Déjamelo crudo es una de las expresiones que se utilizan ahora con motivo del toro que habitualmente se lidia por esas plazas de Dios. Así, de forma aparente la frase parece indicarnos como una especie de gesta por parte del diestro que, sin picar al toro, arriesga mucho más de cara a los aficionados y, el error es mayúsculo. Convengamos que el toro bravo es una fiera cuando sale al ruedo que, por lógica, hay que atemperar para que la lidia pueda ser posible, por eso se inventó la suerte de varas. Pues no señor, no hace falta picarlos, ya salen moribundos de chiqueros y, los toreros, sabedores de dicha cuestión, al pretender que se deje crudo al toro, ello no es otra cosa que no castigarle a sabiendas de que, como decía, ya sale medio muerto de los corrales.
Este es uno de los males internos de la fiesta, la falta de fuerza y pujanza de los toros que, no hace muchos años, cualquier ganadero se enorgullecía de que sus toros admitían tres puyazos, lo que certificaba que estábamos ante un animal fiero que, sin picar podía complicarle mucho la vida a su lidiador. Como tantas veces dije, ahora todo ha cambiado, para peor, claro está. Si el toro ya sabemos que no hace falta picarlo muy pronto comprenderemos que estamos ante un animal casi inofensivo que, sin fuerzas, ni casta, ni bravura, solo bondad franciscana, con semejantes argumentos es muy difícil que nadie se emocione. Lógicamente, los lidiadores de semejantes esperpentos se las ingenian para seguir engañando al personal practicando un toreo vulgar y ventajista, todo para que nadie se percate de ese toro aparente pero que está vacío por completo.
Y lo más sangrante de la cuestión es que, la anomalía citada es el pan nuestro de cada día; vamos que, salvo las ganaderías encastadas que todos conocemos a los que sí que hay que picar los toros, lo demás raya en la pantomima. Este es el mal endémico de la fiesta que, al parecer, lo detecta un niño chico y los protagonistas no se dan por enterados. Digamos que, la carencia citada podría ocurrir en los pueblos, pero no, la farsa ya es habitual en todas las plazas de provincias, incluidas algunas llamadas de primera a las que nadie sabe por qué se les ha calificado como tales.
Menos mal que, tras Madrid, si pretendemos ver al toro en su más viva expresión, en estos días podemos disfrutar de Pamplona que, por el mes de julio sigue siendo la referencia del toro en toda su autenticidad, al igual que, por las mismas fechas tenemos a la vecina Ceret en Francia que, pese a ser un pueblo, como sucede en Vic Fezensac, se le rinde culto al toro en su más viva expresión. Y si se me apura, quizás en un tono menor, pero nos queda Azpeitia para finales de julio que, por regla general suele aparecer un todo dignísimo, el que soñamos en cualquier plaza de provincia.
Como prueba de todo lo que decimos podríamos dar como ejemplo los toros de Albaserrada porque, ¿quién es el osado de los toreros que le dice al picador que se lo deje crudo? No existe nadie que pueda cometer semejante insensatez porque es el toro el que manda en el ruedo, ese animal al que hay que atemperar con la puya, de lo contrario no habría un solo torero capaz de enfrentarse a dichos toros. Parece una nimiedad pero, si lo analizamos, la puya es el detonante del toro que tenemos en el ruedo, si la misma no se utiliza o, en el mejor de los casos se le da un refilonazo al animal, no preguntemos más; por el contrario, si el toro admite tres varas es la señal inequívoca de que tenemos un bicorne fiero y encastado en la arena que, luego, en el tercio final dirá lo que tenga que decir, pero desde la puya hasta que el matador empuña el estoque, la emoción la tenemos servida. ¿Se imagina alguien a Damián Castaño, en Bilbao y frente a los toros de Dolores Aguirre diciéndole al picador, déjamelo crudo!
El toro que vemos en la foto se lidió en Madrid, recibió cuatro puyazos. Vamos, como para dejarlo crudo, ¿verdad?