Negros nubarrones amenazan el futuro taurino de la capital azteca. De la inmensa ciudad de México DF, donde el futuro de su colosal plaza, La Monumental de México –La México-, que dicen las gentes del toro, ve tambalear su propia existencia y a día de hoy la preocupación es evidente si la iniciativa presentada por la Comisión de Bienestar Animal prospera.

La alarmante noticia, de confirmarse, significara dar otro mordisco a la manzana del toreo, que en pocos años ha perdido plazas tan emblemáticas como Quito o Barcelona -aunque aquí las leyes fallaron a favor y ahora no programa festejos por desidia-. A una manzana que es el botín amenazante para las políticas verdes y de izquierdas que han olvidado el arraigo de su pasado.

Sería intolerable perder La México y decir adiós a ese majestuoso recinto. Al embudo de Insurgentes, con tanta historia del toreo inmortalizada en bronce que rodea al exterior del coso y la convierte en el museo taurino más grande y rico del mundo. Porque esa plaza, construida con tan colosales dimensiones y el mayor aforo del mundo, para que todo el mundo pudiera ver a Manolete, ha marcado durante muchos años el gran concierto del toreo, siendo la reina de América. Allí los triunfos quedaban escritos en negrita en las biografías de los grandes toreros. Desde Manolete, que fue Dios y también Jumillano –cortó dos rabos en una semana-; después Paco Camino vivió una largo romance con esa plaza –y hasta se casó con la hija de Gaona, el empresario-, en una lista de honor donde el nombre de El Niño de la Capea se aúpa al pedestal de los más grandes y, más allá de los tres rabos que cortó en La México, junto a un indulto, fue tan querido que los llamaban ¡paisano! En tiempos más recientes, José Tomás ha gozado de máximo cartel, sin olvidar a Ponce,  El Juli,  Talavante Perera… Porque La México ha sido la máxima referencia dela Fiesta y una plaza que ha dejado si nombre en los mejores momentos de todos los toreros. ¡Que le pregunten a El Viti, que allí logró la tan prestigiosa Oreja de Oro. Y todo ellos en tiempos que un madrileño, exiliado en México, Pepe Alameda, sentaba cátedra en esa plaza convirtiéndose en el mejor narrador de toros de la historia, cuando cada domingo abarrotaba sus tendidos y quedaban miles de personas sin poder acceder.

Eso ocurría hasta hace un cuarto de siglo, año arriba o abajo. Después empezó a erosionarse el prestigio por nefastas gestiones marcadas por los abusos y despropósitos de los taurinos. A La México la hundieron las diferentes empresas que han regido ese gigantesco coso durante este periodo. Ellos son quienes lo han vaciado, echando a la sabia afición, lidiando toros impresentables, engañando a un público al que, cada nueva temporada, le subían el precio de las entradas para ofrecerle espectáculos que eran un atentado a la grandeza y seriedad de la Fiesta.

Ellos, los taurinos malos y que no buscaban más que su rápido enriquecimiento se cargaron La México y la dejaron a manos de estos políticos de la destrucción cultural y la privación de libertad. Jamás de los jamases nadie hubiera osado poner en evidencia la Fiesta en la capital mexicana en tiempos que, cada domingo, abarrotaba la colosal plaza. Solamente han sido quienes más debían haber velado por la pureza e integridad e hicieron justo lo contrario.

Por eso, ahora es fundamental que la corrida del domingo, la prestigiosa Guadalupana, que es una de las grandes fechas del calendario, sea la que marque la nueva partida de recuperar La México y que las propuesta de estos políticos quede archivada como un mal recuerdo. Y ahora, otra vez más, va a ser Morante de la Puebla quien va a tirar del carro para la salvación. Porque para subsistir es necesario que vuelva la seriedad y emoción que son los alicientes de un festejos taurino. Y la que llena los tendidos para que el aficionado vibre, donde ahora el genio cigarrero tiene otra página de oro para escribir en su particular cruzada para resucitar la Tauromaquia que ha emprendido este año.

Paco Cañamero