No es esta una crónica al uso y, tampoco corresponde pero, ante todo si se trata de una reflexión en el camino ante todo lo que aconteció el pasado día de La Hispanidad en la sultana Córdoba, plaza de primera por antonomasia y, sin duda, tras lo acontecido, toreo de primera, pero al más alto nivel. Muchas son las lecturas que podemos entresacar de dicho festejo, tarea a la que nos encomendamos ya que, dicha corrida tuvo mucho que “lidiar”, tanto en el ruedo como fuera del mismo.

La primera lectura es realmente emblemática porque, la celebración de dicho festejo ha echado por tierra las mentiras que tantos nos han promulgado sobre la celebración o no de espectáculos taurinos, algo que, como dije en su momento, dadas las condiciones sanitarias en que deben de organizarse estos festejos, nada como una plaza de primera por aquello de su aforo, tal y como sucedió en Córdoba.

Como dato relevante pudimos ver que, con apenas tres mil personas en los tendidos y amparados por la televisión, se pudo celebrar el festejo pero, repito, el dato es altamente positivo y revelador, el que nos viene a demostrar que, de querer, se pueden organizar corridas de toros en muchísimas plazas de España, algo muy distinto es que los organizadores no quieran correr el más mínimo riesgo y  a su vez, el no ver a priori que pueden llevarse un fajo de billetes, optan por dejar cerradas las plazas.

Insisto que, lo de Córdoba me pareció hermoso desde todos los frentes. Ya sabemos que, legal y económicamente los toros pueden darse, algo muy distinto es que sus empresarios, carentes de toda afición, no quieran correr riesgo alguno.

Pero todavía queda una lectura mucho más profunda al respecto del espectáculo cordobés que, como vimos, albergó a una primerísima figura del toreo, Morante de la Puebla que, como se pudo comprobar, no hizo ascos para torear con el “aprendiz” que ya es todo un artista y que atiende por Juan Ortega. Sin duda, muy mal torero debe ser cualquier figura del toreo que esquive torear con alguien que empieza y, al respecto, Morante nos ha dado una soberana lección. Y, cobardes, haberlos, haylos.

Para que todo saliera “perfecto” se eligió una corrida de Jandilla que, sin querer matar a nadie, tuvieron el suficiente picante como para poner a prueba a sus lidiadores que, en honor a la verdad se emplearon a fondo; en definitiva, como debe ser un toro bravo, que no regale nada, que no se parezca a un burro con cuernos y, lo que es mejor, que el aficionado palpe que el torero se está jugando la vida, algo que, cuando hablamos de figuras del toreo, no lo encontramos ni por error de sus organizadores, de ahí el mérito que todo lo que sucedió en Córdoba es digno de mención.

La corrida no fue ni buena ni mala, más bien todo lo contrario, pero con el suficiente picante para que, como digo, sus lidiadores no se durmieran y le dieran a cada toro la lidia correspondiente que, en honor a la verdad, resultó un primor. No se cortó oreja alguna, ni falta que hizo, por supuesto, por el mal uso de la espada de sus matadores. Pero cualquier aficionado, todos firmaríamos ahora mismo que, la peor fuera como la de Córdoba que, en muchos de sus pasajes logró emocionarnos.

Morante estuvo grandioso, genial, creativo, rotundo, acorde siempre a las condiciones de sus enemigos pero, como fuere, de sus manos brotaron pasajes de una calidad extraordinaria; tanto con el capote como con la muleta, Morante embrujó a los presentes y a los televidentes; su toreo, en honor a la verdad, así lo demandaba y, repito, lo que es mejor, con toros que tenían que torear, un esfuerzo que hizo Morante con singular gallardía. Vimos, como no podía ser de otro modo, al Morante lidiador, capaz, artista, dispuesto frente a sus enemigos y, sin duda, rotundo como pocas veces lo hemos visto.

Mientras todo eso ocurría, Juan Ortega no se quedó a la zaga con el maestro; más bien, todo lo contrario puesto que, el sevillano, desgranó pasajes de auténtico lujo; sin con el capote estuvo sublime, con la muleta retó a Morante y, según las condiciones de sus enemigos, yo diría que estuvo muy a la altura del genio.

Una corrida con mucho que torear que, sin comerse a nadie, si exigió las dotes lidiadoras de sus matadores que, vuelvo a decir, nada que ver con los burros casi muertos que a diario matan las figuras del toreo y, lo que es mucho mejor, un chico como Juan Ortega, un auténtico “desconocido” entre la afición, con toros idénticos a los de Morante estuvo a su altura, algo que no suele ser habitual pero, como siempre dije, los toreros, con idénticos toros para cada cual no hay enemigo pequeño y, así lo demostró Juan Ortega que rivalizó con Morante con el capote y, en su turno con la muleta, dibujó auténticos carteles de toros, todo ello sin la algarabía ni triunfalismo de las figuras que, ante el burro tonto, son capaces de encandilar a los ignorantes.

La corrida citada solo tuvo algo negativo, que no participara en la misma ese artista llamado Juan Serrano Finito de Córdoba que, además de artista, es el diestro más querido de su tierra. Sin duda, desde que se cayó Pablo Aguado del cartel, el sustituto, por regla natural, no era otro que Finito de Córdoba, de tal modo hubiésemos tenido un cartel, un triunvirato de artistas. Garzón sabrá los motivos, pero su fallo es garrafal, con todo lo bien que construyó dicha corrida.