La temporada baja su telón, los toreros arrinconan los esportones y llegan los tiempos de canales. De ese parón invernal que, antes, los modestos por la caninez habitual en esta época y era la peor de todas las enfermedades, temían más que a un ‘pregonao’. Llegan tiempos de chimenea y de rememorar los grandes acontecimientos de un año en el que, la Fiesta, ha vivido su particular renacimiento de manos de Morante de la Puebla. Del genio sevillano que tantas diferencias ha marcado mientras escribía páginas de una grandeza histórica que lo ha convertido en el nuevo Mesías. En quien ha abierto la puerta a una nueva etapa en el toreo. Y lo ha hecho cuando más se necesitaba a alguien que saliera de la monotonía.
A principio de temporada, cuando todo eran interrogantes en una Fiesta que tenía tantos frentes abiertos y de la que éramos conscientes que se hacían las cosas bien o en caso contrario tenía sus días contados, ha sido Morante de la Puebla quien se ha erigido en el auténtico salvador. Para resucitarla y recuperar su esplendor hacía falta alguien diferente, alejado de los intérpretes que, siendo grandes toreros, ya a nadie sorprenden al hacer siempre la misma faena y con los mismos toros. Aunque de Morante se sabía casi todo en sus 25 años de alternativa, lo cierto es que nunca ha dejado de sorprender, de ser alguien diferente con su imaginación e incluso en sus temporadas donde menos afloraba su magia rara era la tarde que no regalaba algo único que los diferenciaba del resto y le hacía permanecer en el pedestal del culto.
Él ha sido quien la ha puesto titulares a esta temporada. La que será recordada como la del año de Morante, la que cada tarde ha sido un auténtico acontecimiento protagonizado por este genio que es el más valiente de todos los artistas. El que ha conquistado a todos al pedir corridas prescritas en el gusto de las llamadas figuras, siempre exigiendo los mismos hierros; mientras que Morante hace grande la Fiesta al anunciarse con Cuadri, Miura, Galache… Y lo principal es el compromiso con el toro, algo que Morante, tan dominador, no tiene problema alguno para estoquear esas divisas tan exigentes.
Además, otro punto muy importante y que da más alas al genio de La Puebla es que ha sabido beber de las fuentes del pasado y en distintas épocas de su vida se ha interesado por un torero de referencia, del que ha tratado de extraer sus esencias. Le ocurrió con el aroma sevillano de Pepe Luis Vázquez, con la profunda elegancia de Pepín Martín Vázquez, con la personalidad de Manolete, con el sabor de Chicuelo… o últimamente con el poderío y grandeza de Joselito…, poniendo cada día sobre el tapete de las arenas detalles de su grandeza torera, como los recortes, galleos… incluso se ha inspirado hasta en su vestimenta.
Me encanta escribir de un torero y lo hago en estas líneas de gratitud como aficionado. Porque Morante además de echarse la Fiesta al hombro para rescatarla en el momento más crítico, ha sabido devolverle su grandeza y recuperar otras cosas que se perdían, una de ellas pasear las orejas mostrándolas con una pequeña parte, lejos de esa antiestética y horrorosa moda impuesta en los últimos años –en parte por culpa del Juli- de cortar más allá del pabellón auricular colgando incluso pellejos, sin que apenas cupiera en la mano, cuando las orejas se muestran con el pulgar y el índice en señal de triunfo, no con la mano entera como si fuera un saco.
Otro ejemplo es el de dar facilidades a chavales jóvenes, ejemplo de Alejandro Marcos, al que exigió en su cartel para torear en Salamanca; de recuperar viejas tradiciones; de poner en valor la leyenda de viejos toreros, ejemplo del portugués Ricardo Chibanga. En definitiva, de poner las cosas en su sitio algo en lo que también imita a su admirado Joselito, como por ejemplo en los palcos, donde es incomprensible que hasta ahora subieran a presidir algo que requiere tanta seriedad como una corrida de toros, gente sin preparación y que no cumplen esa función más que por ego y vanidad. El último ejemplo fue el pasado domingo en la corrida de Arenas de San Pedro, donde un inepto presidente devolvió un toro por un calambre y, literalmente, Morante lo desautorizó. Lo desautorizó con la enorme fuerza de su torero y la personalidad tan grande que atesora para, a continuación, torear ese toro con su grandeza y estar, incluso, a punto de indultarlo. Eso solamente lo pude hacer un genio.
Por delante nos queda un invierno para soñar y disfrutar recreando las obras que nos ha regalado este genio llamado Morante de la Puebla, el mismo que ha puesto nombre a esta temporada. A ese Morante del que solamente nos queda ver que las faenas de muleta las haga con la espada de verdad. Y estoy seguro que más pronto que tarde lo hará para recuperar otro importante punto de pureza.
Y ahora, cuando la temporada baja su telón, los toreros arrinconan los esportones y llegan los tiempos de canales me descubro ante este genio que protagonizado un auténtico renacimiento en la Tauromaquia.
Paco Cañamero
Morante en un dibujo de nuestra compañera Mercedes Fidalgo