Puesto que hablamos de toros me viene a la mente en estos instantes alguien que anhelaba la democracia con inusitada pasión porque, como él decía, era hijo de un represaliado del franquismo, razón por la que lucía el “brazalete” de rojo en cada instante de su vida. Me refiero a Alfonso Navalón que, paradojas del destino, se pasó la vida criticando la “dictadura” y cuando llegaron los suyos lo defenestraron en el acto.

De todos es sabido que Navalón vivió su época más gloriosa con el franquismo porque, aquello de ir contra el sistema era muy provechoso, todo lo contrario de lo que él pregonaba, por ello voy a explicar con datos y hechos que, lo que vivimos con Franco no fue dictadura alguna, más bien, una época de libertad al más alto nivel aunque muchos insensatos digan lo contrario. Y Navalón fue el referente auténtico de lo que digo porque, batallando a diario contra el general, su vida resultó ser un modelo de éxito en todos los órdenes y que conste que, si lo de la dictadura hubiera sido verdad, Navalón hubiera estado más tiempo en la cárcel que en la calle.

Si en aquella época franquista había un tipo conflictivo como nadie, ese era Alfonso Navalón que, a diario, hacia motivos para ser detenido, dicho siempre bajo el prisma de lo que decían que era una dictadura. Sin embargo, esa época nefasta que tantos imbéciles criticaban, entre ellos el propio Navalón, le permitió vivir la mayor de las libertades y,  a su vez, llevar una vida monárquica por aquello del sueldo que percibía en el diario Informaciones, al igual que, tiempo atrás, en la revista El Ruedo.

Cobrar quince mil duros al mes en el diario Informaciones no era ninguna broma, más bien, una fortuna para la época; un jornal que no lo ganaban ni los más prestigiosos abogados. Pero el dinero no era nada comparado con la grandeza de la libertad que tenía Alfonso Navalón para escribir sus crónicas, algo que no tenía precio como más adelante podremos observar. Insisto, él se pasaba la vida criticando cada vez que podía la falta de libertad que decían que vivíamos en España, -mentira puta- pero él era el tipo más libre del mundo, lo que comprobaremos más adelante con la llegada de los suyos al poder.

Esa dictadura criminal que criticaban los gandules de toda España, como quiera que yo tuve la suerte de vivir mis primeros veinticinco años de mi vida con aquel régimen, puedo atestiguar que, salvo los gandules, malhechores, gente de mal vivir y todos aquellos que ansiaban la democracia para vivir del cuento, lo que es ahora una realidad, todos esos si sentían la opresión del régimen pero, los que nuestra única obsesión era trabajar, nadie nos puso la menor objeción, como jóvenes que fuimos nos divertíamos en fiestas, guateques, viajes, algarabías de todo tipo y nadie nos dijo esta boca es mía.

Siendo así, Alfonso Navalón era el tipo más libre del mundo, y no lo digo yo, lo dicen sus crónicas, las que nadie mutiló en la dictadura pero que, una vez se instaló la democracia, ahí murió su libertad. Veamos. Navalón, en plena borrachera de éxito pasó de Informaciones a Pueblo ya que, Emilio Romero le ofreció la suculenta cifra de cincuenta mil duros al mes, un sueldo que no tenían los mejores futbolistas de la época y que, a su vez, muchos toreros hubieran firmado que al finalizar la temporada les queda un sueldo como el de Navalón.

Años de gloria, esplendor, juergas al más alto nivel porque, insisto, aquel sueldo daba para todo y, como sucediera con el diario Informaciones, nadie tocó una sola coma de las crónicas de Alfonso pese a que, Emilio Romero tenía muy buena amistad con El Cordobés y con Palomo Linares, justamente eran los blancos de Navalón en todas sus crónicas. Los toreros citados intentaron por todos los medios comprar al crítico y, al sentirse impotentes lo intentaron sin éxito con Emilio Romero que, según él, la libertad de su crítico estaba por encima de todo. Mucho mérito tuvo aquello porque los toreros aludidos, adeptos al régimen, tocaron todos los resortes habidos y por haber para frenar a Navalón, teniendo, como respuesta, el fracaso más estrepitoso porque a Navalón no lo tocaba nadie.

Pese a todo, Navalón no era consciente de todo lo que pasaba a su alrededor, digamos que no le daba importancia a la libertad que tenía para ejercer el periodismo más mordaz que se pueda uno imaginar, hasta el punto que, en muchas ocasiones sufrió agresiones por parte de los toreros que, no pudiéndole frenar por la vía “legal” lo intentaban con los puños. Para su desdicha, Navalón, que era un tipo sabio como pocos, su condición de “rojo” en la dictadura le impedía ver su grandeza y, lo que es mejor, su total libertad en la época en la que decían que todos estábamos en una gran cárcel porque nadie éramos libres. Estúpidos los ha habido toda la vida.

Y así discurrió la vida de este salmantino genial, bohemio, iconoclasta, sabio, provocador, culto, generoso y cabal hasta que por fin, llegó la democracia. Navalón se sentía como el más feliz de los mortales porque ya no estaba el dictador y, tras la etapa de Adolfo Suárez, el artífice de la democracia, muy pronto llegaron los rojos al poder, algo que conmovió a Navalón que jamás se percató que, en la dictadura los políticos ejercían en el cargo por el ego que les daba el poder, pero nunca por el dinero porque, dicho sea de paso, los españoles, apenas pagábamos un triste impuesto por la “contribución” lo que ahora conocemos como el IBI, pero no existían más cargas de impuestos, salvo el 0,70 de ITE para las empresas, lo que nos llevó a los españoles a ganar un dinero que, además de ser nuestro, no teníamos que rendir cuentas a nadie y mucho menos destinar la mitad de lo que ganamos para mantener a gandules como es el caso de la actualidad.

Una vez llegado al poder Felipe González, Navalón se sentía ufano por el logro que había obtenido España por aquello de la democracia que, él, como tantos, creía que la misma era el sinónimo de la libertad pero, mira tú por donde, craso error para Navalón y para tantos miles de ignorantes que, a partir de aquel momento iban a saber lo que era una dictadura en todos los órdenes, empezando por los impuestos que, desde aquellas fechas hasta la actualidad, nos han martirizado al máximo porque, claro, de no tener que mantener a político alguno, a darles sueldazos astronómicos a cientos de miles de gandules, el panorama cambió por completo y, de repente, todos los ignorantes que votamos a Felipe González nos dimos cuenta del tremendo error que cometimos que, dicho sea de paso, para muchos, no era ningún error porque le siguieron votando varias legislaturas hasta que, la misma corrupción acabó con su mandato.

Los rojos, como suele ser habitual, cuando algo funciona lo eliminan por completo porque ha sido obra de la derecha y eso no se puede consentir. Lo digo porque, como era sabido, el diario Pueblo era el rotativo más importante de España pero como pertenecía a lo que se llamaba prensa del movimiento, había que cerrarlo. Para nada importó que el diario Pueblo fuera el referente yo diría casi europeo de lo que se entiende como prensa escrita.

Nació bajo los auspicios del PSOE el matutino Diario-16 en el que entró a forma parte de su elenco Alfonso Navalón con un sueldo de cincuenta mil duros mensuales, una cifra inimaginable que ni en sueños podía tener el propio Navalón ni ninguno de sus compañeros. Lo que Alfonso no sabía era que, en aquella firma con dicho diario, estaba firmando su sentencia de muerte. Un sueldo de “ministro” de los de ahora pero sin libertad alguna y, aquellos momentos, cuando a Navalón le mutilaban todas sus crónicas es cuando se rebeló contra los suyos, justamente, los que siempre había defendido y, como premio, le quitaron la libertad que ejerció durante toda la dictadura.

Cuando todo parecía ir de mal en peor, José Luis Corcuera, a la sazón ministro del interior, le encargó a Alfonso Navalón la redacción de un nuevo reglamento taurino porque, los toros, además de depender de Interior, Corcuera era un enamorado de la fiesta. Raudo y veloz como una ráfaga de viento, allí estuvo Navalón en la redacción de la que según él, era un proyecto fascinante que redimiría a la fiesta de muchos males. No hubo forma de que Corcuera recibiera a Navalón para entregarle en mano aquel proyecto fascinante como era el nuevo reglamento taurino con cien artículos y trescientos folios escritos. Un proyecto de Navalón como era el nuevo reglamento, Corcuera y los suyos lo echaron por la alcantarilla.

Eso sí, a partir de aquel instante, los “suyos” es decir, la izquierda, ya sodomizaron a todos los diarios de Madrid para que Alfonso no escribiera ni una sola crónica más. Y así sucedió. Fijémonos que, un crítico como Navalón, en la “dictadura criminal” como él mismo la definía, la permitió la más absoluta libertad, incluso luchando contra los propios directores que eran partidarios de los toreros que él fustigaba y, paradojas del destino, cuando él creía que los suyos le respaldarían, lo único que lograron fue darle sepultura en los medios. A partir de aquellos momentos, Navalón se refugió en las páginas de El Adelanto de Salamanca, incluso en el diario Tribuna de dicha ciudad para ejercer, eso sí, con la libertad de antaño, pero todo quedaba reducido a diarios de provincias que no tenían la repercusión que merecía.

Digamos que, desde que entró a mandar el PSOE en España, a partir de aquellos momentos vino la debacle de Alfonso, algo que celebraron con auténticas borracheras los toreros de la época que, gracias al PSOE se habían quitado de encima el único látigo fustigador que existía en España. Pensar que Navalón se pasó su vida pidiendo que volvieran los rojos y, cuando lo hicieron, al primero que decapitaron fue a él que, al final, quedó arrinconado en Salamanca teniendo, como apoyo, a los pocos que le fuimos leales hasta su muerte.