Tras lo que nos ha tocado vivir, la pregunta es obligatoria, ¿qué será de nosotros cuando volvamos al “mundo”? Lo dicho no es ninguna tontería porque, sin duda alguna, tendremos que volver a enseñarnos a vivir porque, como se comprueba, ya hemos perdido todos los hábitos que teníamos, como a su vez tenemos la certeza de que tendremos que empezar de cero.

¿Cómo regresaremos a la “vida? ¿Seremos los mismos y nuestro comportamiento será igual que antes? ¿Cómo reaccionaremos ante situaciones que antes nos parecían lo más normal del mundo y, de repente, cuando las volvamos a vivir serán de una dimensión extraordinaria? ¿Qué sentiremos cuando podamos abrazarnos todos de nuevo? ¿Cómo reaccionaremos cuando podamos tomar un cafetito en el bar de la esquina? Millones de preguntas que, en realidad, solo es un repaso por lo que era nuestra vida cotidiana que, de repente, por culpa de la pandemia todo quedó destruido como cenizas del alma.

Sospecho que, tras la tremenda lección que nos está dando la vida, en el peor de los casos, quiero adivinar que tomaremos significación de muchísimas cosas que siempre nos pasaron desapercibidas y que los valores humanos volverán a tener sentido porque así los practicaremos. La vida nos obligó a apearnos del mundo en que vivíamos porque, de alguna manera, teníamos que tomar una soberana enseñanza, la que quiera Dios que todos hayamos aprendido.

Ahora, por culpa de este confinamiento hemos comprendido el valor de las grandes cosas que siempre nos parecían las más ridículas del mundo; es decir, dentro de la normalidad en la que vivíamos, ¿quién iba a reparar en que tomar un sencillo café era algo extraordinario? Y así lo hemos comprobado puesto que, algo tan llano, en el momento en que vivimos es un lujo al alcance de nadie.

Sospecho que, tras todo lo vivido, a partir del día que recobremos la libertad, veremos el mundo con otros ojos; digamos que, le daremos la verdadera importancia a todo aquello que se nos pasaba desapercibido. ¿Qué daríamos ahora por abrazar a un ser querido, llámese amigo, familiar o del grado que fuere? Lo daríamos todo. Pues ahí tenemos una lección aprendida para que, en lo sucesivo, cuando tengamos la oportunidad, decirle te quiero a la persona amada deberá ser toda una norma que nos dicte el alma.

Vivimos prisioneros de una soledad extraña, de un silencio que nos grita al oído todo aquello que hemos dejado por hacer para que, en lo sucesivo, si llega el momento –si es que llega alguna vez- sepamos cuales deben ser las normas que nosotros mismos nos fijaremos. Ahora, sumidos todos en la más absoluta tristeza es el momento, para cuando valoramos la alegría que teníamos por todo lo cotidiano que, a diario nos pasaba desapercibido. ¿Será que merecíamos dicha lección? Dios tendrá la respuesta.

Así, en la soledad de nuestra casa, sin tener a nadie que nos escuche, la pregunta me sale de lo más hondo de mi ser. ¿Merecía la pena vivir odiándonos unos a otros por el precio de la nada? ¿Era estimulante dilapidar el dinero a manos llenas en miles de cosas que ahora hemos comprendiendo que no necesitábamos? ¿Se sentía alguien reconfortado mientras hacía la maldad? Seguro que no.

Por supuesto que, pese a todo, tras vencer al enemigo no tendremos el mundo idílico que muchos soñamos pero que, en el peor de los casos, en algo sí creo que deberíamos de cambiar. Si recobrásemos valores tan lindos como el humanismo, la comprensión, la honradez al más alto nivel, la educación en su más pura esencia y lo resumiésemos todo en amor, todo el esfuerzo que ahora estamos haciendo habría merecido la pena.

Quizás le estoy pidiendo mucho al mundo pero, es la lección que deberíamos de haber prendido tras esta hecatombe tan cruel que estamos sufriendo todos. Porque no debemos de olvidar que somos frágiles como una pluma que, un soplito de viento se la lleva a cualquier parte. Eso somos nosotros, puro polvo que se mece guiado por el viento para desaparecer en medio de la nada.

Si todos anhelamos volver al “mundo” que hemos dejado atrás, a nuestro regreso, por Dios, tomemos partido por todo aquello que tenga que ver con la vida, con el ser humano como tal puesto que, todo lo demás será baladí, es decir, repetir la historia que hemos vivido durante más de dos mil años y, como digo, no habíamos aprendido la lección. Deberá ser ahora o nunca y, nunca dejemos de pensar que, lo que hemos sufrido puede volver a repetirse. Anotemos que la desgracia que vivimos no es nueva. Recordemos, porque así nos lo ha contado la historia, la gripe de 1915 en que murieron trescientas mil personas en España y cincuenta millones de seres humanos en el mundo. Aquel dato, como todos, lo veíamos como un retazo de historia de la humanidad pero que, al final, se ha repetido la maldición. Tomemos nota y no retemos al destino.