¿Te imaginas? Tienes una discapacidad, da igual que sea la ceguera, sordera o intelectual, física, psíquica o sensorial. Quieres disfrutar a tu manera de la cultura y la Historia. Te gusta leer, la música, el Arte en mayúsculas, eso, así es. Vas a conciertos, uf, qué difícil es llegar y no sentirte perdido en medio de la marabunta; vas al cine o al teatro, Jo, te ponen pegas, hay gente que te mira raro, como de rechazo; pero hoy lo que quieres es ir a un museo, que para eso es el Día de los museos.
Piensas en el Prado, el Reina Sofía, en el British, el Louvre o los Uficci. Ay, si pudieras ir solo y perderte entre sus salas y galerías, sin prisa, contemplando cuadros preciosos, esculturas que parecen fotos, objetos que guardan historias fascinantes como esa piedra con jeroglíficos o ese relicario de las joyas de la emperatriz, qué sé yo. Pero, vaya, no dispone de rampas para acceder con tu silla de ruedas y las puertas se estrechan con la gente y los cordones de seguridad.
O, claro, no se puede tocar nada, no hay códigos QR señalizados con marcas táctiles ni señales para todos, no hay réplicas ni encaminamientos que te ayuden a orientarte; no oyes bien, te resultan ruido las explicaciones de la guía; no entiendes bien los folletos y carteles con esos palabros que usan. Han puesto alguna cosilla, poca, que hay que cumplir la ley de supresión de barreras y hacerse la foto de conciencia social. No vale con lo mínimo.
Piensas que no debería ser tan difícil ser. Que vale, lo que tienes es lo que tienes. Estás acostumbrado a convivir con ello, con tu silla de ruedas, tu bastón blanco, tus implantes, tu forma de hablar rara… Y, sin embargo, cómo disfrutas cuando hay quien ha diseñado pensando de verdad en ti, desde el conocimiento y el convencimiento. Has podido llegar al museo, te has pasado la tarde de sala en sala, emocionado, feliz, cautivado al contemplar el genio creador del ser humano: los impresionistas en París, Miguel Ángel en Florencia, Goya en el Prado. Estás en Berlín delante de la puerta de Ishtar, te sientes profundamente emocionado viendo el Código de Hammurabi y la Gioconda en el Louvre.
Te da por soñar: no vas solo a todos esos lugares fascinantes que son museos grandiosos, viajas a ellos de la mano de una mujer amiga que sabe cómo hacértelos sentir y vivir. Te cuenta, te explica, te ayuda a llegar allá donde tú sí puedes tocar, escuchar y entender. Ella sonríe cuando lo hacéis porque te quiere, es tu amiga, tu hermana, una voluntaria, una preciosidad de mujer de corazón bello. Y salís del museo, felices, tú dispuesto a contarlo y ella para pasarte las fotos, mientras os tomáis algo, que el Arte da mucha hambre. Sí, así es. Sueñas con vivir, escribes esa visita al museo en el que eres el prota al tiempo que salen de los cuadros los enanos de Velázquez y las majas de Goya, al tiempo que la Mona Lisa sonríe para ti.
Saludos cariñosos.
La diferencia enriquece, la solidaridad nos hace grandes.
Alberto Gil