Caía la tarde del domingo y llega al noticia de la feliz tarde de Álvaro de la Calle en la Feria del Arroz, de Arles. No por el resultado numérico de cortar la única oreja del festejo, que por más que se empeñen de poco sirve para el aficionado, porque el toreo son sentimientos y emociones. No la cifra de orejas que quieren imponer en el llamado triunfalismo, donde en el final de la mayoría de las corridas sale en hombros la terna y el mayoral. A quien de verdad es aficionado lo anima a acudir a la plaza el sentimiento, vibrar en el tendido y estar sin quitar ojo a la faena. Quien siente de verdad corre para ver una tarde de toros, no a las comerciales con la enorme lacra del toro mocho y el pase bonito.
Por eso emocionó el reciente triunfo de Álvaro, en esta ocasión, al frente de las cuadrillas, con el poso de su veteranía y el buen sabor que siempre atesoró. Que tuvo y que nunca le acabaron de dar el sitio que merecía, cuando a tantos otros con muchos menos méritos les facilitaron volar más alto. Y ahí está para el recuerdo su alternativa en Ávila, su confirmación; después una ‘miurada’ en la Feria de Salamanca que mató sin despeinarse y, ya en sus tiempos de sobresaliente, una memorable faena en Gijón a un toro de La Quinta, en un mano a mano entre Ferrera y Javier Castaño, donde salió a las arenas, con muleta y espada, porque los dos estaban en la enfermería. De aquella faena de Gijón, en la que tenía cortadas las dos orejas y se quedó en una al pinchar previamente a una estocada, se habló mucho al sorprender a todos su solvencia y calidad. Se trajo los trofeos a la mejor faena del ciclo de la Virgen de Begoña y durante ese invierno se aseguró que estaría en la siguiente feria… Ya digo, se dijo, porque se presentaron los carteles y Álvaro volvió, pero otra vez de sobresaliente a un nuevo mano a mano entre Ferrera y Castaño, para seguir en ese circuito. En el banquillo taurino, lejos de los oropeles.
Pero como seguía preparándose, entrenando, yendo al campo… en cuanto tuvo la oportunidad volvió a demostrar quién era, en esta ocasión la tarde de la encerrona madrileña de Emilio de Justo (¡torerazo!) donde al ser cogido en el primero mató el resto de la corrida. La mató con toda su dignidad y profesionalidad, salvando los muebles a la empresa, ahorrándole un dineral y sin dejar a nadie indiferente, hasta convertirse en el personaje de esos días, mientras recibía un montón de promesas. De corridas aquí y allí. De integrar un cartel de Las Ventas. Después fue pasando el tiempo y Álvaro esperaba ese momento tan prometido, sin que llegase la oportunidad, donde únicamente cumplió su palabra la empresa de Arles.
Ya se sabe de qué Francia va de verdad y si dice algo lo cumple, además a quien está bien lo vuelven a anunciar. Y eso ocurre en la totalidad de Francia, aunque de allí también sea el personaje más nefasto, cínico, manipulador y mentiroso que ha habido en el toreo, el histriónico Simón Casas, palabrero mayor y con tantos damnificados en sus caminos. Y lo más triste que esos damnificados –toreros que apoderó, principalmente…- encima no protestan porque este tipo es capaz de cerrarle todas las puertas y mandarlos a su casa. Por eso, quizás, Álvaro, que es otra víctima y tiene todas las papeletas para decir lo cínico que es Casas prefiera estar callado y de esa manera al menos poder anunciarse de sobresaliente en las ocasiones que se presenten en Madrid para poder vivir. De esa forma, este embaucador va saliendo adelante, cuando lo que de verdad hace falta es que salga alguna de sus víctimas convoque una rueda de prensa con número para decir quién. Y además los políticos de Madrid no sean tan ingenuos y sepan en qué manos han confiado la plaza de Las Ventas, el templo del toreo que bajo el timón de Casas no deja de perder prestigio.
Y es que, en medio del alegrón del triunfo de Álvaro de la Calle en Arles, no se puede pasar por alto tantas promesas incumplidas con este torero que salvó los muebles a la empresa de Madrid y le han pagado con el silencio y la mentira.
Paco Cañamero