A las vísperas de que concluya este año diecisiete del tercer milenio, recuerdo cuál fue uno de los términos más consultados por los habitantes del planeta, en el dieciséis: posverdad. En los últimos tiempos, ha sido tal el auge de este vocablo que la Real Academia Española de la Lengua se ha visto en la obligación de incorporarla, en ejercicio de sus funciones de notario del castellano, en el Diccionario. Esta Institución entiende que responde por el término de posverdad la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales.

No es casualidad que este vocablo haya sido uno de los que más interés haya suscitado en nuestros vecinos planetarios. No es casualidad que este fenómeno tenga lugar en el proceso de instauración del tercer orden mundial. Todo esto se produce en el contexto donde los valores de occidente se desalojan abruptamente de nuestras sociedades, por considerarlos culpables de todos los males desde que el mundo es mundo. Esta operación no se está ejecutando desde las armas ni desde revoluciones proletarias, se está llevando a cabo desde la astucia. Es, precisamente, la posverdad la herramienta útil para lograr los fines del neomarxismo o marxismo cultural. En una sociedad inculta, avergonzarlos de su pasado, de sus raíces, de sus tradiciones y de un interminable etcétera es terroríficamente sencillo. Debido a ese desconocimiento y a su nula capacidad de reflexión, se carece del arma precisa para combatir, y derrotar, a la posverdad: el conocimiento.

Todo esto viene a cuento en relación con la última producción de 20th Century Fox, que narra la historia de un “toro” atípico (tan atípico que me veo en la obligación de entrecomillarlo y resaltarlo en estas líneas). Ferdinand (es así como se llama el pobre dibujo) no es más que una nueva manifestación de la posverdad. Vean, encaja a la perfección con la definición antes facilitada: se distorsiona una realidad, la del toro bravo, para manipular las creencias (hacer creer a todos los niños –me niego a añadir y a todas las niñas-, que son los destinatarios del filme, que el toro es precisamente ese garabato que se presenta en la película) para influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Para quien no conozca el argumento de la producción cinematográfica, Ferdinand es un pobre toro, acomplejado, nacido para pastar y perseguir mariposas, a diferencia de sus hermanos. Sin embargo, sus magníficas hechuras lo hacen idóneo para la lidia… A partir de su inaptitud temperamental para la Fiesta brava se desarrolla la película.

He leído de varios aficionados que, una vez visto el largometraje, no es la principal amenaza para la Fiesta, con lo cual estoy radicalmente de acuerdo. Sin embargo, no quiero dejar acabar el año sin reflexionar acerca de esta cierta y peligrosa revolución. El objetivo de la película de Ferdinand no es otro que humanizar a un animal: hacer creer que una bestia siente y tiene conciencia de sí mismo, lo cual es física y biológicamente imposible por carecer de razón. Más allá de deformar al toro bravo (instrumento necesario para cumplir el fin), es una concreción más de la cruzada que el neomarxismo tiene en contra de nuestras tradiciones, nuestros orígenes y nuestro medio rural. En una sociedad de niños urbanistas, desconocedores del campo y del medio agreste (tanto hasta el punto en que creen que la leche resulta del tetrabrik y no de la vaca) influir estas falsas opiniones es excesivamente fácil, sin olvidar la ausencia de la más mínima reflexión y formación que suplan la ignorancia sobre el medio rural. A todas estas desgracias, debe sumarse el hecho del victimismo perenne, la debilidad más absoluta y la sobreprotección en la que los niños actuales están creciendo y desarrollando sus personalidades. En este caldo de cultivo, la desaparición de la Fiesta de los toros, la caza, la pesca, la hípica y cualquier otra actividad relacionada con el medio rural no será más que una consecuencia lógica, no se necesitará de ningún decreto. Los futuros hombres de nuestra sociedad, cegados ante la realidad, serán incapaces de distinguir a un animal de una persona, salvo por la apariencia física. Defenderán los instintos en los hombres, y la razón en las bestias… Y no estamos tan lejos, solo que nos sorprendemos cuando alguien clama en el vertedero de Twitter por ver el sacrificio televisivo de una anguila… He dicho.