La Feria de Badajoz, como suele ser habitual, no despertó ningún tipo de interés, cuando se presentó. Se antojaban combinaciones ayunas de sentido, pobres y poco imaginativas. El serial daba la espalda al nuevo tiempo que nos ha tocado vivir. Tanto fue así, que las entradas registradas han sido irrisorias y vergonzantes para cualquier empresa. Y más, tratándose de Badajoz, una de las provincias con más vinculación con el toro. Solo hay que ver la cantidad de ganaderías que en sus dehesas pastan o esa fábrica de hacer toreros, y algunos buenos, que es su Escuela Taurina. Alguna esperanza había en el cartel del sábado, por la presencia del triunfador de Sevilla y una de las sensaciones de Madrid. Sí, me estoy refiriendo a Pablo Aguado. Sin embargo, el destino caprichoso quiso que no estuviera. Se improvisó una alternativa que, por más vueltas que le doy, soy incapaz de comprender.

 

La Fiesta de los Toros tiene muchos, muchísimos, defectos. Sin duda, uno de ellos es el perenne anacronismo que sigue viviendo. Las campañas publicitarias son pésimas, cuando no inexistentes. Seguimos viendo coches con altavoces por calles y avenidas. Las más trasgresoras consisten en empapelar autobuses. Dudo que haya algún otro espectáculo con tanta capacidad de movilización y de convocatoria que siga atrapado en el tiempo. Sin embargo, esa falta de previsión publicitaria y de inversión -porqué no decirlo- se suple con la propaganda más barata y cancerígena para esto de los toros: el triunfalismo. Querer dar la impresión de que esto es divertidísimo, que siempre hay contenido y que no somos cuatro amargados. Así se creen que van a llenar las plazas. En esta ocasión, el triunfalismo que sobre el desierto de Badajoz, y lo digo por la desértica apariencia de los tendidos, ha alcanzado su máxima expresión: indultos sábado y lunes de Antonio Ferrera a “Jilguero”, de Victoriano del Río, y “Juguete”, de Zalduendo.

 

Sí, han leído bien: indultos de Antonio Ferrera. Vivimos un tiempo en que los indultos no son un reconocimiento a la bravura, casta, clase y nobleza de un ejemplar, sino un triunfo del torero. Solo han de echar un vistazo a las crónicas de los medios especializados. El indulto debería ser el premio del toro y, por consiguiente, del ganadero, y no del matador. Tampoco es él quien lo indulta, sino la autoridad competente que lo autoriza, en última instancia. Por tanto, todos aquellos titulares en los que reza “indulto de” y el nombre de un matador, consciente o inconscientemente, transmiten una verdad como un templo: los indultos premian al matador. Esta excepción a la muerte del toro que, como tal, solo debería producirse en supuestos extraordinarios ha venido a suplir la concesión de patas e, incluso, criadillas que se estilaban antaño. Cuando el público festivo y festivalero está tan extasiado que las dos orejas y el rabo le parecen insuficiente, se recurre al indulto. Así la fiesta, que no Fiesta, es ya sublime, insuperable, inolvidable. Triste manía de todo aquel que va a los toros a vivir una tarde histórica.

 

Vienen a sostener estas tesis los animalejos indultados en la afortunadamente acabada Feria de Badajoz. Y digo afortunadamente porque, de seguir aún incursa, se consagra, de una vez por todas, la corrida sin sangre y sin muerte. Ambos animales son aquello con lo que ahora insultan al toro bravo como “colaborador”. Si bien, el tal “Jilguero” aún tenía más codicia en la muleta. Pero a “Juguete” le venía el nombre al pelo. Un bicho con el trapío de un lechón y con los pitones desesperadamente astigordos, que embestía sin maldad a la muleta. Parecía absolutamente robotizado. He visto toros de “Juguete” con más malas ideas. Si realmente fueran toros de indulto, distarían mucho de aquellos que permiten a los revisteros añadir verbos como “sentirse”, “abandonarse”, “relajarse”, “romperse”, etc. En ninguna de las crónicas leerán “poder” o “dominar”, por ejemplo.

 

Creer que los indultos llevarán a más gente a la plaza, o conseguirán que obtengamos el perdón de nuestros enemigos, es la mayor equivocación en la que podemos caer. Lo único que lograrán es expulsar a todos aquellos que están en la posición de inculcar los rituales valores de tauromaquia.

 

Por Francisco Díaz.