Algo grande ha sucedido cuando un determinado torero nos incita para coger pluma y papel para narrar todo lo que hemos visto que, en el caso que me ocupa, lo que vi hace pocas fechas de Joaquín Galdós en Tobarra me emocionó muchísimo. ¿En un pueblo? Diría el otro. Sí señor, en un pueblo y a mucha honra. ¿Acaso el arte sabe de lugares más o menos importantes? El arte surge donde menos te lo esperas. Por ejemplo, en una plaza chabacana como pocas, Benidorm, yo puedo afirmar que vi una de las corridas más bellas de mi existencia porque, allí, en aquella tarde primaveral se dio cita el arte en las manos de Rafael de Paula, El Inclusero y José María Manzanares.

Por dicha razón no desdeño plaza alguna si de arte hablamos. Otra cosa muy distinta es la repercusión que una faena pueda tener de haber tenido un escenario distinto; digamos que, nada ver Tobarra con Madrid, por aquello de la repercusión a la que aludo pero, la faena de Joaquín Galdós allí quedó esculpida para siempre en la plaza manchega.

A Galdós le dicen el peruano pobre, por aquello de que el rico es su paisano Roca Rey y, tras lo visto entre ambos toreros, no sé si Roca Rey tendrá más arrestos de valor que Galdós pero, este peruano de condición humilde, artísticamente dicho, en lo que al toreo se refiere, es mucho más torero que el citado Roca Rey que, a exposición no le gana nadie, incluso en recursos, habilidades y una técnica aprendida que, todo ello queda en su honor. Algo muy distinto es cuando ya empezamos a matizar para quedarnos con lo inolvidable que nada tiene que ver con lo efímero que cada tarde presenciamos.

Joaquín Galdós indultó un toro en Tobarra que, para mí, eso apenas tiene importancia. Es cierto que, el toro era de ensueño y si nos ceñimos al reglamento no debió ser indultado pero, insisto, ese detalle carece de toda importancia porque lo que en realidad queremos matizar es la obra que el muchacho construyó que, desde principio hasta el fin, Galdós se cubrió de gloria con un toreo inmaculado que no solemos ver a diario. No hace falta definir todas las suertes que practicó; lo realmente bello no fue otra cosa que su temple, torería, gusto, empaque, naturalidad y todos esos argumentos que definen una obra como singular y hermosa.

Para su desdicha, como explico, su obra tuvo lugar en un pueblo y su repercusión será escasa pese a que, a su favor, tuvo las cámaras de CMM como testigo que, en el peor de los casos le vieron algunas decenas de miles de aficionados manchegos. Repito que, no sé en cuanto se cuantificará el resultado de su obra pero, cuidado, su grandeza viene dada en este momento porque, al recordar aquella tarde genial del peruano, cualquiera tiene derecho a emocionarse y, como me ha sucedido a mí, al narrar las emociones que allí se sintieron.

Son esas tardes en que, esas faenas, en este caso la de Galdós que quedan en el recuerdo para siempre y, en definitiva esa es la magia del toreo, que todo lo presenciado en una tarde determinada viva en tu corazón eternamente. Insisto que, los habrá recalcitrantes que intentarán devaluar su obra porque la misma ha tenido lugar en una plaza de pueblo, acción nefasta porque, ¿qué hubiera pasado si ese mismo toro, al muchacho, le hubiera salido en Madrid? Muy sencillo, el tendido siete todavía estarían toreando calle Alcalá hacia arriba. Como diría el otro, el toro tampoco hubiera sido el mismo en lo que a trapío se refiere, por supuesto que no. Pero si lo que analizamos en la bondad de un animal, justamente en Madrid, he visto toros acordes a dicha plaza con una entrega sublime. Justicia para Galdós que la merece por completo.

Y para ratificar mis palabras, en el día de ayer, en Segovia, con un cartel de figuras, junto a ellos se entretuvo en cortar cuatro orejas, un triunfo de clamor que habla por sí mismo. Por supuesto que no vi el festejo pero, no ha faltado quien me ha contado que, una vez más en Segovia afloró la inmensa calidad artística de este chico que, al final, por mucho que le cueste, tiene que estar sentado en la mesa donde se celebran los festines del arte. Ahora lo tiene un poco más sencillo, se ha marchado Ponce y en algún que otro cartel que dejara vacante el diestro de Chiva podrá ocupar el peruano. Confiemos que haya justicia porque lo que se dice arte, el chaval, lo tiene para dar y tomar.