La fecha arriba expuesta es la que siempre recordará mientras viva el diestro Eduardo Dávila Miura porque en dicha data volvió a nacer. Es cierto que, desde nuestra casa, alguien le recordó a Dávila Miura que su regreso, aunque fuera por un día, era toda una temeridad. Un presagio que desdichadamente se cumplió. Tras lo visto, estaba Dios en el coso de Cuatro Caminos en dicho día porque, como todo el mundo ha visto, las imágenes de la cogida de Dávila Miura han dado la vuelta al mundo, seguramente por el morbo que produce la crueldad de las mismas.

Y no es que Eduardo Dávila estuviera torpe por aquello de  que llevaba mucho tiempo sin torear; todo ocurrió de forma casual puesto que, el toro, con su pata, le hizo perder el equilibrio al diestro para que quedara a merced del toro. Cierto es que el animal podía haber girado hacia otro lado y olvidarse del torero pero, como se pudo ver, le tenía tan a mano que se abalanzó sobre él metiéndole el pitón en la barriga de una forma escalofriante, temblando, como era lógico, toda la afición cántabra que poblaba el coso.

Los que hemos visto el reportaje de la cogida nos hemos quedado atónicos porque, tras lo visto, allí podía haber ocurrida una tragedia al más alto nivel. Todo fue casual, nada que culparle ni al torero ni al toro que, podía haber cogido al diestro cuando estaba toreando a placer o a la hora de entrar a matar; nada de eso, por eso digo que la cogida podríamos calificarla como la más tonta del mundo pero que, a su vez, pudo haber tenido unas consecuencias dramáticas.

Entiendo que Eduardo Dávila Miura tenía la gran ilusión de festejar sus XXV años de alternativa enfrentándose a una corrida de toros, algo que logró porque era su sueño pero, insisto, pudo haberse quedado en el sueño para no despertar jamás cuando vimos como el toro le metía el pitón por la barriga. Digamos que, Dávila tentó al destino a modo de reaparición y, pudo haberle costado caro. Todos nos alegramos de que todo quedara en el mayor susto de su vida y, por ende, en la consiguiente paliza que el toro le propinó, sin duda, lo más leve que pudo haberle sucedido.

Cuidado que esto no es una crítica hacia el diestro porque, esa caída tonta que tuvo frente al toro al ser derribado por el mismo, eso ha pasado muchas veces; es decir, se trata de un lance infortunado que, en la mayoría de las veces no ha tenido consecuencia alguna puesto que, como decía, casi siempre, cuando cae el torero de ese modo, no sé las razones pero, el todo casi nunca arremete contra el diestro. Eduardo tuvo la mala fortuna de que el toro le buscara con saña pero, como antes decía, estaba Dios en los tendidos de la plaza porque no se entiende de otro modo que aquello no acabara en tragedia al más alto nivel.

Seguro que, a partir de ahora, Dávila Miura se quedará como espectador en las plazas de toros y, como hace últimamente, como comentarista de Movistar para mostrarnos esa gracia andaluza de la que hace gala pero, dentro de los ruedos, imagino que no entrará ni se le invitaran para participar como arenero. Tengo claro que, si Dávila Miura ha visto las secuencias de la cogida que sufrió en Santander, seguro que no se viste más de torero ni aunque fuera para los carnavales de Cádiz.

Le deseamos mucha suerte al torero, muy larga vida para que disfrute de los suyos y, sin duda, de todo lo que ha ganado en los ruedos jugándose la vida que, como vimos, en su fugaz reaparición en Santander pudo haberla perdido. Mucha salud, Eduardo Dávila Miura y, como dice un aserto popular, los experimentos en casa y con gaseosa.