Normalmente, respecto a las retrasmisiones televisivas de los festejos taurinos, sus comentaristas suelen ser benevolentes con los actuantes que, en muchas ocasiones tienen razón, es el caso de la novillada celebrada el pasado domingo en Atarfe en que, dos chicos ilusionados se jugaban la vida por aquello de buscar la gloria en el toreo. Eran Jorge Martínez y Manuel Perera que dilucidaron un mano a mano en la final de las novilladas celebradas en Andalucía con la participación de la Fundación Toro de Lidia. Cualquiera de los chicos podía haber sido el triunfador porque, ambos, sin distinción, se jugaron la vida, pero el galardón recayó sobre Jorge Martínez.

Pese a que se trataba de una novillada, los bicornes tenían más presencia, casta, peligro y hechuras de toros que lo que se lidia en provincias por parte de Morante y sus compinches. Y aquí viene mi elogio sincero para con el maestro Ruíz Miguel que, de toros encastados sabe más que nadie, de ahí la valoración que hizo de los novillos lidiados que, como el maestro confesara, lo de Albaserrada, por ejemplo, tiene un plus añadido de peligrosidad que no tienen por ejemplo lo de Domecq.

O sea que, cuando sale el toro de verdad, ahí se pone firme hasta Dios; es decir, los mismos locutores del festejo no les queda otra opción que admitir la grandeza de la casta, de sus consecuencias e incluso de sus valores como le sucediera al gran Paco Ruíz Miguel como le definiera en su día el inolvidable Matías Prats Cañete. Me gustó que el maestro de San Fernando recalcara en varias ocasiones lo que representa la casta en los toros, algo que él sabe mejor que nadie porque, si de algo puede presumir el maestro es de haber matado más toros encastados que ningún torero del escalafón en los últimos cincuenta años.

De los toros que se vienen lidiando por parte de las figuras, fijémonos cómo serán dichos animalitos que, el maestro, con casi setenta años toreó su última corrida, triunfó por lo grande y fue sacado a hombros por sus compañeros actuantes. Cierto es que, a su edad, resultó ser todo un gesto pese a lo cómodo si así se puede llamar estar frente a un toro bravo. Pero lo que en verdad pesa a su favor es su leyenda, la que nadie logrará emular porque no creo que exista otro cuerpo que pueda resistir la presión arterial que el maestro mantuvo desde el día que le cortó el rabo a un Miura en Sevilla, hasta que mató su última corrida de Victorino Martín.

Por cierto, me viene a la mente un dato curioso que no es otro que mi debut en el periodismo taurino en la revista EL MUNDO DE LOS TOROS de Juanito Bochs en Palma de Mallorca, una ciudad en la que, Bochs, si resucitara y viera cómo ha quedado el Coliseo Balear, moría de nuevo en el acto. Y aquel ensayo, inspirado en el maestro Ruíz Miguel lo titulé JUSTICIA PARA UN VALIENTE, una época en la que, el diestro, harto de jugarse la vida como nadie, todavía era cuestionado por los puristas de la época que, salvo Alfonso Navalón y Joaquín Vidal, los demás le seguían negando el pan y la sal.

Y, cuidado, que palabreros los ha habido siempre. Lo digo porque en la actualidad, son venerados los diestros que matan el burro adormilado sin casta y sin nada que se parezca a un toro bravo. Eso de la casta, entre los grandes de ahora, ha quedado para Emilio de Justo que, equiparado con aquellos años, es ahora el Ruíz Miguel de nuestros días. Enhorabuena, Paco Ruíz Miguel por recordarnos lo que ya sabíamos pero que muchos no tienen ni la más repajolera idea, eso que se llama casta que tanto engrandece a sus lidiadores o, si se hiciera la prueba, a tantos toreritos quitaría de en medio.