Que no es la de Blas, que se canta en las verbenas de los pueblos. La de Pablo –Hermoso de Mendoza- es otra historia. La de alguien que, con mérito, alcanza el estrellato y, una vez arriba se ha dedicado a tapiar todas las puertas a quien le pude molestar. A boicotear carreras. A torpedear el camino de posibles rivales. A descartar anunciarse con los grandes hasta el punto de deteriorar el arte del rejoneo, privando a las aficiones de disfrutar con otros jinetes, porque este señor natural de Estella (aunque no tenga la nobleza de la gente navarra) mangonea a su gusto hasta haber convertido en su solar el bello arte de Marialba. Y por si fuera poco, en su decadencia impone a su hijo, dándose el sospechoso caso de que ha habido hasta una tarde de postín en la que él se cayó de cartel –según indicó había sufrido un accidente- y entonces la empresa respectiva, en vez de contratar a otro rejoneador –que los hay y muy buenos- deja el cartel en un mano a mano con la exclusividad de beneficiar al hijo –a sabiendas que con la otra compañera era ideal para medrar-; o las tardes que torea con el padre y este ya no rivaliza, siendo la sombra del que fue, para que el niño, que lo han llevado entre algodones –lejos de la dureza inicial que le tocó a él-, salga en hombros.

Todo ello para marginar y directamente vetar a un genio en una de las páginas más sucias del toreo moderno. A Diego Ventura, a quien desean todos los públicos, a quien emociona, al que triunfa más que nadie y ha sido capaz de salir hasta en 17 ocasiones de Las Ventas (rabo incluido en esa plaza). A  Ventura lo rechaza tanto que solamente escuchar su nombre el tiemblan las entrañas; le tiene más miedo que un hombre de campo a la tormenta; que los niños al tío del saco. Sin embargo, lo más triste de esta gravísima situación de deterioro del toreo es que Hermoso de Mendoza lo defienden varios empresarios del poder, porque le es más rentable tenerlo a él, con el pack de su hijo; que abrir paso a Ventura, con honoraros más altos y dispuesto a facilitar en ese escalafón que también toreen otros rejoneadores de enorme calidad y a quien la dictadura del estellés tiene prácticamente marginados, ejemplo de Leonardo Hernández, Sergio Galán… sin olvidar a los grandes cabaleiros portugueses a los últimamente ya apenas se ven por España, donde prácticamente el único de los buenos que torea es Rui Fernandes, al que apodera, al igual que a Diego Ventura, Andrés Caballero, aquel torero de San Sebastián de los Reyes que ahora se ha convertido en uno de los hombres fuertes de este negocio, aunque le toque luchar contra la muralla de Hermoso de Mendoza. Cuando siempre es algo grandioso disfrutar con la pureza y verdad de la escuela portuguesa, ejemplo de esa dinastía de los Ribeiro Telles.

Hermoso de Mendoza rechaza lo bueno para avalar a gente que jamás le hará sombra, ejemplo de Lea Vicens (por mucha puerta de Madrid que tenga, está ahí por Simón Casas), de su paisano Roberto Armendariz…, o de quien no le hará sombra, escapando siempre del genio Diego Ventura, con quien en situación normal debería haber compartido cartel en todas las grandes ferias –es vergonzoso que Ventura no haya toreado en Pamplona, ni se prodigue en plazas de Chopera o de otros poderosos…-.

Y es que Pablo Hermoso de Mendoza ha convertido al rejoneo en un ballet donde se busca la puesta en escena y la coreografía, lejos de la emoción de otras épocas, la misma que ahora representa Diego Ventura. Por ello, los buenos aficionados y los de verdad a este arte ecuestre prefieren los tiempos los Cuatro Jinetes de la Apoteosis; con de Lupi y sus famosos quiebros con Sudeste; la revolución de Ángel Peralta con Cabriola, de su hermano Rafael Peralta…; el genial Manuel Vidrié, a quien no se ha acabado de hacer justicia que merece su enorme arte, ¡tantos recuerdos a lomos de Aranjuez o Néptuno!; de Álvaro Domecq (hijo) con Opus 72; sin olvidar todos aquellos que llegaron después y tuvieron una enorme calidad, ejemplo del Joao Moura, que arrasa a joven edad y llamaban el niño Moura; de Curro Bedoya, de Leonardo Hernández (padre), del espectacular Ginés Cartagena… A todos esos los prefería cualquiera que amara ese arte, con aquellos toros que lidiaban donde de verdad había que ser un excelente jinete para poderlos y donde no valían las florituras de Pablo Hermoso.

Ni sus cacicadas, porque además entonces el rejoneo estaba en manos de gente de verdad, como Jacinto Alcón aquel extremeño que aupó a este arte a lo alto, siempre con la verdad y, además fue el creador de los Cuatro Jinetes de la Apoteosis. Con él al frente Pablo no se ha habría dedicado a tapiar todas las puertas a quien le pude molestar. Ni hubiera convertido el rejoneo en su fiesta; que desde luego no es la fiesta de Blas.

Paco Cañamero