La temporada echa a andar y comienzan a conocerse las combinaciones de los primeros ciclos. También otras que van muy avanzadas o casi rematadas, caso de San Isidro, a la que únicamente le faltan unos flecos para dar a conocer el cartel de toros y toreros.

Ya es oficial el ciclo La Magdalena de Castellón, en la línea de los últimos años, consolidada y que llevará mucho público a la plaza. La capital de La Plana es una de las ferias que está asentada, aunque el mano a mano Juli-Manzanares carece de cualquier aliciente.

También acaban de presentar Valdemorillo con dos carteles de figuras y una novillada, que siempre es esperada y necesaria si se sigue creyendo en el futuro. En los últimos tiempos, esta localidad de la sierra madrileña ha cambiado su rol. Ha dejado de ser una plaza con la bandera de la seriedad y toreros de segundo nivel, pero recuperables para volar más alto, a una que acartela figuras que verán en todas las ferias. Son los nuevos tiempos, donde ya no hay afición que exija, ni tampoco una prensa que escuchen los taurinos cuando el sistema únicamente busca carteles de postín -aunque ni mucho menos llenan-. Que dentro de no mucho es lo que van a quedar el toreo, unas cuantas llamadas figuras que lo acaparen todo.

Estamos matando ese circuito de segunda fila, siempre tan interesante, que tenía sus plazas y públicos, porque siempre había toreros de enorme calidad que, por circunstancias, no habían alcanzado el techo propuesto. Eran aquellos que redondeaban la quincena de actuaciones, preparados como el que más para aprovechar cualquier oportunidad. En años de ardor y pasión juvenil viajé a Valdemorillo muchas veces en tiempos El Inclusero, Sánchez Puerto, Juan José, Pepe Luis Vargas, Pascual Mezquita, Currillo… allí vi tomar la alternativa a Carlos Aragón Cancela, en la antigua portátil, al lado de aquellas chimeneas que parecían de un lienzo de Solano, donde el frío de la sierra era el compañero inseparable, junto a la habitual amenaza de nieve. No podía ni imaginarse que, en aquellos años, del primer lustro de los 80, toreasen allí Antoñete Robles, Manzanares, El Niño de la Capea, Ortega Cano… porque esos carteles y esa feria eran para otros toreros que allí buscaban una proyección.

Hoy, de la manera que se está poniendo el toreo gente como Paco Ojeda, Ortega Cano, José Luis Palomar… que pasaron por Valdemorillo y acabaron rompiendo en las corridas del verano venteño, no hubiera sido figuras; tampoco Antoñete y Manolo Vázquez hubiera podido reaparecer en la Fiesta de hoy.

Ahora, en tiempos que se vive con el paso cambiado, también Valdemorillo cierra la puerta de lo que siempre fue y a la que nunca faltaba la sabia y exigente afición madrileña. Se ha olvidado de la seriedad para abrir paso al público clavelero, festivo y aplaudidor del gin tónic en la mano. ¿Nuevos tiempos? ¿Mejores? No lo sé, solamente hay algo que sentencia y da la razón con la más absoluta justicia: el tiempo. Personalmente me gustaba más aquella feria y la esencia que atesoraba, a la que iban grandes toreros en busca de una oportunidad. Toreros de un corte y unas características que ahora también los hay. No me digan que Juan del Álamo, David de Miranda, José Garrido, Sergio Serrano, Oliva Soto… e incluso veteranos de tanto sabor como Álvaro de la Calle –lo que ha hecho con este torero la empresa de Madrid no tiene nombre-, o del cante grande de Uceda Leal, o un lidiador de la categoría de Fernando Robleño.

Sobre gustos no hay nada escrito. Y cada cual con su opinión, muy respetable. En este caso, después de haber conocido el antes y el hoy prefiero la feria de Valdemorillo del pasado. Con los toreros modestos que buscaban en esa plaza un trampolín para que Madrid los viera y, encontrar un triunfo en Las Ventas que los lanzase.

Paco Cañamero