Pese a que hoy ha salido en Madrid un santo con cuernos que parecía un toro, Justo Hernández no debe de ilusionarse mucho puesto que, esos animalitos son para lidiarlos en provincias y pueblos, pero nunca en Madrid. El santo aludido podía haber salvado la dignidad de la ganadería pero, no ha podido ser. Era un toro nobilísimo, lleno de santidad para elevarlo a los altares, pero nunca para emocionar al público de Madrid. Seguro que el ganadero está satisfecho y tiene razón, si lo que pretendía era lucir un toro por su bondad, lo ha logrado por completo.

Es lógico que, como está la tauromaquia actual, le reclamen sus toros a dicho ganadero las figuras del toreo. Pese a que ha sido en Madrid, dichos toros, con los kilos de provincias, para lo que quiere el ganadero le hubieran servido casi todos. Es decir, para hacer felices a El Juli y sus huestes, en realidad no existen animalitos más nobles. No me gustó ni el santo aludido que, amén de la bondad, ni tuvo casta ni emocionó a nadie. Eso sí, para la parodia a la que nos tienen acostumbrados era el toro ideal. Traducido sería algo así como que Ginés Marín trajo un carretón para entrenarse en Las Ventas.

No entiendo como un bravo torero como Sebastián Castella se apuntara a dicha farsa. Recordemos que el torero de Beziers ha tenido muchos triunfos en Madrid con el toro encastado, pero jamás con el burro adormilado, justamente lo que le sucedió en este fatal día que seguramente en este momento habrá olvidado. Tuvo un premio, es cierto, la puñalada trapera a su segundo enemigo, algo que estoy seguro que no logrará nadie durante toda la feria.

Álvaro Lorenzo debería de contestarnos y explicarnos los motivos por los que ha tenido tres tardes en la feria mientras que, Juan Ortega le tienen sentado en su casa. Es muy difícil de explicar. En su primero, noble y sin fuerzas, es cierto que tuvo unas embestidas bondadosas que el diestro no supo aprovechar. Entre enganchones, pérdidas de muleta y demás condicionantes, se le pasó la faena y nadie le dijo ni pío.  En su segundo todavía estuvo más embarullado y sin logro alguno. Lo dicho, esos toritos que le cupieron en suerte, lidiados en provincias hubieran sido gloria bendita para sus lidiadores pero en Madrid no traga el cuento.

Y le salió a Ginés Marín el santo con cuernos que, sin duda, será la tarde que peor recordará en su vida. Igual el chaval creía que, tras aquella faena iban a darle el rabo del toro y se equivocó. Y, cuidado, el chico estuvo elegante, cuidadoso con el toro, mimándole, llevándole para hacer una faena realmente limpia. No cabía más gloria para un torero que tener aquel toro enfrente si, pero lo que él no contaba es que estaba en Madrid y, como se sabe, en Las Ventas se exige un toro, nunca una santo por beato que sea y lleve cuernos. No hubo emoción de ninguna clase puesto que, el animal no tenía casta ni emotividad en sus embestidas; sólo bondad, pero no fue atributo suficiente para que la olla hirviera. Es cierto que, dicho santo, en manos de Juan Mora, Pablo Aguado, Curro Díaz o cualquiera que se le considere artista, hubiera logrado que la plaza enloqueciera, cosa difícil, pero con el arte se hubiera logrado. Pero le tocó el animalito a un torero trabajador que todo lo hizo bien y de forma honrada. Mató a lo grande y cuando quizás creía que le darían las dos orejas, la petición no alcanzó más allá de una oreja sin peso que no le aportará ni un céntimo más a sus honorarios. De haber tenido casta el toro, era de rabo. En su segundo, otro animalito que quiso colaborar con el diestro puesto que, sin malas intenciones, sin casta y con bondad, se dejó pegar varias series limpias por el torero que,cuando cogió la zurda allí se vino todo abajo. Lo intentó de nuevo y le pidieron la oreja al final, con el acierto del presidente porque hubiera sido una oreja pueblerina.

Un toro como el citado, como explico, pese a su santidad, era de los que a estas alturas todo Madrid estuviera dando lances por la calle Alcalá y, la gran verdad es que mañana nadie se acordará de la faena de Marín.

Pla Ventura