Literatura no es otra cosa que lograr que el lector se emocione con la narrativa que tiene en sus manos, caso que me ha sucedido a mí al leer el libro LAS 24 ÚLTIMAS HORAS DE JOSELITO en que su narrador, José Luis Cantos Torres nos ha transportado con su magia al año 1920 en que, como su libro indica, nos cuenta las últimas horas de José Gómez Ortega en Madrid y, sin duda, al día siguiente en su visita fatal a Talavera de la Reina.

Yo sabía que Cantos Torres es un narrador brillantísimo, un músico excepcional pero que, como ha sucedido ahora, su condición de mago de las letras es la que me ha emocionado por completo. Se trata de un sentimiento generalizado porque me atrevo a vaticinar que cualquier lector le ocurrirá lo mismo. Son innegables los valores que Cantos Torres ha mostrado en este libro que no es otra cosa que, la leyenda de las últimas horas del menor de los Gallo pero, cuidado que, para construir esta obra han sido innumerables horas de trabajo para recabar datos, momentos, opiniones, secuencias, documentos aportados en que, a tenor del título del libro, 24 horas en la vida de un torero, hasta nos podría parecer excesivo dicho trabajo  por el poco tiempo definido.

No estamos ante una biografía al uso, de las muchas que de Joselito se han escrito porque, tras su muerte, José Gómez Ortega ha sido artífice de que corriera mucha literatura en su honor; yo diría que ha sido el toreo más biografiado y enaltecido en el último siglo. Dicho lo cual, resulta fascinante que Cantos Torres haya buceado en la vida y muerte de este genial torero para condensarnos, en apenas doscientas cincuenta páginas, un hito impresionante en que, insisto, el lector se retrotrae cien años hacia atrás con una naturalidad pasmosa.

Tras leer este libro cualquiera tiene derecho a sentirse poseído por la majestuosidad taurina de aquellos años en Madrid en que, como se sabe, Joselito era el rey. Allí, en la vieja plaza de la carretera de Aragón toreó por última vez Joselito aquel 15 de mayo, festividad del santo patrón en que para su infortunio no hubo fortuna en nada porque los toros de Carmen de Federico rodaron por la arena como pelotas de goma  para desesperación de diestro y público que llenaba la plaza como de costumbre. Allí escuchó Joselito los epítetos más sangrantes que el diestro pudiera imaginar. ”Ojalá mañana te mate un toro en Talavera”. Frases llenas de horror en que el rey de los toreros se sintió muy acongojado en unión de Belmonte e Ignacio Sánchez Mejías que toreaban con él en dicha tarde.

Consideraciones artísticas al margen, el autor nos pasea por aquel Madrid bullicioso, sereno, agradable y, ante todo, con una afición taurina de unas dimensiones inenarrables. Cerramos los ojos y vemos la casa de Joselito en la calle Arrieta, incluso el restaurante en que fueron a cenar los toreros en que, Joselito, herido en su amor propio no cenó. Vemos, como explico, los pormenores de aquel Madrid excitante en todos los órdenes, razón por la cual, entre otros, Joselito y Belmonte tenían casa en la Villa y Corte, como no podía ser de otro modo.

Mi emoción ha sido tanta que, me gustaría ser capaz de relatar todo el libro, desde la primera letra hasta la última, pero sería tanto como mancillar la obra de Cantos Torres en la que, como digo, ha trabajado de forma concienzuda y, lo que es mejor, abordando un relato que a nadie se le había ocurrido jamás. Entiendo que, mostrar mis emociones, mis lágrimas en las retinas de quien narra estas pobres letras son argumentos más que suficientes para invitar al lector para que lea este libro que, además de conocer el Madrid de aquellos felices veinte, cualquiera tiene la sensación de haber pasado junto a Joselito las últimas veinticuatro horas de su vida.

Tras haber cosechado aquel fracaso mayúsculo en Madrid en día de San Isidro, al día siguiente, 16 de mayo, Joselito partía junto a los suyos hacia Talavera, llegando a la ciudad de la cerámica poco antes del mediodía. Belmonte había sido invitado por José para que acudiera como espectador, pero declinó la oferta diciéndole: “Perdona que no te acompañe José, pero ayer tuvimos una mala tarde en Madrid y pasado mañana toreamos juntos en nuestra plaza. Que tengas mucha suerte”

Estas fueron las últimas palabras que se cruzaron ambos diestros, sabedores de que al día siguiente de nuevo compartirían cartel en Madrid. Llegó alegre Joselito a Talavera que, en principio no tenía que torear dicho festejo porque estaba anunciado su hermano Rafael que se cayó del cartel a lo que, los empresarios de dicha plaza, amigos personales de José le invitaron a torear aquel fascinante mano a mano con su cuñado, el ya afamado Ignacio Sánchez Mejías. Todo discurrió con normalidad, la plaza se llenó por completo y, ambos diestros percibieron la ingente suma de cinco mil pesetas de la época.

La corrida no ayudó mucho que digamos porque, salvo la lidia del cuarto toro en que Ignacio invitó a Joselito a poner banderillas y cosecharon unas atronadoras ovaciones, salió el quinto de la tarde y si hubo quinto malo. A José no le gustó, de ahí las precauciones que pedía a todos los miembros de su cuadrilla. Empezó la faena Joselito con probaturas pero, como dice nuestro escritor, Joselito sabía que Bailador no era toro de triunfo, más bien de lidiarlo por la cara y matarlo. En un segundo, Gallito le perdió la cara al toro y éste hizo por él propinándole dos cornadas de muerte. Entró con vida en la enfermería pero, momentos más tarde José había entregado su alma a Dios.

La desolación era infinita, su cuadrilla en la que se encontraba su hermano Fernando no daban crédito a lo ocurrido. Ignacio que finiquitó el toro y el suyo sexto de la tarde, abrevió porque intuía que la cornada podía haber sido gravísima, hasta el punto del que cuando Ignacio entró en la enfermería Joselito era cadáver.

A partir de aquellos momentos se empezó a forjar la leyenda de un hombre que, cien años después sigue tan vivo en la memoria de los aficionados como si estuviera junto a nosotros. Las manifestaciones de duelo fueron el paradigma de la locura al más alto nivel, tanto en Talavera como en su traslado a Madrid para ser velado en su propia casa. Empezó a correr la noticia como un reguero de pólvora, pero nadie la creía, hasta el propio Juan Belmonte que estaba en su casa echando una partida de naipes, cuando le llamaron entendió que se trataba de una broma de mal gusto.

Madrid, España entera se estremeció ante tan macabra noticia y, en la Villa y Corte donde fue velado, decenas de miles de personas pasaron por la calle con la intención de rezar ante su féretro, algo que resultó imposible, pero que se les permitió a todos que firmaran en un libro de condolencias al respecto. Madrid lloró, pero no fueron menores las lágrimas de Sevilla cuando el tren llevó el cadáver de un hijo tan ilustre. Y allí, en la ciudad de la Giralda termina lo que Cantos Torres ha dado por llamar las 24 horas últimas de la vida de Joselito, un hombre que marcó una época y que para su “fortuna” hasta tuvo la dicha de inmortalizarse eternamente cuando apenas había cumplido veinticinco años.

Reitero, Cantos Torres no ha escrito una biografía al uso, ha narrado unas horas apasionantes de un diestro legendario en la que, entre citas, datos y documentos aportados, como decía, ha plasmado un libro inenarrable que, al margen de tanta sabiduría, su autor nos ha inundado con su magia. Felicidades, maestro.