Decepción al por mayor ante lo que presagiábamos en torno a los toros de Núñez del Cuvillo que, sabedores de su santidad, lo que no sospechábamos era que saldrían muertos de toriles y, así ha sido. Fracaso al más alto nivel del ganadero que, con toda seguridad, él hubiera querido lo mismo que nosotros, el triunfo, pero no ha sido posible dada la infame calidad de sus pupilos. Se ha salvado el segundo de la tarde que, sin ser un barrabás, ha valido para que Emilio de Justo hiciera una faena bellísima.

Lo de Enrique Ponce empieza a ser preocupante; no sabemos si elige los toros muertos en el campo o se le mueren en la plaza. Su primero ha sido un comportamiento escandalosos; parecía, de salida, que podía valer el animal y cuando Ponce ha cogido la muleta, el toro, al verle parece que estaba viendo a Pablo Iglesias, de ahí que le pidió la muerte a Ponce a gritos. No sé si recuerdo una situación igual como la vivida con este bicorne que, insisto, solo pedía la muerte sin la menor intención de embestir. Ponce que es especialista en faenas larguísimas, en esta ocasión ha estado más breve que nunca. Ha salido su segundo que, con poca fuerza en sus patas traseras, inválido como la mayoría, el presidente lo ha devuelto en el acto, eso sí, Ponce hacía gestos de desaprobación porque entendía que, el animalito, como estaba, era perfecto para sus funciones como enfermero.

Su segundo bis era más tonto que Pedro Sánchez; brincaba, se revolvía, no tenía fuerza alguna y no cabía opción para nada. Si eligió él los toros no tiene futuro como veedor y si no lo hizo, debería de pedir cuentas a quién ha elegido por él. Otra vez la brevedad ha sido la norma. Ha matado el segundo de Emilio de Justo que, con pocas fuerzas, apariencia de novillo y sin maldad alguna, debido a esa escases de fuerzas se defendía y no ha permitido que Ponce se pusiera tan bonito como otras veces. Como siempre que aparece Ponce, la parodia del toro está servida. Su voluntad solo ha servido para que comprobásemos una vez más que es un torero ventajista.

El único toro que ha valido la pena ha sido el primero de Emilio de Justo que, como si no fuera de esa camada, ha sacado casta y fuerza; no era ningún criminal  por supuesto, pero ha sacado ese punto de casta que le ha dado sentido a su lidia. De Justo, como vienen siendo habitual en él, ha estado cumbre; si sus inicios han sido primorosos como antes lo habían sido sus lances de capote, su faena ha sido bellísima por ambos pitones. Gusto, empaque, torería, embrujo y verdad son los argumentos que debemos de atribuirle a Emilio de Justo por la rotundidad de su labor. Ha sido cogido en dos ocasiones que, sin sufrir cornada alguna, ha quedado tres veces en posición fetal debajo del toro que le ha pisoteado con saña y, al parecer, De Justo tiene alguna luxación de consideración. Ha matado al toro con rotundidad, ha cortado dos orejas y ha tenido que marcharse a la enfermería para, tras ser examinado, enviarle al hospital. El triunfo ha sido para Emilio de Justo y el que lo dude ya sabe lo que tiene que hacer; y no lo digo por la tarde de hoy, se trata de esa continuidad que tiene el diestro extremeño que vienen dictando lecciones de torería infinita.

No ha tenido su toro Juan Ortega. Su primero era apenas una «sardina» con cuernos que se desentendía de todo. Es el precio que hay que pagar, amigo Ortega, cuando se torean ese tipo de toros. Igual sale la hermanita de la caridad propicia para el éxito, como aparece por toriles ese bichejo sin peligro alguno pero, sin ninguna convicción para colaborar con el matador. En su segundo, casi el calco de su primero, sin apenas fuerzas, pese a ello, Ortega ha tenido momentos brillantes; si con el capote dibujó lances maravillosos, muleta en mano ha dejado retazos de su inmensa calidad, la que nadie le podrá arrebatar. Es cierto que hemos tenido la fortuna de verle con toros más acordes a su gusto y empaque pero, pese a todo, el sevillano no ha regateado esfuerzo para perfumar, en la medida de la posible, el ruedo de Leganés. No ha sido su tarde más emotiva pese a la oreja que le han regalado, pero sí lo suficiente para que compañeros suyos como Fortes, Román, Javier Cortés, Luque y otros más, que vean torear a Juan Ortega y que luego se analicen a sí mismos.  Ser torero es lo más difícil del mundo, de eso no me cabe duda pero, para colmo, o se está tocado por la varita mágica o mueres en le intento.

Pla Ventura