Al final, tras muchas idas y venidas, no ha podido ser, Azpeitia se queda sin toros por segundo año consecutivo, algo que no sucedía desde los años de la guerra civil en que, la localidad guipuzcoana se quedó sin toros en el año 1936 y 1937.
Si lamentamos todas las ausencias taurinas en cualquier coso del mundo, que Azpeitia se haya quedado sin toros por segundo año consecutivo es algo que nos descorazona el alma. Es cierto que, la feria citada es un espectáculo singular que, por el contrario a lo que vemos en muchas plazas de Castilla La Mancha que se celebran festejos con doscientas personas, la plaza guipuzcoana no puede darse ese lujo porque, ante todo, su feria de San Ignacio tiene carácter benéfico, razón por la que todos los años se congregan muchísimos aficionados de España y Francia que, entre todos le dan sentido a esta bellísima feria norteña.
Azpeitia, taurinamente, en otro mundo comparado con cualquier plaza; allí todo es distinto porque todo se sustenta con la verdad del toro y, sin público, como todo el mundo entenderá, es imposible su celebración; hasta el gran Joxin Iriarte se ha visto atado de pies y manos. ¿Cómo será la cosa para que este vasco ejemplar haya tenido que desistir? Grave, muy grave.
Nadie lo podíamos imagina pero, Azpeitia, sin su aforo total, no puede celebrar su feria. La tristeza se ha instalado en dicha localidad pero, la situación es la que manda y, por muchos esfuerzos que se han hecho, Joxín Iriarte no ha podido encontrar una fórmula mágica para la celebración de su feria. Lo digo porque, en esta ocasión, ni el talento, trabajo, dedicación y afición de Iriarte han servido para llevar a cabo tan bella feria.
Imaginamos el dolor que sentirán los guipuzcoanos al verse privados de dicha feria y, mucho más, Las Hermanitas de los Pobres y otras instituciones benéficas que, año tras año, eran receptores de la buena voluntad de ese pueblo admirable y, por encima de todo, de sus organizadores que, capitaneados por Joxin Iriarte hacían realidad una de las ferias más admirables de España; desde luego, si del toro hablamos, la más significativa del suelo patrio.
Somos testigos directos de lo que supone la feria de Azpeitia y, por dicha razón, lamentamos en grado sumo que la misma no pueda llevarse a cabo. Fijémonos como es la cosa en dicha plaza si de toros hablamos que, la misma, es la única en que ha fracasado con estrépito Andrés Roca Rey. ¿Verdad que parece imposible? Pues es una verdad tremenda, sencillamente porque los toros que se lidian en la plaza guipuzcoana no son para las figuras precisamente.
Insistimos en aquello de defender la dignidad del toro y en Azpeitia, dicho animal, es santo y seña, por dicha razón la plaza aludida concita el lleno total todas las tardes de feria porque, como línea maestra, su feria está revestida por el elemento esencial de las corridas de toros que, sin lugar a dudas, es el TORO. El toro, ese es el éxito de esta feria singular y apasionante; ese mismo toro podría revitalizar todas las plazas de España y, sin duda, que los aficionados volvieran a llenar los graderíos de cualquier coso pero, como quiera que el toro ha quedado en el camino, al respecto, Azpeitia sigue gozando del respeto de todo el mundo gracias al elemento toro.
Quiera Dios que, para el próximo año, una vez más, volvamos a disfrutar de esta feria admirable en la que insisto de nuevo, su grandeza está basada junto al toro y, lo que es mejor, su organización es pura dádiva generosa de unos hombres admirables que, llenos de afición, son capaces de trabajar para su prójimo, en este caso para los más necesitados del lugar. Ejemplos como el de Azpeitia servirían para revitalizar la fiesta en toda su grandeza y, a su vez, para enseñarle al gobierno de ese sujeto llamado “su sanchidad” que, desde el mundo del toro se imparte más justicia y hay más generosidad que en el maldito gobierno que nos ha caído encima.