Hace unos días leí un artículo de nuestro compañero y amigo Antolín Castro en lides taurinas respecto a la letra impresa y quedé impresionado ante dicha narración en la que, Castro, sostenía que el crédito de Curro Díaz sigue intacto, algo que suscribo por completo. Nada es más cierto que, Curro Díaz sigue siendo un torero de crédito allí donde actúe. Algo muy distinto son los toros que le caigan en suerte puesto que, en las dos últimas actuaciones en que le pudimos ver, sus enemigos no quisieron ayudarle para nada y, lo que es peor, le dieron dos volteretas espeluznantes en las que se salvó de puro milagro.

Sin embargo, ha tenido que ser ahora en la feria de Nimes donde una vez más, hemos sabido el cómo y el porqué de su crédito, algo que ha mostrado con pasión inusitada.  Su arte afloró desde lo más profundo de su ser y, si en su primer enemigo, por falta de fuelle o fuerzas del mismo, Curro dibujó una faena magistral sin el eco debido dadas las pobres condiciones de su enemigo. Claro que, lo verdaderamente grande llegaría en su segundo enemigo en que, el toro menos propicio para el triunfo de los que se lidiaron en el coliseo romano, una vez más le tuvo que tocar a él que, sin ser un mal toro, rebrincaba más que embestir pero, tenía una gran movilidad, la que el diestro aprovechó para darnos una auténtica lección de torería al más alto nivel. Con toda sinceridad, sigo creyendo que, en dicho toro, además de su torería, lo que la gente percibió era que se estaba jugando la vida, algo que, repito, con ese tipo de toros muy raras veces suele suceder.

El inicio de la faena a la que aludimos no pudo ser más bello; un pase por abajo rodilla en tierra, trincherillas, cambio de mano y un amago del desdén, con ello ya bastaba y sobraba para que nos quedáramos saciados de su torería infinita. Siempre se dijo que los inicios y finales de faena de Curro Díaz son sencillamente maravillosos. Claro que, en esta ocasión, con el toro de menos opciones del festejo, -aun teniéndolas- el diestro de Linares, pese a la bronquedad del toro en sus embestidas, se empeñó en cincelar una faena de un empaque maravilloso puesto que, tanto por el pitón derecho como con la mano izquierda, su labor tuvo la rotundidad de la belleza más apasionada; hasta se abandonó Curro por momentos contrayendo un mérito increíble porque, su enemigo nada tenía que ver con los que lidiaron sus compañeros. El gusto, empaque, misterio artístico, galanura y duende, iban desgranándose en los pasajes de su faena que, sin apenas ser cantada por lo que debieran, sí cautivó a los que para nuestra fortuna todavía tenemos alma de aficionados. Marró con los aceros y lo que era un triunfo de ley, todo quedó en una apasionada vuelta al ruedo que los franceses festejaron por completo.

Eso sí, toda la feria de Nimes se ha sustentado con el medio toro con la salvedad de la corrida de Victoriano del Río que, además de su bondad sin límites, tuvieron movilidad y, lo que es mejor, apariencia de toro. Como dije, el único toro bronco que ha salido de verdad en Nimes, le cupo en “suerte” a Curro Díaz para que mostrara su valor, su torería, su arte inmaculado; un toro en el que los aficionados palpábamos el riesgo del diestro, en definitiva, lo que emociona de verdad; si además de comprobar cómo un torero se juega la vida, éste es capaz de crear arte, ese es Curro Díaz, así de sencillo como así de hermoso.

Cierto es que, los grandes medios de difusión no le echan botafumeiro alguno a Curro Díaz; será que da poco, digo yo. Es decir, se le trata de una forma “reservona” o “unamuniana” como queriendo, pero sin dar ese paso hacia delante como hacemos otros aficionados que, sabedores de si será figura del toreo o se quedará en lo que es, un torero de toreros. En este caso, no lo digo yo, lo dice Curo Díaz con su toreo arrebatador, lleno de clasicismo y, lo que es mejor, rociado de duende, algo muy en desuso en lo que llamamos figuras del toreo. ¿Llevo razón, amigo Paco Mora?