Desde hace mucho tiempo vengo escribiendo que la actual Fiesta está a años luz de la que conocí siendo un niño y me atrapó para siempre por su belleza y emoción. Por esa razón no puedo pasar por alto que la sigan atropellando con cosas que no se ajustan a su pureza y verdad, que son el corazón por el que siempre debe latir. Y ahora está presa de varios cepos que han provocado su deriva, algo que llevamos años denunciando.

Uno de esos cepos que ha originado la actual crisis taurina es la falta de una prensa con conocimiento, rigor e independencia. Más allá de la formación para desempeñar el ejercicio de la crítica es necesario conocer a fondo la Fiesta. Y eso no se aprende en un cursillo que al final no son más que el mero sacaperras de un oportunista. La verdadera escuela de un futuro crítico está en saber beber de las fuentes de los viejos toreros, de los ganaderos y en conocer algo tan rico como su historia.

Hace muchos años, cuando uno daba sus primeros pasos en el oficio, el viejo maestro Enrique de Sena, que ha sido el mejor periodista que ha dado Salamanca y también escribió de toros en La Gaceta Regional –más tarde fue director de El Adelanto-, me comentaba que en cierta ocasión viajaba con Emilio Ortuño ‘Jumillano’ y una noche tras la corrida, a la hora de cenar, Emilio le dijo: “Enrique si quieres aprender de toros siéntate con los banderilleros, con ellos es donde más te enteras”. Lo mismo ocurre en el mundo de la cría del toro bravo, donde las verdaderas lecciones se aprenden escuchando –algo muy importante- en la paz invernal de una chimenea a ganaderos y mayorales. Pero ganaderos de verdad, de linaje y con afición, no quien llega a ese oficio por vanidad y buscando un escaparate social. Y aquella lección de Enrique de Sena, poco después me la volvió a repetir Alfonso Navalón cuando empecé a trabajar a su lado, “los picadores, vaqueros, mayorales y viejos banderilleros son quienes más saben y menos se les reconoce, son una fuente de sabiduría taurina”. 

Entonces, en el escenario de los finales de los 80, con aquellos mimbres y la Fiesta hirviendo en la olla de la pasión, era más fácil curtirse. Porque antes de estar destetado ya sabías apreciar la pureza y verdad, algo que enseguida deducías que era necesario defender siempre a capa y espada, además de «escribir sin mirar a los lados», frase repetida por Alfonso Hortal ‘Don Lance’ otra leyenda y uno de los más agudos críticos que conocí. Y velar siempre por la independencia, eslogan de otro grande de quien tanto aprendí, como fue el querido Carlos Manuel Perelétegui, quien siempre hizo gala de la seriedad y rigor.

Por eso, cuando uno ha estado tanto tiempo en el periodismo taurino –aunque alternado con otras especialidades, porque siempre me gustó navegar en diferentes ‘mares’– cada día es más desolador el ‘espectáculo’ ofrecido por la nueva crítica. Cierto es que existen aún magníficos profesionales, gente con criterio y calidad literaria, aunque desgraciadamente son los menos. Hoy se ha impuesto la servidumbre a las figuras, a las figuras, al ‘sistema’ y estar al servicio del triunfalismo –algo que tanto daño ha hecho al toreo-. Hoy, la nueva crítica jaleadora se vuelva loca con los pases bonitos e incluso destrozan un lenguaje tan rico como el taurino, con infinidad de expresiones o dichos coloquiales que forman parte de la sociedad se busquen calificativos tan pedantes como toreabilidad, o algo tan elegante y clásico como la temporada, para referirse a la horterada de curso. En fin.

Pero el colmo es la falta de conocimiento y de conocer la historia de la mayoría de una prensa taurina, especialidad periodística que vive sus días más bajos, algo acrecentado también por las redes sociales, que son positivas por la inmediatez, pero negativas por le dan opinión a todo el mundo que se ceba con sus fobias y filias. En esta época, la mayoría desconocen la lidia y la verdad del toreo, que debe basarse en la emoción y únicamente saben jalear pases bonitos; el resto casi nada, llegando en no pocas ocasiones al atropello a la historia y a la grandeza del arte del toreo.

Sin ir más lejos, hace unos días en un portal taurino se rasgaban las vestiduras porque Morante de la Puebla había comenzado la faena con la espada de verdad. ¡Como lo leen! Y lo triste es que al ignorante que lo firmaba –quien confunde y engaña a la gente que lo lee- desconoce que la pureza es salir con la espada de verdad, algo que siempre han hecho los grandes toreros y que se ha perdido a medida que se descafeinaba la Fiesta, hasta esta época donde únicamente la utiliza Juan Mora, el último lujo del toreo. Antes, a bote pronto recuerdo a los Campuzano, Méndes, Palomar,  Paquirri, El Viti, Andrés Vázquez… quienes realizaban completamente la faena de muleta con la espada. Con la verdad, sin ayudas. Y antiguamente todos, hasta la época de Manolete, quien alegando una lesión en una mano empezaron a utilizar la ayuda, para beneficiarse al ser mucho más ligera. De hecho, hasta no hace muchos años, nada más llegar los toreros al patio de cuadrillas pasaban por la enfermería para que el médico titular le firmaba una autorización y de esa forma poder usar el estoque simulado, hecho que antes de iniciar su respectiva lidia se anunciaba para que el aficionado fuera consciente. Después, con los nuevos reglamentos se perdió a medida que se buscaba una Fiesta ‘light’ para abrir las puertas al triunfalismo y la indultitis, que tanto han mellado la pureza. De hecho, a este paso, no tardando mucho, los carteles pondrán en grandes letras: ‘Al final de la corrida saldrán en hombros la terna actuante, junto al ganadero y mayoral’. 

Y es que, aunque cada día, me cuesta más escribir de toros, porque esta Fiesta ya no es la que conocía y de la quedé atrapado por su belleza y emoción desde mediados de los 70, junto al orgullo de comenzar a escribir de ellos desde mediados de los 80, no puedo pasar por alto que la sigan pisando. Y atropellando a la gente con cosas no se ajustan a esa historia escrita en tinta de grandeza. En tinta de pureza y verdad que son el corazón por el que siempre debe latir.

Paco Cañamero

En la imagen, el maestro Juan Mora, el único diestro en activo que utiliza la espada de verdad en el transcurso de sus faenas.