En todas y cada una de las ferias que queramos analizar, en todas, encontraremos ausencias muy notables lo que viene a demostrar una vez más que, el triunfo no sirve para nada o, en defecto, para seguir teniendo paciencia franciscana por si suena la flauta. Puesto que hablamos de ausencias, tenemos el caso de El Puerto de Santa María y el torero local, Daniel Crespo que, el pasado año, junto a las figuras, actuó dos tardes y en ambas salió a hombros.

Tras aquellos éxitos, me pongo en la piel del chaval, ilusionado como nadie a la espera del año siguiente, el que vivimos ahora mismo, para ser incluido en la feria de su pueblo; poro no el paisanaje que ello no lleva a ningún lado, pero sí por haber conseguido el triunfo en dos tardes consecutivas. Como digo, en el enunciado, que Dios le guarde al chico que mucha falta le hará. ¿Cómo se le habrá quedado el cuerpo al verse excluido de la temporada portuense en la que, como digo, el pasado año, triunfó por lo grande?

Son esas decisiones incomprensibles que nadie entiende y, mucho menos, el torero afectado que, imagino que estará rezando, dicho con maldad, para que Morante no se haya recuperado de su enfermedad y pueda entrar en los carteles como sustituto que, de los males sería el menor. Es más, puesto que hablamos de Morante, el de La puebla tiene dos contratos en El Puerto, como Pablo Aguado mientras que, Crespo está en la maldita calle a la espera de un milagro.

Sin lugar a duda, la ausencia más notable de la temporada portuense es la de Daniel Crespo, pero, no olvidemos que, hace dos años, Manuel Escribano firmó una tarde inolvidable frente a los toros de Adolfo Martín y, otra vez ninguneado. Los triunfadores de Madrid, Borja Jiménez y Fernando Adrián no se les ha dicho ni buenos días. Siendo así, es el mismo sistema el que corrompe la esencia del espectáculo para que, a fin de cuentas, muy pocos crean en el mismo. Si los que se ganan los triunfos en los ruedos no son atendidos, ¿qué será de los que no triunfan por diversas circunstancias?

Imagino la desesperación de Daniel Crespo y me pongo a temblar; es decir, me pongo en su piel y me entran los escalofríos de la muerte porque todo aquello que no tiene lógica empieza por volverme loco. Han sido injustos con los hombres antes citados, pero, en el peor de los casos, para su fortuna, están toreando por esas plazas de Dios; faltan en El Puerto, pero siguen sumando contratos y eso siempre es esperanzador. Lo de Daniel Crespo, insisto, sigue manando sangre a borbotones. ¡Y todavía quedan chavales que quieren ser toreros! Ovación unánime para todos ellos.