Y llegó la tarde del difícil adiós, de la despedida definitiva, de quien ha sido ídolo de la primera plaza del mundo y, en especial, del temido y denostado «Tendido 7», o debería decir, de los «yihadistas» o de los CDR’s, quién sabe. El único motivo por el que se recordará la tarde del 4 de octubre de 2019 es por ser la última vez que hizo el paseíllo Manuel Jesús «El Cid» en la que ha sido su plaza. Desde «Guitarrero», de Hernández Pla, a «Verbenero», de Victoriano del Río. Tantos y tantos toros que permanecerán en el recuerdo de todos. Tantos naturales eternos, largos y profundos, y tantas espadas sin afilar. Tantas tardes de gloria que han dejado su deseo en un espada, sin querer ponerme a la altura del gran Miguel Hernández. De «Chenel y oro», Manuel Jesús hizo el último paseíllo en Madrid, del mismo color con el que levantó pasiones una tarde sevillana del 2007. El cartel no estaba, para nada, mal rematado: acompañaban a «El Cid», en su tarde, Emilio de Justo y Ginés Marín. Los toros eran de Fuente Ymbro, la ganadería más anunciada esta temporada. El peor de los seis encierros, con diferencia. Por ello, la tarde se quedó en las dos sonoras, sinceras y entregadas ovaciones que Madrid tributó al torero al romper el paseíllo.

«Jarrero» y «Gritador» fueron los toros que, en sorteo, correspondieron a «El Cid». Las emociones, en tarde tan emotiva, aún afloran más. Y ello pesó mucho en la labor del de Salteras, sobre todo, en la lidia del primero. «Jarrero» fue un toro de endeble condición y de embestida poco humillada. Se desplazaba mejor por el pitón izquierdo, mientras que, por el diestro, miraba, medía y se venía por dentro. Algo apuntaba también por el zurdo. Quizá esta condición hizo que su matador no se sintiera cómodo en ningún momento. Al natural estuvo siempre fuera de cacho y tirando líneas, con algún que otro enganchón. Cuando se dispuso a hacer lo propio con la derecha, las cortas y peligros, aunque muy sordas, embestidas del toro, hizo aún que las series fueran más deslucidas y las formas más precavidas. De bellísimas hechuras, aunque un poco culipollo, fue el cuarto de la tarde. Costó fijarlo en los capotes, además de parecer reparado de la vista. Empujó con fijeza, humillación y con los riñones en el primer puyazo, mientras se le pegaba inmisericordemente y se le tapaba la salida alevosamente. Justo al salir de la jurisdicción del caballo, clavó los pitones en la arena, con lo que poco ayuda… También cobró en el segundo encuentro. Lidia poco adecuada de Curro Robles, en la que volvió a clavar los pitones en la arena. Por tanto, la condición del toro estuvo muy mermada desde un principio, cosa que condicionó toda la faena de muleta. Tuvo clase por el pitón izquierdo, además de recorrido. Pero en Madrid se necesita otra cosa. Mató de forma eficaz y dio su última vuelta al ruedo.

Emilio de Justo hizo su tercer paseíllo esta temporada en Madrid, cabe recordar que no pudo hacerlo en San Isidro con la corrida de Baltasar Ibán. Su tarde empezó no en las estrellas, sino estrellada, pues el primer toro se lesionó presumiblemente de la columna y se descoordinó de forma muy ostensible. Salió en su lugar un feo toro de Manuel Blázquez, procedencia de Núñez del Cuvillo. Tampoco estuvo sobrado de fortaleza, ni mucho menos. Con la muleta hizo un enorme esfuerzo el cacereño, en una faena basada en el pitón derecho. Por el zurdo, los viajes se acortaron y tendió a salir con la cara alta. Destacaron los pases de pecho y brilló el cierre por naturales a pies juntos, dando más distancia al toro. Mató mal. El quinto toro fue un ser con rasgos de proboscidio, que tuvo, por el contrario, mucha clase y nobleza. Sin embargo, la casta brilló por su ausencia, cosa que impidió que la faena tomara vuelo.  Encajado y muy asentado con la mano derecha, y con esa exquisita colocación que tanto y tan bien caracteriza a de Justo. No estuvo acertado con la espada.

Ginés Marín se estrelló con un primer animal de muy corto cuello, que, además, fue un manso de solemnidad muy descastado. Marín permitió que su padre cometiera una carnicería a caballo, como tan habitual es en el guardia civil en cuestión. Más allá de esto, y de la ventajista y despegada colocación del matador. Y el sexto, otro animal paquidérmico tuvo más clase, aunque apuntó también cierta descoordinación. Marín volvió a estar vulgar y muy frío, sin acabar de apostar. He de decir, en su favor, que el toro no hubiera respondido si le hubiera apretado. Tampoco tuvo oponente.

Por Francisco Díaz