En la mente de las figuras del toreo solo cabe una cuestión que, en realidad, es meramente psicológica pero que tiene un calado enorme. Lo digo en el sentido que los grandes toreros tienen a la hora de elegir las ganaderías a lidiar que, simplemente, se dejan anunciar con aquellas divisas de “renombre” por la garantía que a priori saben que les van a ofrecer; es decir, el toro adormilado, sin fuerzas ni casta pero que, de salir la borreguez que dichos animales llevan dentro, la faena puede ser sublime que, en realidad es lo único que les importa.
¿Pueden esos mismos toreros con cualquier clase de toros? ¡Por supuesto! Son profesionales, conocen el oficio a la perfección, tienen valor, recursos, técnica y todos los componentes necesarios para enfrentarse a cualquier tipo de toros pero, todos apuestan por la “garantía” pensado que esas ganaderías elegidas son las que les llevarán al triunfo y, como se demuestra, la garantía por la que ellos abogan no existe porque, entre las llamadas ganaderías comerciales –yo diría mejor burros domesticados- no siempre sale el animalito soñado y mucho menos en la ganadería señera por excelencia que es la de Juan Pedro Domecq que sigue cosechando fracasos por doquier.
Estamos hasta el gorro, los aficionados, de contemplar ese tipo de ganaderías en las que, en una tarde de toros, el bostezo es el denominador común del festejo porque, no existe peor calvario que ver a un torero ejerciendo de enfermero tratando de que no se le caiga el toro. Y, para colmo, caso de que ese animal embista, como quiera que lo hace de una forma sumisa, la faena pierde toda la emoción, por dicha razón Roca Rey frente a este tipo de animalitos sigue siendo el amo, sabedor de que todo lo que les falta a sus antagonistas lo pone él sin el menor riesgo de nada pero, la gente se traga la bola y le ovaciona. Dicen que hay que tener mucho valor para hacer lo que el peruano hace y, es cierto; pero ese valor nace de la técnica que atesora el diestro sabedor de que, los toros comerciales, rara vez pueden herirte y mucho menos a la hora del arrimón final en el que el toro ya pide la muerte a gritos y no tiene ánimos para nada. Las pruebas son concluyentes.
¿Ha visto alguien darle manoletinas a un toro de José Escolar? Nunca. Por el contrario, a los burros adormilados de la saga más famosa del mundo, -Domecq en todas sus variantes- a todos se les endosan manoletinas, bernadinas y todo el repertorio habitual en el que los toreros “cautivan” a los menos exigentes que siempre son la inmensa mayoría.
La fuerza taquillera –que ya apenas nadie la tiene- es cuestión de las figuras, razón por la que se apuntan al menor riesgo y, a ser posible, al billete más grande. Pero ello no es sinónimo de garantía alguna de cara al éxito de los toreros; más bien todo lo contrario pero, así está montada la farsa y como tal tenemos que admitirla. Pongamos como ejemplo a Morante que, si se atrevió a matar los toros de Paco Galache, el resto de las figuras podrían diversificar sus actuaciones con toros similares pero, no quieren; se lo prohíbe su “religión” que no es otra que la comodidad en la que viven.
Por todo lo contado, entre otras muchas faenas épicas en las últimas fechas, me quedo con Sergio Serrano frente a los Victorinos en Albacete; una tarde memorable la de este hombre que, resultó cogido en dos ocasiones salvándose de la terrible cornada y quedando lesionado en un pie. ¡Qué toros, Dios mío! Esa emoción no la podemos cambiar por nada en el mundo. Nadie comió pipas, nadie bostezó y, lo que es mejor, todo el gentío tenían el corazón en un puño, no cabía otra opción porque hasta el más ignorante del lugar comprobaba que un hombre se estaba jugando la vida de verdad y mientras esa emoción no perdure cada tarde la fiesta morirá ella sola; mejor dicho, ha sido asesinada por sus propios protagonistas. Por dicha razón, una vez más, los hechos nos dan el conocimiento adecuado al comprobar que, como ocurriera en Albacete, el máximo triunfador de la feria ha sido Sergio Serrano enfrentándose a toros de verdad.