527 años después de que partiera Cristóbal Colón hacia Tierra Extraña, desembarcó en Huelva un nuevo conquistador: Pablo Aguado. Deslumbró y arrebató el cetro del toreo, el de verdad, en Sevilla. Se coló en un circuito al que nadie le había invitado. Llegó a Madrid y demostró que lo de farolillos no fue una casualidad. Sin embargo, la tarde más sinfónica fue la de ayer en Huelva. Cortó dos orejas, exagerada la segunda, al sexto toro. Sin embargo, la faene ante el tercero fue prodigiosa. Me extendería en adjetivos elogiosos hasta que lo vuelva a ver torear. Completaron la tarde Morante de la Puebla y Pablo Aguado, con toros (novillos) de Albarreal. La obra hubiera devenido faraónica si se lidiaran toros y no eso.
Cuando “Banderillero” saltó al ruedo, en los tendidos recorría la desolación como la pólvora, dado el juego de sus dos hermanos anteriores. El sevillano salió a recibirlo de capote con una naturalidad pasmosa. Se abrió por templadas verónicas, mientras ganaba terreno al animalillo que le correspondió en suerte. La media verónica con la que cerró el ramillete fue, sencillamente, monumental. Llevó al toro al caballo con un galleo por chicuelinas, dejando al toro “colocado” con otra media de idéntico calado. Cuando el toro pasó el trámite del maltratado tercio de varas, la plaza ya se había puesto de pie en varias ocasiones. El público se levantó para no volver a tomar el asiento. Quitó por chicuelinas. Soy de la opinión que las chicuelinas no es torear, pero, en el caso de Aguado, son bailar por bulerías. Brindó al público y empezó con trincherazos y trincherillas. Toreó por debajo de mucho calado y sabor. Solo verlo andar merecía la pena. Las tandas sobre el enclasado pitón derecho reducían la embestida del animal hasta pararlo. Las trincherillas y los pases de pecho eran antológicos. Por el izquierdo el animal tenía más recorrido, pero menos humillación. Algunos naturales, más lineales, arrebataron a un ya entregado público. El desiderátum. Escabechina con la espada. Vuelta al ruedo.
Al salir el sexto, se tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo desde el tercero. Las ganas de volverlo a ver. Ese último toro fue el mejor presentado del encierro, con diferencia. Lo volvió a recibir con templadas verónicas, por un pitón derecho con recorrido; y un pitón izquierdo por el que se vencía. Cerró el recibo por chicuelinas. Torera forma de llevarlo al caballo, aprovechando el buen pitón derecho del animal. Tomó la muleta para iniciar el trasteo sobre la mano derecha. El toro embestía con prontitud y recorrido, si bien, se aburría un poco al final del muletazo. Toro justo de fuerzas. Aguado supo aprovechar las inercias del animal y, por ello, lo llevó en línea y no le bajó la mano. Sin embargo, el empaque y la torería llenaron el escenario. Pasajes bellísimo, inolvidables e irrepetibles. Mató de estocada defectuosa. La locura generalizada le entregó los dos apéndices. Huelva quería sacar a hombros a un nuevo ídolo.
Cuando salió el cuarto toro, un compañero de tendido dijo, y no con menos gracia, que Morante requería de que Aguado le abriera plaza. Recibió al “regordío” cuarto con el capote a una mano y siguió con verónicas genuflexas y, ya en pie, continuó por dos monumentales verónicas pies juntos sin enmendar la plana. Llevó el toro hasta el platillo por el mismo palo, con ese estilo que solo él tiene. Todo rematado con una sideral media. Y hasta ahí la tarde de Morante. El toro no fue castigado para evitar que se parara. Fue imposible. Detalles y voluntad del cigarrero. Su primer toro fue un escombro, simplemente. De bochornosa presentación y asqueroso juego. Lo mejor del sevillano fue que decidió abreviar. Sainete con la espada saliéndose de la suerte.
David de Miranda regresó a su tierra tras su paso triunfal por Madrid. La plaza estaba entera entregada a él y predispuesta al triunfo. Sin embargo, el pobre juego de los toros mandó al traste toda expectativa. Cortó una oreja de su primer toro, un animal soso y descastado, con un humillado pitón derecho. El pitón izquierdo parecía tener la vista cruzada, motivo por el que se le cruzó en varias fases de la lidia. Alargó la faena con pasajes innecesarios. Dio un formidable pase de pecho. Cortó una oreja al paisanaje. Con el sobrero de Torrealta, poco pudo hacer. En verdad, no se podía hacer nada más que quitárselo de en medio.
Por Francisco Díaz.
Fotografía de Arjona.