La vida apenas es un suspiro. Pasan los años a velocidad de vértigo y no nos percatamos de nada, ni siquiera de las miserias con las que hemos convivido. Cada cual tiene sus recuerdos y, en mi caso no puedo ser una excepción puesto que, se han cumplido por estos días la edición de mi primer libro taurino, LAS DESGARRADAS ENTREVISTAS DE PLA VENTURA. Era yo un chaval, me quedaban muchas ilusiones por cumplir, albergaba la esperanza de que reinara la justicia en el mundo de los toros y, tantos años después, creo que me equivoqué.
Recuerdo con mucho cariño aquella fecha puesto que, el libro no era otra cosa que un repaso a mis propias vivencias en torno al mundo de los toros pero, siempre, bajo mi inocencia de principiante en la que, como digo, yo albergaba el deseo de un mundo mejor, en este caso para el mundillo del que me ocupaba en aquella revista maravillosa llamada EL MUNDO DE LOS TOROS en que, desde Mallorca, Juan Bochs, me arropaba con cariño inusitado puesto que, según el editor, nuestros lectores esperaban ávidos semanalmente aquellas entrevistas que tanto me apasionaban, de ahí el legendario título con el que bauticé a mi primer vademécum.
Eran otros tiempos, existían auténticos aficionados puesto que, sin la ayuda de nadie hice dos ediciones del libro que, para mi fortuna, tantos años después muchos aficionados me lo recuerdan con enorme cariño. Eran momentos en que, para fortuna de la Fiesta se llenaban a diario las plazas de toros, reinaba en el periodismo Alfonso Navalón y Joaquín Vidal, dos auténticos maestros de lo que me cupo la fortuna de aprender lo poquito que acaudalé durante tantos años. Ahora, claro, al rememorar aquellos años me vence la nostalgia porque, tantos personajes como conocí y admiré, muchísimos son pura historia del toreo y, por ende, del periodismo con el que me forjé junto a tantos maestros que, por el precio de la nada eran capaces de enseñarme un oficio que, por encima de todo tiene que prevalecer la honradez que, para mi desdicha –y la de todos los que emprendan un camino honrado- se granjea uno más enemigos que otra cosa.
Fui feliz y lo sigo siendo porque, para mi suerte, nunca tuve que depender del periodismo para vivir, pero sí para sobrevivir en mi espíritu porque, mi cuerpo estaba alimentado por otros menesteres mientras que, mi alma se saciaba con mis letras que, en ocasiones podían hasta conmover. Era una bella locura que, pasado el tiempo todavía perdura dentro de mi ser, eso sí, como explico, sin la premura de que este bendito oficio de ser notario de la actualidad respecto al mundo de los toros, nunca me sustentó. ¿Cabe dicha mayor? Y lo digo con orgullo.
En la inmensidad de la vida, cuarenta años no son nada pero, para cualquier mortal, cuatro decenios pesan más que una losa de mármol, algo muy lógico puesto que, los años arrugan la piel, es cierto, pero mucho más doloroso resulta que el tiempo te arrugue el alma, algo que para mí fortuna no ha sucedido todavía y, espero morir con semejante fortuna.
En ocasiones, hasta tengo la sensación de haber perdido el tiempo de manera estúpida pero, me sobrepongo cuando pienso que, de mi humilde ser han brotado diecisiete libros, incontables entrevistas y miles de artículos narrados, es entonces cuando me apasiono ante mi labor que, la misma, ante mis ojos, me certifica que no todo está perdido. Pude haber hecho más, es cierto pero, con toda seguridad tendría que haber vendido mi alma al diablo y entonces sería un fracasado ante la vida, cosa que no me ha sucedido jamás. De tal modo, tras tantos años transcurridos, me queda la satisfacción del deber cumplido, de haber sido honesto hasta conmigo mismo, algo que parece muy básico pero que, para muchas gentes es una barrera infranqueable. Luché por los más débiles, lo que sigue siendo mi consigna diaria, traté de aprender para poder explicar, me ocupé de leer a los sabios para ocultar mi analfabetismo que, por otra parte tantas satisfacciones me ha aportado en la vida.
Cuarenta años desde que parí aquel libro pero que, previamente, ya eran algunos años de zozobra enfrentándome al poder establecido con el que, inevitablemente, la batalla la tenía perdida pero, por luchar que no quedara, algo que me reconoció mucha gente, de ahí aquel éxito aludido en un libro tan humilde como enigmático dada la calidad de muchos de los personajes con los que me entrevisté. Quedaban, por aquellos años, muchas ilusiones por marchitar que, al paso de los años he procurado que siguieran vivas dentro de mi ser. La tarea era dura, complicada y harto difícil porque, barreras las tuve todas, ingratitudes por doquier pero, por encima de todo me amaron los que yo deseaba que lo hicieran, los aficionados que, en definitiva son los que siempre me apoyaron y me dieron fuerzas para seguir adelante.