Han tenido que pasar veinte años para que los empresarios de este país nos dieran la razón en todo cuanto apuntábamos sobre el diestro Diego Urdiales y, cuatro lustros son muchos años de espera pero, al final ha valido la pena. Recuerdo la primera vez que vi a Diego Urdiales en Logroño en la que quedé impresionado; solo recuerdo que era una corrida de Victorino Martín en la que, el riojano triunfó por lo grande; una actuación que me conmovió tanto que, desde aquel instante, no dudé en hacerme “partidario” de Urdiales, no podía ser de otro modo.

Años de penumbra, desasosiego, oscuridad en que, el túnel se hacía largo, hasta el punto que, tras varios años como matador de toros, Urdiales tenía que ganarse la vida trabajando, lo que nos parecía un atentado contra el torero y, sin duda, contra el TOREO mismo. Seguíamos insistiendo en la grandeza de este torero singular y único en su género y, además de Logroño, muy pronto, Bilbao y Madrid se dieron cuenta de los valores de este hombre y le dieron “cancha”. Digamos que, en estas plazas aludidas se sostenían los pilares de su arte pero, muy poco más.

Estaba escrito que tenía que llegar su momento, han sido muchos años, quizás demasiados pero, tanto para el torero como para los que creíamos en él ha merecido la pena. Digamos que todo empezó en el año 2018 en Madrid en aquella memorable feria de otoño en que, Urdiales, además de bordar el toreo cortó tres orejas en una tarde inolvidable. No toreó todo lo que merecía en el 2019 y, de repente, llegó la pandemia y lo destrozó todo, incluidas las ilusiones del diestro riojano que estaba en un momento espléndido y maravilloso.

Y ha tenido que ser en este año de gracia y especial  magia para el diestro en que, además de presentarse en un gran número de plazas, en las mismas, como novedad, ha inundado los ruedos con su torería que, en definitiva, es una fragancia tan especial que las plazas quedan inundadas por ese aroma tan difícil de definir al que llamamos pureza. Estamos hablando, sin duda alguna, del torero más emblemático del escalafón actual, no cabe la menor duda; no lo digo yo, lo ha dicho él en sus actuaciones que ya son muchas y, todas, bajo el denominador común del arte con mayúsculas.

Hemos tenido la suerte de admirarle frente a las cámaras y, el éxtasis ha conmovido nuestro corazón. Sería difícil quedarnos con una sola tarde porque, por ejemplo, en Vistalegre, nadie habrá olvidado aquella tarde y, lo que es mejor, su sinfonía capotera, la que el lunes reverdeció en Colmenar Viejo puesto que, doce verónicas, a cual más bella, dejaron un sello inolvidable en La Corredera. Ya, muleta en mano, su faena resultó primorosa, bellísima, sin concesión alguna para la galería, pero toreando como mandan los cánones; clasicismo al más alto nivel para construir una faena inolvidable. Naturales, derechazos, adornos arabescos, trincherillas, pero todo rociado de una naturalidad inmensa, la que no vemos cada tarde en los ruedos. Muchas orejas se han concedido en la feria colmenareña que, los únicas válidas y con justicia fueron las de Urdiales. La pena fue la de sus compañeros que quedaron ridiculizados ante tan magno torero.

No hablemos de esa frase tan manida cuando a un torero lo definimos como figura del toreo, no. Diego Urdiales ha traspasado esa barrera para convertirse en un torero de culto, un artista singular que, a estas alturas, muy por encima del bien y del mal sigue a lo suyo que no es otra cosa que inundar los ruedos con su torería inenarrable. Como decía, ridiculizó a sus compañeros en Colmenar, tarea muy sencilla porque, insisto, si comparamos a Urdiales con cualquiera del escalafón, el primero que forme a su lado tiene todos los números para quedar en un segundo plano, algo que ha demostrado el diestro con todos los compañeros con los que ha actuado.

Diego Urdiales exige con su torería que los buenos aficionados nos sentemos y expresemos todo aquello que su arte nos ha hecho sentir, tarea muy sencilla porque cuando un torero te deja clavado en el corazón el estigma de su arte, todo lo demás resulta muy sencillo. No andamos sobrados de toreros como él, cuidemos hasta el último aliento a tan celebrado artista que, en su humildad, no hace gestos en los ruedos para conmover al personal porque, su único gesto consiste en crear obras inolvidables y, lo demás, como dirían en México, sale sobrando.

Diego Urdiales quería llegar al lugar que ahora ocupa, algo que se ha ganado con su arte, la pena será que, a partir de ahora, dentro del gremio se granjeará muchos enemigos puesto que, hasta su irrupción en los ruedos con esa vitola de artista que le define, qué cómodos iban sus compañeros sabedores de que nadie les haría sombra puesto que, al respecto, el “árbol” que supone su arte no deja que alumbre el sol de la vulgaridad de tantos pegapases. Así se forja una leyenda, a base de arte a raudales, sencillamente el que define a este torero singular.