Me empeño en vivir y, por eso escribo tanto. No es una vida de papel, es que las palabras son vida cuando se llenan de razones y ganas. Escribo de lugares bonitos, qué bien me sienta viajar; de emociones intensas, qué bien me sienta emocionarme; de sensaciones, qué grande es eso de sentir.
De la lejana Estambul junto al Bósforo y el Gran Bazar al último concierto de Los secretos, Nacha pop y Gabinete Caligari, cuántos sentimientos. De Fuentestrún con la bendición de campos y la comida de hermandad en el bar, cada 15 de mayo a la pradera, en Madrid, con chulapas, chotis y barquillos. Me dirás que son locuras de ciego, que estoy en casa, delante del ordenador, sin nada más. Yo te diré que puede que sí, o puede que esté pintando frescos como hiciera Goya con los cartones y esculpiendo versos como Machado con los suyos para recoger escenas de fiesta, raíces y vida gracias a las palabras que tecleo.
Le ofrezco mi mano para cruzar la calle a una presencia, qué ingenuo soy, ella no necesita eso, soy yo quien precisa de manos a las que agarrarme para cruzar los abismos del no se puede. Le digo al viento que eres preciosa aun sin saber si eres, siquiera. Escribo para vivir como estrella del cielo que ilumina caminos oscuros de almas extraviadas, fuente de agua fresca para saciar la pena de los marginados, codorniz tozuda que se posa en alféizares de ventanas que abrirá una adolescente con lágrimas secas.
Me empeño en escribir sin vivir lo que escribo. Es ese el último milagro de la primavera del que habló el poeta: escribir para conmover, crear colores y ser explorador de mapas en rostros de abuelos solitarios que se sientan en los bancos de las calles o las sillas de ruedas de las residencias. Y después las sensaciones: la del perfume en el escote, la música en las pupilas, el sabor en el paladar y la luz en los dedos. Por eso siempre me digo, Albertito, siempre adelante.
La diferencia enriquece, la solidaridad nos hace grandes.
Alberto Gil
Nota del director.
Cuenta la leyenda que Demócrito se hizo quemar los ojos porque decía que el mundo era tan bello que lo distraía. Alberto Gil, nuestro hombre que usted termina de leer, no le hizo falta semejante atrocidad porque ya nació ciego. Por esa razón, estamos ante un personaje de leyenda, un hombre carismático como pocos que, de su ceguera ha hecho una forma de vida que, según él, el mundo es maravilloso por allí por donde lo “mire”. Alberto ha publicado varios libros, trabaja en la Fundación Once y tiene una “mirada” franca y hermosa que le hace diferente al resto de los mortales. Y mientras Alberto Gil solo ve belleza por cualquier lugar del mundo, nosotros, estúpidos mortales que tenemos todos los sentidos, de vez en cuando nos lamentamos que no nos haya tocado la lotería.