Rejoneador con garrocha Antonio Higuero, Lienzo Miguel Angel Morales Hernandez

Las Fiestas de Toros y Juego de Cañas son una mezcla de ejercicios militares y toreo a caballo. Estos espectáculos servían, no sólo de diversión, sino también para mantener en forma a los nobles que nutrían los ejércitos, por lo que su realización fue recomendada, e incluso ordenada en diversos momentos, por la Corte. De algunas de estas órdenes, surgieron en seis ciudades, a lo largo del siglo XVII, las Reales Maestranzas de Caballería de las que sólo persisten cinco: las de Sevilla, Granada, Ronda, Valencia y Zaragoza. La sexta, la de Jerez de la Frontera tuvo una existencia efímera.

Las Fiestas de Toros y Cañas solían tener lugar en las plazas mayores de las ciudades, patios de armas de los castillos o en cosos y palenques expresamente montados para la ocasión, celebrándose en todo el reino. Y las fachadas de las plazas donde se celebraban se engalanan con ricas colgaduras para la ocasión.

En el toreo caballeresco se distinguen dos etapas: durante la Reconquista, en la que se alancea al toro y después, cuando se utiliza un arma específicamente taurina, el rejón.

La principal suerte de la primera etapa es, por tanto, la lanzada. Para ejecutarla, el caballero quieto y con los ojos del caballo vendados, citaba al toro de lejos para, justo antes del encuentro, clavarle la lanza a la vez que desviaba el caballo con la otra mano. A veces, el animal llegaba ya muerto al caballo.

La lanzada era un reflejo de la técnica militar que usaban los caballeros en los torneos que se realizaban en los países europeos y se hallaba ligada a la escuela de equitación que llamaban de la brida, también de procedencia extranjera. Los caballeros al adoptar la monta a la brida, es decir, con las piernas muy estiradas, abandonaron la clásica monta a la gineta.

La lanzada era un reflejo de la técnica militar que usaban los caballeros en los torneos que se realizaban en los países europeos y se hallaba ligada a la escuela de equitación que llamaban de la brida, también de procedencia extranjera. Los caballeros al adoptar la monta a la brida, es decir, con las piernas muy estiradas, abandonaron la clásica monta a la gineta.

Antes de alancear los toros, realizaban unos ejercicios que consistían en romper cañas entre dos bandos de caballeros. A finales del XVI, los juegos de cañas «rostro a rostro» típicos de Jerez de la Frontera son famosos en toda Europa.

Durante siglos, se celebraron estos espectáculos cuyos protagonistas eran los miembros de la nobleza, aunque siempre auxiliados a pie por sus correspondientes lacayos. Aunque acabada la Reconquista pierde su sentido originario la corrida caballeresca, éstas se siguen celebrando por parte de la realeza y aristocracia como una forma de diversión.

A veces, las corridas de toros resultan realmente sangrientas, resultando heridas o muriendo en ellas un buen número de personas. Por esta razón, mucha gente y especialmente el clero cuestionan la celebración de espectáculos tan cruentos. Dentro de esta polémica, en varias ocasiones se prohiben las corridas de toros si bien, al cabo del tiempo, se acaba permitiendo de nuevo su celebración. En este contexto, en la segunda mitad del siglo XVI, una prohibición papal de las fiestas taurinas, bajo pena de excomunión, provoca el declive de estos festejos.

Abolida la prohibición pontificia, a comienzos del siglo XVII resurgen de nuevo las fiestas de toros, aunque los caballeros practican ahora la monta a «la gineta». En esta modalidad de equitación, las piernas van flexionadas por lo que los caballos se pueden manejar con las rodillas y por tanto, tener las manos más libres, lo que permite la aparición del rejoneo. De esta manera, se pasa del guerrero alanceador al caballero rejoneador, que también solía ir acompañado de sus auxiliares para darles los rejones y unos chulos provistos de capa y cuya misión era llevar al toro al caballo o sacarlo. Con Felipe IV las corridas de rejones alcanzan su mayor esplendor, programándose para celebrar los más destacados acontecimientos ·bodas y nacimientos reales, victorias militares, etc·.

En estas corridas se practicaba, para matar a los toros, el desjarrete’. De hecho, cuando los toros estaban tan malheridos o agotados que ya no atendían a los caballeros, se tocaba a desjarretar, momento en que salían al ruedo ciertos individuos para llevar a cabo esta acción y apuntillar al toro a continuación. Esta desagradable suerte en las fiestas reales hasta 1725.

Durante los primeros tiempos, tanto los toros muertos como los caballos, se sacaban de la plaza en carros preparados para ello. Sin embargo, en las fiestas reales celebradas en agosto de 1623, en honor del príncipe de Gales Carlos Stuard, el arrastre de toros se hace utilizando tiros de mulas. Esta innovación, debida al corregidor Juan de Castro, tiene tal aceptación que termina por imponerse en todos los espectáculos taurinos que se celebran a partir de entonces.

Las corridas caballerescas se organizaban normalmente para conmemorar acontecimientos relacionados con la corte o sus reyes: para festejar nacimientos de príncipes, bodas reales u otros grandes acontecimientos. De ahí que también se le de el nombre de Funciones Reales. La celebración de estos espectáculos se fue reduciendo y ya, a lo largo del siglo XIX, se dan de forma muy esporádica, siendo el último celebrado el día de con motivo de la primea boda de Alfonso XII.

Cuadernos de Aula Taurina: Historia del toreo a pie