Que nadie me diga nada. Que me dejen sentir y soñar. Quiero dar lances imaginarios soñando a Morante, muletazos interminables herrados con el sello del genio de La Puebla del Río. No quiero que nadie me hable, ni me lo recuerde. Quiero sentir para mí  y hasta mi último suspiro esta tarde de magia abrileña cerca de la brisa del Guadalquivir. Esta tarde que el Giraldillo se asomó a Las Maestranza para ver al mejor de los toreros y siento hasta envidia de no haber estado en esa fiesta en el cielo. Con José y Juan, asomados al balconcito celestial, que hoy volvieron a sentir sus tardes de rivalidad, mientras José Antonio desempolvaba la grandeza de los genios de Gelves y de Triana; también a Chicuelo, el de La Alameda de Hércules, que esta tarde también ha toreado en Sevilla y hasta Rodolfo Gaona, con su bandera mexicana, sentía como aquella Edad de Oro había vuelto a revivir. Y Joaquín, el señor Cagancho, al que Sevilla trató tan mal hoy ha llorado sintiendo en sus adentros su Triana del alma que tanto añoró. Que no me cuenten, que toda Sevilla ha toreado para emocionarse con el más grande torero que parió madre.

Porque hasta Rafael, el último rey de los gitanos en el ruedo, tenía la mirada perdida pensando para sus adentros que ya se podía morir tranquilo tras ver lancear a Morante a manos bajos en el mejor homenaje a su verónica. En una tarde magia y grandeza que ya tiene capítulo propio en la historia de la Tauromaquia y donde Juan Ortega, otro muchacho de Triana, también paró los relojes con sus lances ralentizados y ya es un príncipe que también aspira a ser coronado.

¡Que no me lo cuenten! Que hoy Morante ha mandado a su casa y silenciado a quienes reniegan del más hermoso de todos los artes, mientras era capaz de crear la más hermosa sinfonía torera frente a Ligerito, un toro de Domingo Hernández al que parió una vaca en los campos charro de Alaraz para engrandecer el arte del toreo.  Porque esta tarde, en la fiesta del cielo, con José, con Juan, con Manuel, con Rodolfo… también ha ido Federico para seguir soñando y componer en su sentimiento tanta grandeza lorquiana; también hasta Miguel, aquel cabrero de Orihuela que tanto soñó con el toreo  y hasta León Felipe se ha unido a ese grupo, donde Orson Welles sentía la pena de no haber estado en La Maestranza para filmar esa obra y proyectarla en todos los cines celestiales. Y Hemingway se inspiraba para escribir la mejor de todas sus páginas, la que lleva la tinta de Morante de la Morante la Puebla.

¡Que no me la cuenten! La quiero sentir para mí y hasta mi último suspiro estará presente la grandeza de los lances imaginarios y de los muletazos interminables herrados con el sello del genio de La Puebla del Río.

¡Que no me lo cuenten!

Paco Cañamero