Admirador sin fisuras de la obra de Paco Aguado, hace varias semanas llegó a mis manos Historia del toreo, el último libro que manda a las librerías el excepcional escritor madrileño y referente, además, de la crítica taurina actual. Siempre cuando recibes la novedad de un autor que siempre te ha servido para aprender continuar cultivándote, fue desenvolverlo y comenzar de manera inmediata su lectura, suspender las actividades previstas para esa tarde, porque desde la primera línea ya quedé cautivado con su contenido, con infinidad de vivencias que han ayudado a engrandecer la Fiesta. De hombres que lucieron el terno de luces. De profesionales que estuvieron ahí, siendo protagonistas de mil vicisitudes.

Nadie mejor para llevar a cabo este libro que Paco Aguado, hijo del cuerpo (como decía el inolvidable Curro Fetén) que ha puesto negro sobre blanco para crear el libro que el buen aficionado quiere leer, porque a través de sus páginas se encuentran enriquecedores vivencias y testimonios que tanto han engrandecido a Tauromaquia. Con nombres de personajes que merecen un sitio de honor y estaban olvidados en esta particular noche de los tiempos. Se hace justicia con uno de los taurinos más geniales y al que la historia no hizo justicia, a Domingo Dominguín, el hijo de quien inventó las formas del apoderamiento actual –Camará con Manolete ya fue después de la Guerra- como fue el señor Domingo el de Quismondo y hermano de ese otro genio de los ruedos llamado Luis Miguel Dominguín, además de suegro de Curro Vázquez. Domingo Dominguín, tan loco como genial, que acabó sus días pegándose un tiro en la soledad de Cayambe, en plano altiplano de Ecuador, harto ya de casi todo, merecía un reconocimiento literario que hasta ahora no había tenido y Paco Aguado ha sabido saldar esa deuda.

La firmo sin dobleces, pero Historia del toreo, además de haberlo leerlo de dos tirones y disfrutar enormemente de su contenido, es el libro que yo hubiera querido escribir. Así como suena y por supuesto que lo recomiendo, porque no debe faltar en la biblioteca de ningún aficionado.

Paco Cañamero