Los duendes son criaturas mágicas con poderes sobrenaturales que, en el oficio que fuere, destacan sobremanera ante todos los demás y, los toros no escapan de dicho axioma. Claro que, toreros con duende no nacen todos los días puesto que, esas criaturas mágicas a las que nos referimos no son la norma, mejor diríamos la total excepción.

Es cierto que, dentro del mundo de los toros, la pena es que los toreros tocados por el duende o por la varita mágica de Dios, dado que se trata del enfrentamiento entre un ser racional y otro irracional que, para colmo, ejerce la fuerza bruta, la conjunción entre ambos suele ser difícil incluso en muchas ocasiones inalcanzable. Pero no está nada mal que existan esos toreros extraños, difícilmente encuadrables pero que, con su misterio pueden con todo.

Lógicamente, dentro del mundo de los toros existen más toreros esforzados, trabajadores, hombres entregados a su quehacer con un valor constatado que toreros con duende. Y tiene su razón de ser porque si todos tuvieran el duende aludido, la cosa sería muy aburrida y, lo que es peor, éstos no tendrían el valor que tienen porque pasarían a ser el estereotipo de la profesión. Hablamos, por supuesto, de la excepción que siempre viene dada por aquello de los poquitos que podemos contar en la profesión que fuere.

Toreros con duende son los que nos hacen pensar, razonar, escribir, enamorarnos de esta fiesta mágica que, junto a ellos nos sentimos como en la gloria. Todo aquello que podamos predecir no tiene valor alguno pero, cuando ocurre todo lo contrario, estamos salvados porque aferrarnos al misterio del arte para que, de vez en cuando, ese misterio aflore para que nos extasiemos junto a él, la dicha no puede ser mayor. Yo he visto llorar a mucha gente en los toros, yo mismo he derramado lágrimas de felicidad ante un torero determinado que, por supuesto, no era El Juli.

Si para aficionados hablamos no hace falta dar nombre alguno al respecto; están en la mente de todos, en la memoria más reciente de todo aquello que hemos contemplado y que nos han hecho vibrar, sentir y llorar. Esa es la magia de esas criaturas extrañas a los que damos el calificativo de ser un torero con duende. Sin duda alguna, para ellos, los del duende, debe ser una satisfacción muy grande ser portadores de ese misterio; es decir, se mirarán al espejo y sentirán una dicha muy grande porque, como sabemos, toreros los tenemos por doquier pero, tocados con la varita mágica de Dios, nos sobran dedos en una mano para contarlos.

Disfrutemos de todos ellos y, como días pasados dije, hoy, en Morón de la Frontera tenemos una cita ineludible al respecto de todo lo contado. El problema de estas criaturas mágicas, tratándose de toreros, es que tienen que encontrar hombres que sean capaces de entender su misterio y, en calidad de empresarios, apostar por la grandísima causa del arte en su más pura acepción. Carteles se montan todos los días y, algunos, muy interesantes pero, contratar en un terceto, con un triunvirato de artistas tocados por el duende, eso es patrimonio de empresarios muy aficionados y, sin duda, muy cabales.