El toro, además de parecerlo, tiene que serlo. Casi nada he dicho yo ¿verdad? Lo explico porque, aparentemente, el toro sale por chiqueros todas las tardes en que hay festejos en cualquier plaza del mundo pero, ¿sale un toro verídico o una pura parodia de lo que entendemos como un toro?  ¡Hagan memoria!

Se aferra uno a la dignidad del toro y, de ahí nacen las añoranzas de todo lo que vimos el pasado año en que, para nuestra fortuna, gracias a la televisión pudimos ver al toro en su auténtico esplendor; por supuesto que nos tragamos de igual modo las “gatadas” que casi siempre veíamos cada tarde pero, al final, lo que priva, lo que queda en el corazón de los aficionados no es otra cosa que el toro verdadero, el que tiene casta, empuje, bravura, el que soporta tres puyazos y a tal efecto se arranca desde lejos hacia la cabalgadura del jinete.

Disfruté mucho el año pasado en este tipo de festejos que, para nuestra suerte fueron bastantes; más de los que pudiéramos soñar, razón de la fortuna de la que hablamos. Gozamos con los toros de Miura, con los Victorinos, con los de Adolfo, el Conde de Mayalde y otras ganaderías de auténtico lujo que, vete tú a saber los motivos –sobra la pregunta- los reyes del escalafón huyen siempre despavoridos cuando se anuncia el toro, el que ellos saben que es un TORO que, para colmo, hasta te puede herir. Como se diría en el argot de la calle, marica el último que se quede.

No se trata, tampoco, de quitarles el pan a los toreros honrados que se juegan la vida con esas ganaderías admirables; la cuestión estriba en que, lo que se dice dehesas encastadas las tenemos por doquier, hasta el punto de lo que sobran son ganaderías, toros para ser lidiados como Dios manda, justamente de los que producen emoción en los graderíos, caso de lo que ocurriera el pasado año, entre otras muchas plazas en Mont de Marsán en la que, a plaza abigarrada, se lidió una auténtica corrida de toros de Pedraza de Yeltes que, casi un año después seguimos vitoreando. Sin lugar a duda ya sabemos las razones por la que don Luis Uranga es ídolo admirado en el país vecino y, lo que es mejor, el refrendo popular que allí tiene como calado el toro auténtico.

Justamente, en dichos festejos, los toreros, legítimos como ellos solos, no tienen el renombre de nuestras figuras pero, insisto, llenaron el coso francés como suele ocurrir a diario en todas las plazas francesas es la que se lidia ese tipo de toro encastado que, solo por la emoción que dichos bicornes producen en el ruedo, ya merece la pena todo sacrificio y, en nuestro caso, la admiración hacia dichos toros y, sin duda, a los matadores que tienen la decencia de matarlas.

Lo que digo nos viene a demostrar que si es posible la lidia del toro en todo su esplendor y, para colmo, que la gente abarrote un coso. Siendo así, algo estamos haciendo mal en España cuando, con toros amorfos y descastados, ni las figuras son capaces de llenar una plaza de toros. Y para remedio de nuestros males, en nuestra ignorancia, todavía nos preguntamos los motivos por los que los aficionados han dejado de acudir en masa a este espectáculo.

Nadie deja su brazo a torcer porque, el taurinismo, erróneamente, creen estar en posesión de la verdad y, sin la grandeza del toro, en definitiva todo queda en un simulacro que se parece más a la parodia que a la verdad intrínseca del espectáculo en sí. Ellos, los taurinos, se sienten satisfechos con esa media plaza que “atiborran” que, al parecer les basta y les sobra para seguir funcionando. Eso es pan para hoy y hambre para el mañana que, para nuestra desdicha, ya ha llegado. Siendo así, nadie tiene derecho a quejarse; tenemos la fiesta que a ellos les conviene y, al aficionado que le parta un rayo por aquello de ser tan exigentes y pedir ese tipo de toros que, como te descuides, hasta te infiere una cornada. ¡De eso nada!

Como decía, recuerdo muchos toros lidiados en la pasada temporada en la que, como dato curioso, diestros sin la relevancia suprema de la que los señoritos hacen gala, llevaron a cabo auténticas proezas en los ruedos. Insisto que, lo de Mont de Marsán es un dato importantísimo ya que, López Chaves, Alberto Lamelas y Gómez del Pilar dieron una lección de pundonor a un nivel insospechado, todo ello, aderezado con cogidas dramáticas que podían haber tenido tintes de tragedia.

Dentro de todos los males, si ese tipo de toros que lidian las figuras fuera sinónimo de santidad en todas las tardes, hasta abdicaríamos hacia ese tipo de animalitos que, pese a no tener el menor atisbo de peligro, hasta podríamos entender el arte de sus lidiadores pero, nadie nos garantiza que una corrida de Juan Pedro pueda emocionarnos; como otras muchas de semejante estirpe que, la gran mayoría salen inválidos, recelosos, desclasados y, para colmo, no quieren embestir por no tener el mínimo de bravura. Por el contrario, el toro, visto desde la otra trinchera, aunque no tenga la bravura soñada, -que muchas veces la tienen- solamente con la emoción que aportan en el ruedo, solo por eso ya merecen la pena ser admirados porque, en ese tipo de festejos ahí no se aburre ni Dios y, lo que es mejor, el pasado año vimos a muchos toros de Albaserrada embestir como los ángeles, amén de palpar el peligro que esa bravura producía a sus lidiadores.

Por cierto, en la feria de Olivenza que ayer terminó, tuvo que ser una corrida de Albaserrada, versión Victorino Martín la que calara muy hondo en el sentir de los aficionados puesto que, hasta el mismísimo Antonio Ferrera logró un triunfo importante, algo que viene a darme la razón en todo lo que digo puesto que, tanto los Zalduendo, como los Cuvillitos, como dijeron los revisteros habituales, carecieron de trapío, raza y casta. Y si tenían tantas carencias, ¿cómo fueron lidiados como toros? Estaban las figuras frente a ellos. ¿Queda todo claro? Creo que sí.

Decidamos pues, en nuestras manos está.