Fotografía de Templaito.

Llegó la segunda corrida, cuarto festejo, del abono fallero, y con ella, la segunda y última representación ganadera, junto a Victorino Martín, ajena a la órbita Domecq: Alcurrucén. Un encierro mal presentado, una verdadera escalera. El quinto feo a rabiar, que fue, por avatares del destino, el mejor del encierro. Los animales compartieron mansedumbre, humillación, noble y ausencia de casta. Tarde larga y vacía de contenido, cuyo único contenido lo puso Pablo Aguado. El sevillano irrumpió en el ruedo valenciano con clase, elegancia, gusto, torería… en definitiva, sevillanía. El dato, sin duda, más negativo fue la escasa concurrencia de público. Sin embargo, un público festivo, orejero y muy poco riguroso. Poco importó la pésima colocación de las espadas para la petición de trofeos. Y mejor no hablar de la influencia que tuvo la pobre construcción de faena.

 

Abrió la tarde Álvaro Lorenzo, torero formado en la casa de los Lozano, conocedor de la ganadería. Ante su primero, manso y abanto, sin fijeza alguna, no compareció en la lidia. Permitió que el toro acudiera al relance al caballo. Se picó en la puerta del patio de caballos, de un piquero a otro. Con la muleta, estuvo destemplado y con carreras entre pasaje y pasaje. Siempre viéndose obligado a recolocarse. Con cites excesivamente bruscos y desplazando la embestida. Espada baja y petición, sorprendente, de oreja. El cuarto fue el peor de la corrida, tardo y muy parado. En este capítulo, anduvo más confiado el toledano. Muletazos, en algunas ocasiones, más suaves. De uno en uno. Ante la poca casta del animal, se metió entre los pitones. Estocada trasera y muy tendida.

 

Luis David Adame sigue sin justificar su inclusión en todas las grandes ferias españolas. Con el mejor lote, fue absolutamente incapaz de dejar sin argumentos a todos sus detractores. Variado y voluntarios en los quites: lo único positivo en toda la tarde. Su primero tuvo mejores principios que finales, pues desparramaba siempre la vista al final del muletazo. Sin embargo, tuvo mejor condición por el pitón izquierdo, más largo y humillado. Tras la única tanda por ese pitón, el toro se rajó. En la querencia orquestó circulares invertidos, aprovechando las inercias de los terrenos y el buen pitón izquierdo del animal. ¿No hubiera sido mejor dar una tanda al natural? Estocada contraria a la suerte de recibir y petición. Otro toro con opciones fue el sexto de la tarde, más encastado y repetidor que sus hermanos. Luis David se limitó a dar mantazos y banderazos fuera de cacho, escupiendo la embestida lo más lejos posible. Se colocó en el cuello del toro en cado uno de los cites. No fue efectivo con los aceros.

 

Los más granado de la tarde tuvo lugar en el tercer toro. Cortó una oreja poco rigurosa Pablo Aguado. El animal debería haber vuelto a los corrales, dada su manifiesta lesión en la pata derecha. Esta condición determinó todo el transcurso de la lidia. El sevillano solo pudo acompañar las embestidas con una prodigiosa cintura. Sobre todo al natural. Todo ello adornado por un enorme empaque. Torería. Mató de estocada caída y se premió con una oreja. Faena de detalles, pero no de conjunto para cortar un trofeo en una plaza de primera. Versión distinta ofreció en su segundo toro. Un animal más brusco y con genio. Pablo Aguado, dado su escaso bagaje, no se acopló en ningún momento. Eso sí, se respiró en la plaza nuevamente torería y naturalidad. Virtudes tan necesarias y añoradas en estos últimos tiempos.

 

Por Francisco Díaz.