El sistema taurino ha logrado lo que hace unos años nos parecía imposible pero que, dadas las condiciones actuales de la crítica, por arte de birlibirloque, los taurinos tienen sujeta a la murmuración mediante un pesebre imaginario pero que, es la auténtica realidad del momento en que vivimos. Ya es historia cuando algunos hombres honrados que ejercían la sátira eran capaces de contarle las verdades del barquero el primero que se presentara. Me analizo y, hasta he llegado a pensar que quedé anclado en el tiempo, no supe adaptarme a la situación actual en lo que a la opinión taurina se refiere, todo ello para ser una gota en el océano buscando la verdad entre la podredumbre y los bastardos intereses creados.
Como es natural y lógico, leo todo lo que se escribe de toros puesto que, mi afición puede con eso y mucho más; digamos que me interesa muchísimo saber qué dicen los demás y me sobran cuatro dedos de una mano para ver quiénes me secundan. Seamos sinceros, todo no puede ser bueno. Es más, las fechorías de los taurinos tenemos que denunciarlas porque tan culpables son ellos como los que les bendicen dichas maldades. Claro que, con el panorama actual, los taurinos, sabedores de que no tendrán denuncia alguna a nivel de prensa, campan a sus anchas, a la vez que, con sus acciones, se dejan muchos cadáveres en el camino.
Y no digamos nada si entramos en lo que es la crónica pura y dura de una corrida de figuras; ahí se les cae la baba a todos. ¿Acaso no es denunciable o punible de delito todo lo que hacen por esos pueblos de Dios, incluso en capitales de provincia, lidiando esos animalitos domesticados, afeitados y sin el mejor peligro? Pues fíjense, siempre tiene la culpa el toro. Pobrecito, como el toro no habla puede soportar todo lo que le endosen. Tengo ganas de leer en algún medio que un torero determinado ha estado mal frente a un borrego indefenso; porque yo he visto faenas que chorrean sangre y, repito, es el toro el que se lleva el “muerto”. Los toreros todos quedan como reyes de cara al gran público. Para colmo, como apenas quedan aficionados auténticos, todo les viene rodado.
Miles de cosas y asuntos se pueden criticar todos los días pero, con una finalidad, que la gente haga las cosas mejor, que nunca exista el menor atisbo de sospecha de nada pero, reitero, los males siguen su curso mientras la herida sigue manando sangre a borbotones. Yo quisiera leer por ahí que hay cuarenta chavales que se han doctorado y que no tendrán jamás una oportunidad, todo ello por culpa del sistema arcaico que se han inventado en que, como es notorio, los toreros –como sus palmeros dicen- ahora en la vejez es cuando más poso tienen en su toreo. ¡Coño, pero si queda hasta bonita la frase! Y mientras todo eso sucede, dado el silencio cómplice de todos aquellos que tienen medios importantes para la denuncia que, la misma, redundaría en puro beneficio para el toreo, pues callan todos porque aquello de buscar justicia no es otra cosa que coleccionar enemigos ¿verdad?
Desde luego que, si Alfonso Navalón resucitara y viera cómo y de qué manera está el mundillo del toro en la actualidad, seguro que moría en el acto; o quizás no porque, Alfonso Navalón, tras batallar durante cuarenta años contra el sistema por aquello de encontrar la verdad, unos hombres despiadados encontraron la fórmula para degollarle, que se comprara una ganadería con la ayuda de muchos pero que, no lo hicieron como dádiva generosa hacia el mejor crítico de los últimos cincuenta años, su actitud no fue otra que verle como ganadero y, a su vez, apretarle los grilletes de su honradez para hacerle ver que, si quería lidiar los toros que con tanto esmero había criado, tenía que afeitarlos. Y así acabaron con la historia del mejor crítico de todos los tiempos, como digo, un hombre “asesinado” por defender la verdad. Murió Navalón, se cerró El Berrocal, su ganadería y de aquel gran señor de la crítica solo nos queda el recuerdo hermoso de que durante cuarenta años hizo lo que su corazón le demandaba.
Tras todo lo dicho, por momentos, hasta intento comprender a los aduladores de los taurinos –los que tienen la desdicha o fortuna de vivir junto del mundillo taurino- porque todos ellos saben que, como se les vaya un pie, les pueden recetar la medicina que no imaginan. Está claro que, mientras vivamos tendremos que soportar la dureza del poder, el que ejercen los que manejan los hilos del taurinismo que, como digo, lo tienen todo atado, pero muy bien atado. A Dios gracias, aunque sea un pequeño reducto, todavía quedamos hombres libres para expresar lo que sentimos que, como imaginamos, se acerca mucho a la verdad con mayúsculas.