Cabanes ha sido el torero de Bocairent por excelencia; un torero de plata que logró ser un gran profesional admirado por sus jefes de filas, un torero que luchó denodadamente para ser respetado entre los suyos y, como era natural y lógico, ese respeto que anhelaba le llegó gracias a su profesionalidad y mejor hacer frente a la cara del toro.

Vicente Cabanes, como diría El Pana, corrió la legua como pocos. Decenas de capeas son testigos de la disposición de Cabanes en las que, a diario se jugaba la vida como si actuara en la plaza más grande del mundo; cuestión de actitud, no podía entenderse de otro modo, algo que le llevó al sendero que deseaba, ser torero de plata sabedor que, como matador sabía de sus limitaciones, al tiempo que, en aquellos años era muy difícil lograr la meta salvo que tuvieras padrinos y Cabanes no los tenía, razón por la que hasta tuvo la valentía de tirarse de espontáneo en Valencia, algo que enardecía el corazón de los aficionados pero que, en la actualidad, lo que era una hazaña, ahora se considera delito.

Una lesión en su mano izquierda le obligó a retirarse antes de tiempo, pero Vicente Cabanes sigue siendo feliz pensando en cómo se desarrolló su vida que, en realidad, era lo que él quería. No existe persona más feliz en el mundo que toda aquella que hace lo que su corazón le indica. Este fue el caso de este hombre que, como decía, retirado sigue siendo feliz pese a que, como cientos de miles de españoles, hasta ha tenido que sufrir en primera persona la maldición del coronavirus.

-En el mundo de los toros usted logró ser lo que se dice un profesional respetado en calidad de subalterno pero, según tengo entendido empezó usted como becerrista. ¿Cuánto toreó como novillero y por qué lo dejó?

Como novillero toreé muy poco porque no tenía nadie que me ayudara. Y para poder torear me tuve que ir de casa a la aventura, de capeas en las que intervine en muchísimos pueblos que, aunque no lo crean, me llevé el reconocimiento de sus aficionados y, la prueba era que cuando pasaba el “guante” todo el mundo aportaba su granito de arena, hasta el punto de que con todo lo que recogía de los aficionados me bastaba y sobraba para sobrevivir.

-Dígame, si está en su memoria, la relación de los diestros con los que ha toreado.

He toreado con El Califa, Luis Rubias, El Renco, «Serranito», Dámaso González hijo, Sergio Sánchez, Abraham Barragán, Ángel de la Rosa, Paco Senda, Miguel Tendero, Vicente Barrera, con el rejoneador Rafael Serrano, Alejandro Esplá, Francisco José Palazón, El Soro, Ramón Bustamante, Suárez Illana, José Carlos Venegas, Gregorio de Jesús, Juan Carlos Vera, con las escuelas taurinas de Valencia y Albacete, Jaime Castellanos, Guillermo Descals, Antonio Calatayud, Alberto Martínez, José Domínguez «Surra».

-Y de todo ellos, ¿con quién se quedaría como un recuerdo hermoso?

Pues ahora mismo no te sabría decir con quien, porque he tenido temporadas muy bonitas que he disfrutado lo que es el toro, compañeros y la profesión. Pero si tuviera que decir, por el tiempo que estuve toreando a sus órdenes, Dámaso González, hijo. En esa casa yo viví lo que es la grandeza del toreo. Las conversaciones y los paseos con el maestro Dámaso, hablando de toros, era un disfrute total. Y me sentía muy a gusto. También tengo que decir que a mí se me ha tratado siempre bien  con quien he toreado, menos con el que iba de figura y nos quitaba dinero del sueldo o se le olvidaba pagar el sueldo de algunos festejos. Y él no era un modesto matador precisamente…. 

-Dígame, por favor, el nombre del susodicho que puede ser muy interesante.

Prefiero omitirlo, pero él sabe muy bien todo el daño que me hizo que, con ese remordimiento creo que ya tiene bastante. A estas alturas tampoco quiero hacer leña del árbol caído. Nada tiene sentido cuando el daño ya está hecho.

-¿Qué sentía usted, por ejemplo, cuando toreaba en Madrid?

Para mí era como… el examen de selectividad. Pero yo me encontraba muy a gusto. Estaba muy preparado físicamente y profesionalmente y lo más importante, con mucha ilusión. Ahí salía el toro, toro. Y todo lo que le hacías tenía todo el mérito del mundo. Recuerdo una vez, una ovación del tendido siete, hacia mi persona después del tercio de banderillas, por mi colocación en la plaza haciendo mis quites de auxilio a mis compañeros. 

-Imagino que con su larga trayectoria sumaría muchísimos festejos. ¿Recuerda el número de ellos?

Pues creo recordar que unos 800 festejos más o menos. 

-Barrunto que, dada su trayectoria, usted toreaba con diestros humildes que, por regla general éstos siempre mataban el toro auténtico. ¿Sentía usted miedo con esos toros o le daba igual la clase de animales que se lidiaran?

Había tardes, que pasaba más miedo por mis compinches de otros toreros. Con mis compañeros del mismo torero no, porque eran grandes profesionales e iban al «Toro de San Marcos “que decíamos nosotros. Aunque cada uno sabía lo que iba por dentro claro está. Yo al toro no le tenía miedo. Le tenía mucho respeto porque era un animal que te podía coger y quitarte la vida. De hecho yo me he retirado con 11 cornadas, 5 de ellas muy graves, varias fracturas de huesos. El miedo hace que te bloquees y no pienses. Y delante del toro tienes que pensar para hacer las cosas bien y que no te coja.

-Sin ir más lejos, Vicente, recuerdo la última actuación tuvo usted en Alicante con los toros de Adolfo Martín y, estamos hablando de palabras mayores, una tarde en la que actuó usted con Francisco José Palazón. ¿Qué recuerdo guarda de aquella tarde?

Pasé mucha tensión por la seriedad de la corrida ya que no iba al cien por cien. Llevaba la lesión de la mano izquierda y no lo pasé bien. Me di cuenta que mi camino en el toro, se iba a acabar pronto. Y allí se acabó.

-La pena es que se retiró usted antes de tiempo porque una maldita lesión en su mano de la que me ha contado, le produjo una gangrena gaseosa de la que le amputaron un dedo. Pese tener un miembro menos, ¿no podía usted torear o le afectaba por aquello de las banderillas?

Sí, me retire dos años antes de mi jubilación profesional por la lesión en la mano izquierda. Me faltaba el dedo corazón, se me dormía la mano, había momentos que no notaba que cogía el capote y se me caía. De hecho en Madrid toreando con José Carlos Venegas, un toro de Guardiola me cogió cuando estaba con el caballo que hacia la puerta, por ese motivo. No podía coger bien las banderillas, no tenía seguridad al reunir y clavar y menos para salir de la cara del toro si tenía que ayudarme de los palos. Ya no disfrutaba de mi profesión. Estuve dos temporadas más y pasé el tribunal médico y me dieron de baja para mi profesión. La temporada siguiente fue la más dura, cuando veía que el teléfono no sonaba para ir a torear y los vestidos no salían del armario. 

-Dígame la plaza en la que más ha toreado usted. ¿Fue acaso Valencia?

Es una de las que más he toreado y  más a gusto me he sentido. Allí me quería despedir del toreo pero no pudo ser, pero guardo en mi corazón todas las veces que hice el paseíllo en la que yo consideraba como “mi” plaza.

-Es usted natural y vecino de Bocairente, la ciudad que tiene la plaza más singular del mundo porque todo ella está tallada en roca natural. ¿Qué sensación tenía cada vez que actuaba en su pueblo?

Me sentía como en una plaza más pero, con la responsabilidad que daba torear en tu pueblo. 

-Del complicadísimo mundo del toro ¿qué recuerdos se ha llevado usted y que vivan eternamente en su memoria?

La gente que he conocido, lo que he viajado por mi queridísima España y Francia. Los buenos y gratos momentos con buenos y grandes compañeros (en su momento). Las horas en carretera conduciendo, que me encantaba conducir, ahora no tanto. Esa preparación de la ropa en la maleta cuando me llamaban para torear, con qué ilusión lo hacía, antes de la lesión de la mano. Entrenar cinco días a la semana para estar fuerte y ligero por mi genética. Y veo con orgullo los trofeos que me concedieron como subalterno destacado en distintas plazas como mejor par de banderillas y mención especial. 

-Por cierto, a tenor de los premios, según he podido saber, en cierta ocasión, en Villaseca de la Sagra, cuando todo estaba dispuesto para premiarle a usted por sus pares de banderillas, al final premiaron a uno que no tenía mérito alguno. ¿Qué pasó?

Eso, las miserias de la fiesta que he conocido muchísimas. Al parecer, en dicho pueblo, había que premiar a un recomendado y yo que tenía todos los méritos contraídos frente al toro me quedé con las ganas de que se me hiciera justicia.

-Me han contado que usted mataba muchos toros por los pueblos de Albacete y Jaén, entre otras provincias. O sea que, se jugaba usted la vida a cambio de nada. ¿Cómo se sustentaba dicha locura?

Pues fue en mis años de maletilla. No podía más que irme de capeas. Como no me daban novilladas ni oportunidades, salté de espontáneo en Valencia en un toro del maestro Espartaco y me quitaron el carnet de novillero. Y me tiré al monte como los bandoleros. A las duras y temidas capeas. Allí se «podía» torear mejor o peor, pero estaba el toro. Y siempre que me dejaban o podía matar el toro con la espada. Pasabas el capote por la gente «pasar el guante» me echaban dinero y con eso iba pasando. Como yo no tenía vicios, tenía una cartilla y lo metía en el banco. Y así me tiraba una temporada por los pueblos que yo sabía que echaban toros o vacas para las capeas y que se podían torear. En unas condiciones peligrosas, porque mientras toreabas alguien intentaba distraer al toro. Y todo ello en auto-stop o a pie. Hasta que me decidí y me hice banderillero. 

-De su época, ¿qué banderilleros eran los mejores?

Había muy buenos. Ahora se me han despistado. Pero que tengo ahora mismo en mi mente aunque más jóvenes que yo, Joselito Rus, Domingo Navarro, Candela… Ahora  mismo no me acuerdo. 

-Está usted retirado por la lesión de la que antes hablábamos pero, para su fortuna, en su pueblo le han hecho justicia dándole un puesto digno de trabajo. ¿Le dieron el trabajo por ser vecino de Bocairent o porque lo que usted supuso en el mundo de los toros en las que tantas veces dignificó usted el nombre de su pueblo?

En mi pueblo no me han hecho justicia para nada. Yo tengo trabajo aquí, porque confiaron en mí y me pidieron la empresa «Sapesa» de Monóvar (Alicante) para que hiciese un mes las vacaciones de un operario del eco parque de Bocairente. Y como les gustó como lo desarrollé, al año, dicho operario se jubiló y el jefe de la empresa me llamó y me dijo que si me interesaba el puesto. Que primero estaba yo. Pero el ayuntamiento no tuvo nada que ver. Y es más, nunca me han tenido en cuenta ni me han hecho justicia en mi pueblo. Todo  ha sido por méritos propios. No he salido ni en el periódico local, para que veas, tras veintiocho años como torero en calidad de profesional subalterno.

-Según he podido saber, para sus males, hasta contrajo usted el maldito coronavirus que le tuvo varios días ingresados en un hospital y que, por momentos, hasta se temió por su vida. ¿Cómo se encuentra en estos instantes?

Recuperándome, porque tuve un trombo pulmonar, que casi no lo cuento. Tres días de UCI y 18 días en planta. Ahora estoy en casa con oxígeno asistido, la memoria me falla un poco. Por eso los nombres de personas no me vienen a la mente. Hace unos días que he empezado a salir con mis perros a pasear un poco por el Monte. Y respirar aire de mi querida Sierra Mariola. Poco a poco porque he estado muy mal. Y estoy muy flojo. 

-De toda su etapa como torero, ¿qué vive dentro de su corazón al respecto que no ha podido olvidar?

La ilusión y la dedicación con la que la viví. 

-Añada cuánto quiera. Esta es su casa. Un fuerte abrazo

Muy agradecido de que se acordara usted de mí persona, así como  un compañero banderillero y amigo de Alicante como Pepe Tébar, por haber aportado las fotos de mi persona y, sin duda, por la amistad que siempre me ha conferido, y a usted por hacerme  esta entrevista.