La cuestión taurina no pinta bien en ninguna parte del mundo porque, la noticia, cruel como la misma pandemia allende nuestras fronteras, no ha sido otra que saber que Acho se queda sin toros por vez primera en su historia desde que se construyó la plaza hace ahora doscientos cincuenta y cuatro años, un dato escalofriante que viene a decirnos que, el mal que padecemos es endémico, de ahí la definición como pandemia, la que está asolando a la humanidad. Y, de forma desdichada, el mundo de los toros no ha podido escapar de semejante maleficio.

Ahora, como se ha anunciado, será Acho –la plaza que enamorara a Juan Belmonte- en Perú la primera plaza que suspenda su feria, un hachazo en toda regla para la tauromaquia de aquel país pero, barrunto que, acto seguido, la fatal noticia se extenderá por todas las plazas de Hispanoamérica que, de forma muy concreta, en Perú, pobres de sus aficionados que, a los largo y ancho del país, sus ferias eran la admiración para sus gentes, no en vano, en decenas de pueblos y ciudades de Perú, los toros eran el mayor aliciente para un país decadente, pero mucho antes de que llegara la pandemia que, definitivamente, ha terminado con las ilusiones de millones de personas, en este caso de aficionados a la fiesta más bella del mundo.

Recordemos, puesto que estamos hablando de Perú que, al margen de la emblemática plaza de Acho en la capital limeña, incluso muchos de nuestros toreros humildes encontraban en el país de los Incas su refugio dorado para ejercer su profesión como diestros ya que, la mayoría de nuestros compatriotas eran reclamados por aquella afición ilusionado en decenas de pueblos y ciudades, sabedora de que, muchos diestros hispanos les harían pasar ratos muy agradables y, por lo que podemos deducir, todo se ha perdido en la inmensidad de la nada.

Ante todo, ha caído Acho, la plaza peruana por excelencia y, lo peor de todo, barrunto que está todavía por venir porque, tanto en España como en cualquier lugar del mundo, en una fiesta tan cuestionada como son los toros, si existe un parón como el que ahora tenemos, ¿quién es el valiente que, más tarde, puede reactivar dicha fiesta? No, no soplan buenos vientos para el devenir de la fiesta de los toros que, al parecer, ha tenido que llegar la pandemia para terminar de colapsar una fiesta que, repito, desde hace mucho tiempo que estaba siendo cuestionada por unos y por otros.

En honor a la verdad, frente a todo lo que estamos padeciendo, ¿será la hecatombe final que firmará la sentencia definitiva para que muera para siempre esta fiesta singular y bellísima? Todo hace presagiar que será así para desdicha de los millones de seres humanos que, esparcidos por todo el mundo, amamos esta fiesta única e indescifrable. Pero, al paso que vamos, dentro de muy poco tiempo, cuando hablemos de toros, siempre lo haremos como algo que ocurrió en un tiempo pasado porque, la realidad, en la actualidad, es la que tenemos.

He conversado con algunos de los toreros que, durante todo el año, hacían temporada en Perú y, todo se ha venido abajo; nadie ha recibido una mínima llamada telefónica para ir a actuar  a Perú, sencillamente porque todo ha quedado suspendido en la mitad de la nada, es decir, en la incertidumbre propia de idénticas características a las que hemos sufrido en España, con la salvedad de que, entre nosotros, pese a todo, se ha podido realizar una temporada atípica, con pocos festejos, es cierto, pero los suficientes para que la llama de la ilusión no se apagara para siempre ya que, gracias a las televisiones, la fiesta de los toros ha seguido difundiéndose por toda España, algo que no han tenido la suerte de gozar los peruanos, razón por la que en aquel bello país, la fiesta languidece a pasos agigantados, Acho es la prueba de lo que digo y, si nos remitimos a decenas de pueblos y ciudades del país andino, la desdicha no puede ser más grande; si sus gentes solo tenían, como asidero y diversión, la fiesta de los toros, que Dios les ayude porque se han quedado sin nada.