las corridas que debían celebrarse al mediodía bajo un intenso sol previo a las intensas tormentas de la tarde.
Dos toreros de Salamanca allá fueron aupados al pedestal de la máxima admiración; uno Santiago Martín El Viti, que toreó 21 tardes en Iñaquito con el triunfo de aliado; 19 veces. 19 veces lo hizo El Niño de la Capea, quien también gozó del culto entre esa afición. Muchas menos ocasiones toreó Julio Robles y la mayoría en sus primeros años de matador, dejando escrito su nombre en el olimpo de los triunfadores en 1979, al cortar cuatro orejas y ganar el trofeo el triunfador y el de la mejor faena.
Quito y El Viti siempre fue un binomio durante la trayectoria profesional del maestro de Vitigudino. Allí alcanzó su último gran éxito en la Feria de 1978 (además en año antes incluso en una misma corrida fue torero y ganadero, al lidiarse sus reses).
En su postrera edición ferial fue anunciado con una corrida de Torrestrella (cartel compartido con Gabriel de la Casa –que indultó un toro- y Palomo Linares) y la segunda, con tres orejas en su esportón, de Salvador Gavira, de nuevo con Palomo Linares, en un cartel que cerró el ecuatoriano Fabián Mena.
Pues bien, ese 1979 Quito tuvo un nombre, el de Santiago Martín El Viti, que enraizó para siempre en el corazón de Quito, mientras que la gente literalmente se pegaba para poder estar en la plaza y admirar a aquel coloso que al año siguiente iba a decir adiós y ya se vislumbraba su retiro profesional.
Aquel año, era tal la pasión que en la primera corrida, el público pidió con mucha fuerza las orejas, negándose el presidente a conceder el premio. El Viti dio la vuelta al ruedo entre clamores y tras finalizar regresó al callejón, mientras al público entusiasmado no dejaba de gritar ¡Viti-Viti-Viti…!
Ya en el ruedo el segundo toro, cuya lidia y muerte correspondía a Palomo Linares, durante todo el primer tercio, la entusiasta afición quiteña seguía emocionada recordando la gran faena del maestro de Vitigudino, sin cesar los gritos de ¡Viti-Viti-Viti! a su persona, alargados durante parte del trasteo de muleta del torero de Linares -quien también gozó del culto en esa afición-.
En Quito se guardan los mejores recuerdos de Santiago Martín El Viti, de su señorío, de su saber estar en la plaza, de su personalidad o de su temple colosal que tuvo en su muleta. Porque El Viti dejó escrito su nombre en Quito con letras de oro.
Paco Cañamero
En la foto vemos al maestro Santiago Martín El Viti, conversando con Morante en los toros.