Corta, pero colosal. Muchas veces eso es lo que caracteriza a una gran faena de muleta: su brevedad, dar los muletazos justos y necesarios para que el trasteo no quede en un carrusel que tan pronto como sube vuelve a bajar. Cantidad y calidad no siempre se dan la mano, mucho menos en los toros.

Aquel 18 de septiembre de 1941 Antonio Bienvenida, aún novillero, se anunciaba en Las Ventas (nueva plaza de Madrid en aquella época) para lidiar y estoquear una novillada de Antonio Pérez de San Fernando junto a Morenito de Talavera y Juan Mari Pérez-Tabernero. La faena de marras, que para la posterioridad quedó como «la de los tres pases cambiados», fue ejecutada al 5° de la tarde, de nombre «Naranjito». Aunque quizás, para terminar de entender esta faena, habría que retroceder aún más en el tiempo.

Concretamente, al 10 de Julio de 1910, fecha en la cual el patriarca de los Bienvenida, don Manuel Mejías Rapela «El Papa Negro» (o Bienvenida III) se anunció en Madrid, en la vieja plaza de la carretera de Aragón, para estoquear seis toros en solitario de la ganadería de Jacinto Trespalacios. Aquella tarde el Papa Negro resultó herido de considerable gravedad por el 3°, «Viajero» de nombre; percance que marcó mucho la carrera del Papa Negro, y que llegó precisamente mientras ejecutaba un pase cambiado. Años después, treinta y uno para ser exactos, aquel muletazo que tanto caracterizó el repertorio de la familia Bienvenida y a través del cual llegó el fatídico percance que marcó la carrera del patriarca, hizo famosa aquella faena, una de las muchas de enorme calado que realizó Antonio Bienvenida en Madrid, su Madrid.

Antonio Bienvenida comenzó aquella faena citando al toro desde mucha distancia con la muleta plegada en la mano izquierda y el estoque sujetado con la derecha, y una vez se arrancó el toro y llegó este a su jurisdicción, el matador burló la embestida del animal sirviéndose de la muleta, aún plegada sobre su mano izquierda, llevandoal toro al hombro contrario. Tras esto, ligó algunos naturales más que resultaron colosales. Dos veces más repitió Bienvenida la misma suerte, convirtiendo así los tendidos en un clamor. Tras todo esto, la faena no se extendió mucho más: unos naturales más y detalles como afarolados y molinetes para cerrar al toro y, una vez cuadrado, pincharlo en reiteradas ocasiones, perdiendo así un triunfo clamoroso. Para entonces ya no importaba, la gran obra de Antonio Bienvenia ya había quedado inmortalizada y grabada con letras doradas en la historia de la plaza de Madrid.